Último acto político del papa Francisco: una crítica implícita a la política migratoria de Trump tras su reunión con Vance - LJA Aguascalientes
17/05/2025

En un último acto público que combinó diplomacia, liturgia y un claro mensaje político, el papa Francisco recibió al vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, en la residencia papal de Casa Santa Marta. El encuentro fue breve, sin mayores formalidades, pero no por ello irrelevante. Fue, en términos técnicos, un saludo pascual; en términos políticos, una forma elegantemente pontificia de marcar distancia.

Mientras el vicepresidente estadounidense, converso al catolicismo y férreo defensor de políticas antiinmigrantes, sonreía para la foto, el papa —visiblemente debilitado por problemas de salud, pero firme en su postura— enviaba un mensaje a todo el mundo desde el balcón de la Basílica de San Pedro: “¡Cuánto desprecio se manifiesta hacia los más débiles, los marginados, los migrantes!”. No mencionó a Vance ni a Trump, pero nadie necesitaba subtítulos.

El trasfondo no podía ser más tenso. Vance, además de pasar la Semana Santa en Roma con su familia, se había reunido un día antes con el secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, y con el ministro de Asuntos Exteriores de la Santa Sede. Ahí ya se habían encendido las alertas diplomáticas: diferencias sobre inmigración, refugiados y derechos humanos. Aunque la versión oficial habla de un “intercambio de opiniones”, la traducción eclesiástica de eso podría ser “cruce educado de desacuerdos”.

El discurso del Papa durante la misa pascual —leído por el arzobispo Diego Ravelli mientras Francisco permanecía a su lado— no dejó cabos sueltos. Además de sus críticas al rearme global y a la falta de libertad religiosa, denunció abiertamente el clima de antisemitismo y la catástrofe humanitaria en Gaza. Pero fue su insistencia sobre la necesidad de una fraternidad “abierta a todos, sin excepción” lo que más resonó. Especialmente si se recuerda que en febrero, en una carta dirigida a los obispos de EE.UU., ya había desarmado teológicamente el argumento de Vance sobre el ordo amoris (el amor jerárquico que justifica anteponer a los propios sobre los ajenos), calificándolo de excluyente y contrario al espíritu cristiano.

La simbólica contundencia del Papa no se quedó en su carta ni en la liturgia. Meses antes, ya había calificado como violatorias de la dignidad humana las políticas de deportación del gobierno de Donald Trump, dejando claro que no hay comunión posible entre el catolicismo inclusivo y la xenofobia estatalizada.

Para quienes vieron la imagen de un pontífice frágil en silla de ruedas conversando con un vicepresidente sonriente, podría parecer un gesto de cortesía. Pero en los códigos vaticanos, cada gesto cuenta. Que el papa haya insistido en recibir a Vance, aún convaleciente, fue un movimiento diplomático calculado: recibirlo para dejar claro que no hay acuerdo.

La reunión no fue anunciada con antelación. No figuraba en ninguna agenda y se dio mientras la misa dominical continuaba en la plaza, presidida por un cardenal suplente. Quizás un gesto para recordar que la verdadera homilía ese día no estaba en el altar, sino en las palabras cuidadosamente pronunciadas —y leídas— por el mensajero de Francisco. Como si el Papa quisiera decir: “Te saludo, pero no te avalo”.

Y así, en su último acto político-diplomático, el papa Francisco reafirmó que el Evangelio no se tuerce para justificar muros, ni el amor cristiano se dosifica en función de pasaportes. Una postura final que, más que un cierre, se sintió como un legado.

Vía Tercera Vía



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