En la tragicomedia política que es la 4T, el nuevo capítulo se titula Morena contra Montiel, una disputa interna protagonizada por 80 diputados morenistas —sí, del mismo partido— que ahora piden la renuncia de Ariadna Montiel, titular de la Secretaría del Bienestar. ¿La razón? Una mezcla de maltrato, desdén burocrático y acusaciones de corrupción que amenaza con hacer implosión desde el corazón del oficialismo.
Durante una plenaria celebrada a puerta cerrada —aunque ya sabemos que nada en la política mexicana permanece cerrado por mucho tiempo—, las quejas contra Montiel no se hicieron esperar. Diputadas como Irma Juan Carlos y Jessica Ramírez Cisneros denunciaron desde presiones para incurrir en actos ilegales hasta desplantes de soberbia. Ramírez fue directa: “Nosotros nos estamos chingando, trabajando bien duro… y ella nos trata como si fuéramos spam del WhatsApp”. La frase no fue literal, pero el tono lo dice todo.
Irma Juan Carlos, desde Oaxaca, recordó que Montiel no solo no da la cara, sino que ordenó a sus delegados no responder llamadas de legisladores. “Nos sentimos humillados”, dijo, mientras en el fondo se escuchaban gritos de “¡fuera, fuera!” como si estuviéramos en una asamblea estudiantil, no en el Congreso de la Unión.
Y mientras se caldea el ambiente, aparece el siempre institucional Ricardo Monreal, quien interpreta al mediador de la película. Él insiste en que todo se debe a “malos entendidos” y “falta de comunicación”, una forma elegante de decir que hay más fuego que humo, pero que prefiere que no se note. Para Monreal, Montiel sigue siendo una funcionaria “razonable, humana y profesional”, lo cual debe reconfortar mucho a quienes la acusan de ser todo lo contrario.
Pero el desencanto no se limita a formas. Los diputados denuncian también el uso faccioso de los programas sociales. En estados como Coahuila y Durango, los superdelegados son señalados por operar a favor de figuras morenistas, incluyendo a una senadora que, según se dice, mantiene una relación sentimental con uno de los delegados del Bienestar. Así, el “amor en tiempos de transferencias” parece ser la nueva estrategia territorial del partido.
En Durango, los audios de un funcionario hablando de usar a los Servidores de la Nación para apoyar a candidatos de Morena circularon con tanta velocidad como los memes del “yo no fui” de AMLO. PAN y PRI ya alzaron la voz y preparan denuncias, porque si algo no se tolera es que otros usen las mañas que antes eran exclusivas.
Mientras tanto, Montiel sigue al frente, ratificada por Claudia Sheinbaum, y con el respaldo institucional que la protege… por ahora. Porque en Morena, la lealtad dura lo que una candidatura segura. La secretaria ha recorrido una larga trayectoria en el movimiento, desde senadora suplente hasta jefa de los programas sociales que son la joya electoral del obradorismo. Pero ni eso parece blindarla del fuego amigo.
Monreal ha pedido que “no se formalicen solicitudes”, y también sugirió que las próximas reuniones sean solo con diputados —sin asesores ni celulares—, porque claro, cuando lo que falla es la gestión, el problema debe ser la filtración.
En resumen: Montiel no cayó bien, se quejaron los suyos, Monreal hizo control de daños, y mientras tanto, los programas del Bienestar siguen siendo la moneda más fuerte en la política del territorio. Morena está en modo autocrítica forzada, aunque eso no quita que, como en toda buena serie, la tensión solo anticipa un cliffhanger mayor. Porque si los morenistas ya no confían en su propia Secretaría del Bienestar, ¿qué mensaje reciben los beneficiarios? Y peor aún: ¿qué tan bien calibrado está el aparato electoral que tanto defienden?
Montiel, por lo pronto, no se va. Pero la fractura está hecha, y no hay presupuesto que tape una grieta entre “los de tierra” y “los de oficina”.
