Carney rechaza propuesta de Trump: “Canadá no está en venta” en primer encuentro oficial - LJA Aguascalientes
16/05/2025

A Mark Carney no le hizo falta levantar la voz para marcar distancia: “Canadá no está en venta ni lo estará nunca”. Así respondió el primer ministro canadiense al presidente Donald Trump durante su primer encuentro oficial en la Casa Blanca, tras meses de tensiones bilaterales. Fue una frase contundente que cerró con llave una puerta que Trump, fiel a su estilo, dejó entreabierta con su ya habitual: “Nunca digas nunca”.

La conversación, que en teoría debía servir para inaugurar una nueva etapa de diálogo entre vecinos, terminó convirtiéndose en una coreografía diplomática incómoda, donde la referencia al “estado 51” volvió a opacar temas sustanciales como el comercio, la defensa mutua o el futuro del USMCA (T-MEC). Y si bien ambos mandatarios trataron de vestir el encuentro de “amistoso”, el fondo mostró que las grietas persisten.

La retórica del inmobiliario

Trump retomó su narrativa empresarial para defender una hipotética anexión de Canadá: aludió a las “ventajas” de formar parte de Estados Unidos —reducción de impuestos, acceso al sistema de salud estadounidense y respaldo militar— como si se tratara de un trato de bienes raíces. “En bienes raíces soy una persona artística”, se justificó, entre sonrisas tensas.

Carney recogió el guante con elegancia, recordando que, como en el sector inmobiliario, hay territorios que simplemente no están a la venta. “Hace poco estuve con los dueños —los electores canadienses— y puedo decir que Canadá no está en venta”, puntualizó.

Más allá del simbolismo, la referencia al “estado 51” no es nueva. Trump ya había llamado “gobernador” al exprimer ministro Trudeau y, desde su primer mandato, ha jugado con la idea de la integración territorial como un recurso discursivo. Esta vez, sin embargo, el contexto comercial y político le añadió otra capa de tensión.

Comercio: el tango se baila con aranceles

Uno de los temas más espinosos fue el de los aranceles. Durante el mandato anterior de Trump, Estados Unidos impuso tarifas del 25 % sobre las importaciones canadienses de acero, aluminio y automóviles. Aunque el USMCA ofreció cierto alivio al excluir algunos productos, la guerra comercial dejó cicatrices: Canadá respondió con contramedidas equivalentes a 42 mil millones de dólares.

Trump no se movió un milímetro esta vez. “Nada de lo que me diga [Carney] cambiará los aranceles. Es como es”, sentenció. En cambio, Carney optó por una vía más pragmática: recordó que Canadá es el mayor cliente de EE.UU. y que las negociaciones deben continuar. El trasfondo, sin embargo, es claro: el tratado trilateral expira en 2026, y Trump ya ha puesto en duda si vale la pena renovarlo.

Realidades asimétricas

Más allá de las frases efectistas, la relación comercial entre ambos países es desigual. Cerca del 75 % de las exportaciones canadienses tienen como destino Estados Unidos, mientras que Canadá representa apenas el 17 % del comercio exterior estadounidense. Además, es el mayor proveedor extranjero de petróleo crudo para EE.UU., lo que explica en parte el déficit comercial estadounidense, que podría alcanzar los 45 mil millones de dólares en 2024.

Trump, sin embargo, desestimó esa interdependencia: “Queremos producir aquí. No necesitamos acero ni aluminio de Canadá”. Las declaraciones no sólo tensan el diálogo comercial, sino que contradicen la lógica energética y manufacturera que ha sostenido la integración económica norteamericana durante décadas.


Entre la identidad y la soberanía

El encuentro también fue una prueba de fuego para la narrativa soberanista de Carney, electo recientemente tras una campaña basada en la oposición frontal a Trump. La reafirmación de la identidad canadiense —como algo no negociable— se convirtió en el eje simbólico del diálogo.

Trump, por su parte, pareció más interesado en mantener viva la retórica provocadora que en construir acuerdos duraderos. Su comentario de que la frontera es “una línea artificial” dibujada con la mano no pasó desapercibido. En tiempos donde los bloques geopolíticos se redefinen, la idea de borrar fronteras en nombre del mercado recuerda más a un episodio de Black Mirror que a una propuesta seria de integración.

¿Y ahora qué?

El futuro inmediato entre ambos países está cargado de incógnitas. Aunque se intentó proyectar una imagen de cordialidad, lo cierto es que persisten diferencias profundas en temas clave: comercio, energía, defensa y soberanía. Y si bien Trump cerró el encuentro diciendo que quiere “ser amigo de Canadá”, lo cierto es que los amigos no se compran, y mucho menos se anexan.

Vía Tercera Vía


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