Cuentos de la colonia surrealista
El consultorio número 5
En el servicio de urgencias del hospital general de la incipiente ciudad hay cinco consultorios numerados, como es de esperarse, de uno en uno del uno hasta el cinco y, uno a uno -aunque no necesariamente en el mismo orden-, pero llegando solamente hasta el número cuatro, abren y cierran sus puertas a lo largo del día y de los días, permitiendo el desfile a través de ellas de innumerables pacientes de todas las edades y con las más variadas dolencias.
El consultorio número cinco, empero, nunca abre -ni cierra- sus puertas y nadie, al parecer, ha reparado en ello.
Es natural que esto último sea así. Los pacientes van a ser atendidos, no a identificar si todas las puertas se abren, y solamente se interesan por aquella en la que el doctor o doctora en turno anuncie en voz alta su nombre. Se abre la puerta del consultorio dos, luego la del consultorio tres, luego el cuatro, luego el dos nuevamente, luego el uno, después el tres de nueva cuenta y al poco quienes estaban ya se han ido y los que llegan no reparan en que el dos y el tres ya se habían abierto un par de veces y que el cinco se mantiene cerrado y se mantendrá así incluso hasta después de que en el consultorio cuatro hagan un nuevo llamado.
Poco importa el consultorio como, en cambio, sí importa el ser recibido. Expectativa, decepción y alivio. Expectativa cuando se abre una puerta, decepción cuando el nombre es ajeno, alivio cuando se trata del propio. ¡Qué más da que sea en el consultorio uno, en el dos o en cualquier otro! ¿Qué más da que no se ábrala puerta del cinco si al final ni siquiera lo notan? Sin embargo, que el quinto consultorio no se abra y que nadie lo note no quiere decir que no haya actividad dentro de él. El consultorio número cinco es un consultorio tan activo como lo es cualquiera de los otros cuatro, si no es que más, puesto que se trata de un consultorio -único en la ciudad- que se dedica a atender fantasmas.
Uno pudiera pensar que los fantasmas no se enferman o, peor, que no existen y, quizás sea cierto para aquellas ánimas que trascienden este plano, pero el resto sí que existen y sufren afecciones -algunas más graves que otras- que requieren atención médica en el servicio de urgencias del hospital de la incipiente ciudad; específicamente en el consultorio número cinco, y es justo por ese motivo por el que su puerta nunca se abre -ni se cierra- pues los fantasmas, como es de todos sabido, tienen la fantasmagórica facultad de atravesar puertas.
Al igual que ocurre con los vivos, las dolencias de los fantasmas tienen que someterse a la escala triage para catalogar el verdadero nivel de urgencia del malestar y poder atender de manera urgente lo que sí es urgente y atender después lo que no lo es o no lo es tanto.
Así pues, una afonía que impida que los fantasmas suelten sus lamentos en las frías noches de octubre es más grave que una infección de ojos -que hasta puede dar un toque más macabro a las apariciones que hagan-, pero mucho menos urgente que un caso de pérdida de invisibilidad.
Afecciones las hay de todo tipo y, de igual manera, hay fantasmas de todas las edades. Están quienes se acaban de estrenar como presencias y están los que llevan siglos deambulando por el mundo. Es por ello que la sala de espera se encuentra siempre abarrotada, aunque los humanos no perciban a los fantasmas ni reparen en el hecho de que la puerta del consultorio cinco permanezca cerrada, a diferencia de la tres, que se ha abierto en este momento por tercera vez.
Yo sigo esperando mi turno, viviendo constantemente la decepción por no escuchar mi nombre. Supongo que una lesión en mi capacidad de levitar no es tan importante o urgente como la del fantasma que acaba de traspasar la puerta del consultorio número cinco y que, contrario a mis trece días que llevo esperando, no tenía ni cinco minutos que acababa de llegar.