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jueves, diciembre 4, 2025

Distracciones | Bajo presión por: Edilberto Aldán

Edilberto Aldán
Edilberto Aldán
Ex Director Editorial LJA.MX (2012 - 2024). Ex Colaborador (2024-2025).

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Bajo presión  

Distracciones

Personal: Hace unas noches volvió la pantera del insomnio. Un desajuste en mi horario provocó que regresara ese animal al que creía tener controlado. Después de varios intentos inútiles, regresé al sillón para continuar una serie que había comenzado a ver como ruido de fondo.

Con toda la intención de conciliar el sueño dejé correr la serie en la pantalla. La pantera seguía ahí, incluso cuando me di cuenta de que ya solo faltaban dos capítulos y que desde la ventana se colaban los primeros trinos y los sonidos de los autobuses urbanos.

En el resumen del capítulo final apareció un detalle que no recordaba haber visto: un giro en la trama, sin mucha importancia, pero que evidenciaba la poca atención que había puesto. Mientras veía la serie, con una mano deslizaba de video en video en la pantalla del celular: de gatitos a datos curiosos, imágenes en bajo volumen que me permitían estar en dos cosas a la vez.

Aburrida por la serie o simplemente con mejores cosas que hacer, la pantera al fin se fue. Logré dormir, cubriéndome la cabeza porque la luz del día ya traspasaba la cortina.

No me sentí culpable al despertar: mis compromisos laborales estaban cubiertos y no tenía nada urgente que hacer. La culpa llegó cuando, al levantar los restos del insomnio, vi sobre la mesa una novela maravillosa que estoy releyendo. Una novela a la que le dedico disciplina y tiempo cada día. Entre uno de los capítulos insulsos y los videos de gatitos, la aplicación de streaming me notificó que ya se había estrenado una película que me interesaba. Pausé la serie, la agregué a mi lista de pendientes; bien pude dejar los capítulos finales para después y ver la película, pero pensé que esta requería atención para disfrutarla.

Fue entonces que me sentí culpable. Había perdido toda una noche en distracciones minúsculas, en un entretenimiento hecho a la medida de la atención fragmentada. Desperdicié la compañía de la pantera en una serie de la que no volveré a hablar con nadie, y le di la espalda a un entretenimiento que, con toda seguridad, me habría complacido: la novela o la película. Fui incongruente con algo que llamo el placer de la dificultad.

A mi hijo le explico que pocas cosas me provocan más placer que resolver una dificultad, sobrepasar un obstáculo, sobre todo intelectual. Me llena de gozo entender algo y poder relacionarlo con el mundo. Creo que la inteligencia no es la acumulación de datos, sino la multiplicación de relaciones entre un hecho y otro. Como cuando buscamos el nombre de su gato, y para la elección le expliqué que todo gato debe tener tres nombres diferentes; de ahí pasamos a una comedia musical, después a un poema de T. S. Eliot, y así pude contarle por qué abril es el mes más cruel.

Me encantaría que mi hijo, con los ejemplos que le doy sobre el gozo de descubrir las relaciones aparentemente más alejadas, aprendiera a disfrutar lo que la vida le ofrece. Pero eso que quiero para él, adulto y con tiempo libre, yo lo desperdicié una noche entera por ese entretenimiento fácil que, con engaños, los avances tecnológicos nos hacen creer que es conocimiento, cuando en realidad apenas es una mirilla por la que vemos cómo se lame la cola un gato.

Me gusta pensar que esa distracción, como muchas otras, no es inocente. No ocurre sólo porque seamos débiles o poco disciplinados. Es también el resultado de un ecosistema diseñado para capturar y mantener nuestra atención. No es casual que la serie esté escrita con ganchos narrativos cada quince minutos o que el algoritmo me mostrara justo esos videos breves, simpáticos, anodinos: saben que una parte de mí no dormirá, que otra parte no elegirá la novela ni la película, sino que se conformará con estímulos constantes, suaves y repetitivos. La pantera del insomnio no solo vuelve por desajustes del sueño: también la invoca este sistema que convierte todo tiempo libre en una oportunidad de consumo.

Lo que nos pasa con el tiempo personal, creo que también está ocurriendo con la conversación pública. Saltamos de escándalo en escándalo, de declaración en declaración, en un flujo que no deja espacio para la complejidad. Nos entretenemos con la superficie, con la parte más ruidosa del debate, con lo que se dice para provocar o para dividir. La conversación política se ha vuelto también una serie de videos breves, donde lo importante es el impacto inmediato, no el análisis. Nos hemos acostumbrado a consumir la discusión pública como si fuera TikTok: un corte rápido, una frase pegajosa, una indignación nueva cada día.

Así como me dio culpa dejar de lado la novela -ese objeto que requiere tiempo, atención y un pacto profundo- también me inquieta cómo vamos dejando de lado las ideas complejas, las preguntas difíciles, los matices que no caben en un tuit. Es más fácil repetir un eslogan, alinearse con una consigna, burlarse del otro. De pronto parece que el debate público se está escribiendo con los mismos mecanismos con los que se produce una serie olvidable de streaming: cada capítulo debe enganchar de inmediato, cada personaje tiene un rol fijo, cada temporada necesita escalar el conflicto sin importar el sentido.

Pero hay un placer -y una necesidad- en volver a lo difícil. En leer de verdad. Escuchar al otro sin necesidad de responder de inmediato. En sostener una conversación que no busque ganar, sino comprender. Eso, como el gozo de comprender un poema, exige tiempo, paciencia y, sobre todo, voluntad de atención.

Coda. La pantera del insomnio, como la de la vida pública, ya no llega para hacernos pensar: llega para distraernos sin descanso. La diferencia es que una noche perdida frente a una pantalla solo nos deja un ligero remordimiento; pero una conversación pública vaciada de sentido, poblada de gritos y simplificaciones, termina por erosionar la posibilidad misma de vivir juntos. Si renunciamos al esfuerzo que exige la complejidad, no es solo el sueño lo que perdemos: es el lenguaje, la inteligencia compartida, la política como arte de lo común.

@aldan

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