Después de años de tensiones comerciales, Estados Unidos y China acordaron una reducción mutua de aranceles durante 90 días, en lo que se ha presentado como una tregua estratégica más que una solución estructural. El acuerdo, alcanzado en Ginebra y confirmado en un comunicado conjunto, establece que los aranceles estadounidenses sobre productos chinos pasarán del 145% al 30%, mientras que los impuestos chinos sobre productos estadounidenses bajarán del 125% al 10%.
La decisión llega tras meses de represalias comerciales, iniciadas bajo la administración de Donald Trump, que provocaron fuertes disrupciones en las cadenas globales de suministro y dejaron cicatrices en los mercados bursátiles internacionales. El pacto busca estabilizar la relación bilateral y abrir espacio a nuevas rondas de negociación, con el establecimiento de un mecanismo permanente de diálogo económico liderado por el secretario del Tesoro de EEUU, Scott Bessent, y el viceprimer ministro chino, He Lifeng.
Aunque el anuncio fue recibido con entusiasmo por los mercados —el Hang Seng subió casi un 3%, el Dow Jones un 2,65% y el Nasdaq más de un 4%—, las causas de fondo que alimentan la confrontación comercial siguen intactas. La administración estadounidense continúa señalando a China por prácticas comerciales desleales como subsidios estatales, transferencia forzada de tecnología y barreras no arancelarias, mientras que Pekín acusa a Washington de proteccionismo y exige la retirada de sanciones unilaterales.
A diferencia de treguas anteriores, esta incluye un enfoque puntual sobre el comercio ilegal de fentanilo. Aunque se mantiene un arancel del 20% sobre productos chinos relacionados con esta sustancia, ambos países sostienen conversaciones “constructivas” para abordar el tema, que ha escalado en la agenda de seguridad estadounidense.
El nuevo “mecanismo de Ginebra” pretende evitar que el conflicto escale hacia un desacoplamiento económico total, un escenario que ambos países aseguran querer evitar. Sin embargo, funcionarios como Bessent han reconocido que EEUU sí busca desvincularse estratégicamente de sectores críticos en los que la dependencia de China se volvió evidente durante la pandemia. En ese sentido, la supuesta “distensión” parece más un movimiento táctico para ganar tiempo y reposicionar intereses que un verdadero intento de reconciliación económica.
Desde Pekín, el Ministerio de Comercio celebró el acuerdo como una medida que beneficiará a productores y consumidores de ambas naciones, al tiempo que exhortó a EEUU a corregir su política de aranceles “unilaterales y erróneas”. Al otro lado del Pacífico, Washington insiste en que la reducción del déficit comercial, el acceso a mercados chinos y la eliminación de prácticas que considera insidiosas siguen siendo condiciones innegociables.
El impacto inmediato en los mercados ha sido notorio: el petróleo Brent subió más del 3%, mientras que el oro cayó un 3% al perder su papel de refugio seguro ante el alivio temporal. El euro, por su parte, se debilitó frente al dólar, y los índices bursátiles europeos como el Ibex 35 y el CAC 40 registraron ganancias. La reacción refleja un optimismo moderado: los inversionistas celebran la pausa, pero no se ilusionan con una resolución definitiva.
La tregua también evidencia el uso estratégico de la política arancelaria por parte de Trump, quien, con un enfoque transaccional, convierte cada gesto comercial en una moneda de cambio electoral. En paralelo al anuncio, el expresidente aseguró que firmará un decreto para reducir el precio de los medicamentos entre un 30% y 80%, mostrando que su narrativa económica está pensada tanto para Wall Street como para las urnas.
Pese al aparente avance, la lista de disputas bilaterales sigue siendo extensa: desde el acero y el aluminio hasta la regulación de cosméticos, pasando por la protección de datos, las inversiones extranjeras y la vigilancia digital. Resolver estas cuestiones en 90 días resulta poco probable. Sin embargo, el simple hecho de acordar un compás de espera representa, en sí mismo, un giro significativo en un contexto global dominado por la incertidumbre.
Lo que queda claro es que esta tregua arancelaria no es una paz económica, sino una pausa estratégica con fecha de expiración. Tanto EEUU como China han dejado claro que seguirán defendiendo sus intereses nacionales. Mientras tanto, el resto del mundo —desde los mercados emergentes hasta las multinacionales atrapadas entre dos fuegos— observa, calcula y espera.