Lo que prometía ser un vuelo ejecutivo común terminó en desastre en la madrugada del 22 de mayo en San Diego, California. Una avioneta Cessna 550, procedente de Wichita (Kansas), se estrelló en una zona densamente poblada cerca del Aeropuerto Ejecutivo Montgomery-Gibbs, provocando un incendio que afectó al menos 15 casas, varios automóviles y dejó un saldo confirmado de dos personas fallecidas y ocho más heridas. La tragedia ocurrió alrededor de las 3:45 a.m., sin que se haya emitido una llamada de emergencia antes del impacto, según reportaron las autoridades locales.
El accidente tuvo lugar en el barrio de Murphy Canyon, una zona residencial compacta en el noreste de la ciudad, donde habitan muchas familias de militares. La magnitud del desastre llevó a la evacuación de aproximadamente 100 personas, mientras los equipos de emergencia trabajaban contrarreloj para apagar las llamas y revisar casa por casa en busca de posibles víctimas adicionales. Según Dan Eddy, subjefe de bomberos, se trató de una “escena de película”, con un campo de escombros regado por combustible y múltiples estructuras en llamas.
El origen y el trayecto del vuelo ya están parcialmente claros: la aeronave había partido de Teterboro, Nueva Jersey, hizo escala en Wichita y se dirigía a San Diego cuando se desplomó a menos de 150 metros de altitud. Aunque la capacidad de este tipo de aeronave es de seis a ocho pasajeros, hasta el momento no ha sido posible determinar cuántas personas viajaban a bordo. Las únicas muertes confirmadas corresponden a ocupantes del avión, según puntualizó Eddy, sin víctimas trasladadas desde unidades de vivienda.
El desplome no solo afectó infraestructuras. Relatos como el de Christopher Moore, residente cercano al sitio del accidente, retratan el impacto emocional vivido por los habitantes. Moore narró cómo él y su familia huyeron en pijama tras escuchar un estruendo y ver un resplandor en el cielo. En medio de la emergencia, incluso tres cachorros husky fueron rescatados por oficiales de policía, una imagen que contrasta con la devastación del entorno.
La Administración Federal de Aviación (FAA) ha iniciado la investigación correspondiente, aunque la causa del accidente sigue sin determinarse. La Junta Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB, por sus siglas en inglés) estará a cargo del caso. Por lo pronto, las autoridades mantienen acordonada la zona cercana a Sculpin Street y Santo Road, pidiendo a la ciudadanía evitar el área.
No es la primera vez que San Diego se enfrenta a una tragedia aérea de esta naturaleza. En octubre de 2021, una avioneta bimotor se estrelló en un suburbio de la ciudad, dejando un saldo de dos muertos, incluido un repartidor de UPS. Este patrón de accidentes en zonas residenciales reabre el debate sobre la proximidad de aeropuertos menores a zonas habitacionales, especialmente en ciudades con alta densidad demográfica y uso mixto del suelo.
Mientras se esclarecen los hechos, la comunidad afectada enfrenta las secuelas inmediatas de la tragedia: pérdidas materiales, desplazamiento temporal y una sensación colectiva de vulnerabilidad. Lo que ocurrió en Murphy Canyon evidencia, una vez más, que los sistemas de aviación ejecutiva no están exentos de riesgos y que, a veces, esos riesgos terminan cayendo —literalmente— en el corazón de la vida cotidiana.
