Simón dice | Cuentos de la colonia surrealista por: Alfonso Díaz de la Cruz - LJA Aguascalientes
17/05/2025

Cuentos de la colonia surrealista

Simón dice

Simón siempre tuvo problemas para relacionarse con las demás personas.

Y no es que fuera tímido o que no le gustara la gente, como suele suceder en algunos casos. Nada de eso. Lo que sucede es que tenía un extraño trastorno llamado “Literalismo”, que consiste en adherirse siempre al sentido literal de las palabras y expresiones de las personas que utilizan el sentido figurado, sin que el que lo padece pueda decodificar el mensaje y entender realmente el significado del mismo.

Al principio, como es de esperarse, no fue sencillo diagnosticar el trastorno y se pensaba, simplemente, que Simón era corto de entendederas. Pero los estudios, las evaluaciones psicológicas y el tiempo mismo demostraron que no se trataba de eso, que Simón no era tonto y que lo que le ocurría era algo más; algo que tenía que ver con las palabras.

Así, por ejemplo, cuando se reía mucho por alguna situación cómica y le decían que era simple, Simón de inmediato se dirigía a la cocina a ponerse encima un poco de sal, o si escuchaba que algún compañero de clase “estaba en las nubes” se asomaba de inmediato por la ventana preocupado por una posible caída del compañero en cuestión. Por el contrario, buscaba pasar su tiempo con todos aquéllos de quienes escuchaba que “vivían en la luna” esperando que alguna vez lo invitaran a sus casas; ya que él, desafortunadamente, vivía en la Tierra.

La situación que más conflictuaba a Simón durante su infancia era el famoso juego de “Simón dice”. Un juego en el que una persona da una serie de indicaciones que los demás deben de seguir, siempre que la indicación esté precedida de la frase “Simón dice”. En caso de que esta última frase no sea dicha antes de la indicación y alguien cumple con ésta recibe un castigo.

Si bien, se trata en apariencia de un juego sumamente sencillo, Simón la pasaba realmente mal puesto que cada vez que alguien decía “Simón dice”, él terminaba repitiendo verbalmente la indicación, puesto que su literalismo le orillaba a cumplir al pie de la letra lo dicho.

Sin embargo, como hemos dicho con anterioridad, Simón no era tonto y pudo ser consciente de su problema. Y mal que bien, con el paso de los años pudo establecer algunas relaciones de amistad que, tras ser advertidos del trastorno que Simón padecía, moderaban su forma de hablar y procuraban utilizar el menor número de metáforas posibles cuando se encontraban en presencia de él.


Así pasaron los años y Simón fue creciendo y enfilándose para ser un abogado, carrera en que las palabras querían decir solamente lo que significaban y no otra cosa. Como nadie defendía el sentido estricto de las leyes y las palabras como él, todos sus compañeros y profesores le auguraban un futuro brillante.

Un futuro brillante que no llegó. Pocos días antes de su graduación Simón salió con sus amigos y su novia a tomar unas copas y se enfrascaron en una especie de discusión tonta sobre el origen de ciertos cócteles. La discusión, sin llegar a lo que pudiera decirse, mayores, derivó en la desesperación de la novia de Simón que en un arranque de berrinche infantil le dijo: “Entonces muérete”.

Y Simón, que no podía hacer nada con su literalismo, se murió.


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