No fue la primera vez que un Guzmán desaparecía bajo tierra. A principios de 2025, un operativo de fuerzas especiales mexicanas irrumpió con blindados en una casa de seguridad en Culiacán, Sinaloa. El objetivo: capturar a Iván Archivaldo Guzmán, hijo de “El Chapo” y actual líder de la facción más poderosa del Cártel de Sinaloa, conocido como “Los Chapitos”. Lo que encontraron fue una escena que recordaba más a un guion reciclado que a una estrategia de seguridad efectiva: un túnel, oculto detrás de un armario en el baño, lo suficientemente alto como para caminar y tan largo como tres cuadras, conducía a una casa abandonada.
De acuerdo con una investigación del Wall Street Journal, sustentada por testimonios de funcionarios mexicanos, Guzmán había estado en el lugar apenas minutos antes del ingreso de los agentes. La vivienda estaba decorada con fotografías familiares, gorras de beisbol autografiadas y armas de uso militar. Tras forzar dos puertas blindadas con arietes y un vehículo especial, los elementos hallaron 15 celulares desechables, computadoras portátiles y objetos personales. Pero al final del baño, entre la cotidianidad de cepillos de dientes y pasta, se abría un pasadizo que parecía diseñado más para el espectáculo que para la discreción.

No obstante, esta fuga no fue únicamente producto de una infraestructura heredada. El escape del capo se habría facilitado por una red de protección civil: desde vendedores de tamales hasta personal de hoteles y empleados del aeropuerto, según el WSJ, todos forman parte de un sistema de vigilancia ciudadana que alerta a Guzmán de cualquier anomalía. En Culiacán, esa estructura funciona como una especie de panóptico invertido: no es el capo quien vigila a todos, sino quien es vigilado por todos… para protegerlo.
Las autoridades mexicanas no han confirmado oficialmente que Iván Archivaldo haya escapado por un túnel. El entonces titular de la SSPC, Omar García Harfuch, desestimó esa versión en febrero de 2025, afirmando que el operativo tenía otros objetivos y que “nadie escapó por un túnel”. Pero los testimonios anónimos que recoge el WSJ contradicen esa narrativa. Los periodistas Steve Fisher y José de Córdoba documentan que la información clave provino de la captura de tres colaboradores cercanos al capo, entre ellos uno de sus pilotos de confianza.

La escena recuerda con precisión milimétrica las fugas del Chapo: en 2015, una motocicleta montada sobre rieles y un túnel de más de una milla sacaron al padre de una prisión de máxima seguridad. Un año después, en Los Mochis, volvió a usar un pasadizo oculto, esta vez tras un espejo, para salir por una alcantarilla. A Iván no le hizo falta más que un armario y tres cuadras de ventaja para escapar entre las sombras vespertinas de su ciudad.
Actualmente, el Departamento de Justicia de Estados Unidos lo considera uno de los principales traficantes de fentanilo a nivel global. La recompensa por información que conduzca a su captura asciende a 10 millones de dólares. Según el WSJ, la presión estadounidense se ha intensificado, no sólo en expedientes judiciales, sino en el plano diplomático: el expresidente Donald Trump incluso ha sugerido autorizar el ingreso de tropas estadounidenses en México para combatir a los cárteles, mientras que la presidenta Claudia Sheinbaum enfrenta una exigencia directa por resultados concretos.

La figura de Iván Archivaldo encarna el nuevo paradigma del crimen organizado: menos mítico, más técnico, brutal y meticuloso. Según los fiscales estadounidenses citados en el reportaje, él y su generación de “narcojuniors” combinan la violencia desmedida con una estructura operacional más sofisticada. En 2019, por ejemplo, fue él quien organizó la respuesta armada que forzó la liberación de su hermano Ovidio en el operativo fallido conocido como el “Culiacanazo”.
Tras la recaptura y extradición de Ovidio en 2023, Iván consolidó su liderazgo. A diferencia de otros capos que cayeron por excesos o descuidos, él mantiene distancia con su familia inmediata, evita llamadas y limita sus movimientos. Las casas de seguridad donde se refugia están diseñadas como cápsulas defensivas: puertas blindadas, sistemas de vigilancia, salidas alternas y sobre todo, el anonimato que proporciona una ciudad entrenada para el silencio.

Más allá del túnel, lo que el caso revela es el fracaso estructural para desmantelar redes criminales profundamente arraigadas en contextos locales. Culiacán no es solo el bastión del Cártel de Sinaloa: es también el entorno que le permite operar. Su fuga no fue solo una burla a la inteligencia táctica del Estado; fue un recordatorio de que, en ciertos territorios, el Estado no es el que manda.
Y aunque la imagen de un túnel bajo el baño parezca sacada de una secuela cansada de una vieja saga del narco, el mensaje es claro: Iván Archivaldo sigue libre, y lo que le permitió escapar no está únicamente bajo tierra, sino a plena luz del día.




