En los 2000, pocos personajes eran tan “memorables” (y problemáticos) como Jorjais de Vecinos o el mismísimo Ludoviquito Peluche cuando se travestía por error en La Familia P. Luche. El humor de esa época convirtió a las identidades LGBT+ en sinónimo de risa fácil, plumas, escándalo y afeminamiento extremo. Dos décadas después, la televisión mexicana está en un momento de ajuste narrativo: los personajes queer dejaron de ser chiste y se transformaron en protagonistas, pero no sin contradicciones.
La representación LGBT+ en la televisión nacional ha vivido una evolución marcada por tensiones: de la burla a la reivindicación, del estereotipo a la complejidad. Series como La Casa de las Flores, El Juego de las Llaves o Cómo Sobrevivir Soltero introdujeron personajes queer con arcos narrativos más elaborados, que ya no giran únicamente en torno a su identidad sexual, sino que los colocan en conflictos familiares, amorosos y laborales con mayor profundidad emocional.
Sin embargo, este cambio no ha sido homogéneo ni completamente transformador. Persisten representaciones que reciclan clichés de “la amiga gay divertida” o “la pareja lésbica para el morbo del público masculino”, sin explorar los contextos sociales y afectivos reales de estas identidades. El avance existe, pero el riesgo de caer en la tokenización sigue latente.
El monitoreo realizado por el Observatorio de Medios de la UNAM en 2024 reveló que solo el 8.5% de los personajes principales en producciones televisivas mexicanas tienen alguna identidad LGBT+, y de estos, apenas el 3% son personas trans. Además, la mayoría de las historias queer se desarrollan en entornos de clase media-alta, dejando fuera a personajes de zonas rurales, con discapacidades o con experiencias racializadas.
En paralelo, la apertura de plataformas como Netflix, Prime Video o Vix ha permitido a creadores independientes explorar historias queer con mayor libertad narrativa y estética. Ejemplo de ello es “El Rey de los Machos”, miniserie que aborda el tema de la transición de género y la lucha contra los prejuicios sociales en un pueblo machista de México sin recurrir a la violencia como eje dramático, o “El Secreto del Río”, que explora temas de amistad, identidad cultural, y las experiencias LGBTQ+ en un entorno rural conservador.
Las audiencias, por su parte, han transformado su forma de consumir y exigir contenido. Campañas en redes sociales, hilos de Twitter y análisis en TikTok han generado una especie de “crítica comunitaria” que obliga a productores a pensar dos veces antes de caricaturizar.
No obstante, aún hay un vacío importante en el acceso a narrativas auténticas para jóvenes LGBT+. Si bien hay más visibilidad, la educación afectiva, la salud sexual y el acompañamiento emocional no están presentes en las tramas televisivas, lo que limita su función como espejo o guía.
Hoy, en el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia, mirar la evolución de la televisión no solo es un ejercicio nostálgico: es una herramienta para entender cómo la cultura moldea imaginarios sociales y, con ellos, las formas en que se permite o se castiga ser quien se es.
Que ya no nos dé risa lo que antes nos parecía “normal” no es censura: es avance. Porque más que cuotas de pantalla, lo que urge es que las historias queer cuenten con respeto, profundidad y diversidad real.




