En diálogo
El papa Francisco y los trabajadores
Parece lejana la fecha del fallecimiento del Papa Francisco, ocurrido el pasado 21 de abril; sin embargo, la relevancia de su legado y su cercanía con el pueblo y sus anhelos hacen de este un tema importante para reflexionar. Son pocos, realmente muy pocos, los representantes de la Iglesia Católica que han destacado por su postura progresista, su conducta íntegra y su compromiso con la justicia y con los sectores más vulnerables.
Dedico estas líneas precisamente después de las actividades conmemorativas del 1° de mayo, Día de los Trabajadores, porque Jorge Mario Bergoglio fue un líder eclesiástico que, a lo largo de su trayectoria, demostró cercanía y compromiso con la clase trabajadora, así como con los migrantes que, por distintas circunstancias, deciden abandonar su país de origen para laborar en otro, muchas veces de forma ilegal y bajo condiciones injustas marcadas por el racismo y la xenofobia.
En diversas ocasiones, tanto durante su vida sacerdotal como en su pontificado, Bergoglio se pronunció contra las condiciones laborales precarias y a favor de un sistema de seguridad social efectivo y de la participación de los obreros en sindicatos. “No hay sindicato sin trabajadores y no hay trabajadores libres sin sindicato. Vivimos en una época que, a pesar de los progresos tecnológicos -y a veces precisamente a causa de ese sistema perverso que se define como tecnocracia- ha decepcionado en parte las expectativas de justicia en el ámbito laboral”, manifestó en referencia a su encíclica Laudato si’, un importante documento sobre el cuidado del medio ambiente.
En 2022, durante una audiencia pública, delineó su visión sobre el trabajo: “(El trabajo) es una experiencia primaria de ciudadanía, en la que se configura una comunidad de destino, fruto del compromiso y de los talentos de todos. Esta comunidad es mucho más que la suma de las distintas profesiones, porque cada uno se reconoce en la relación con los demás y para los demás. Y así, en el tejido ordinario de conexiones entre las personas y los proyectos económicos y políticos, el tejido de la democracia cobra vida día a día. Es un tejido que no se hace en una mesa de algún edificio, sino con laboriosidad creativa en fábricas, talleres, empresas agrícolas, comerciales, artesanales, obras de construcción, administraciones públicas, escuelas, oficinas, etc. Viene de abajo, de la realidad”.
Con esta postura, Francisco reforzó el compromiso social de la Iglesia expresado desde la encíclica Rerum novarum, del Papa León XIII, que aborda el salario justo y el derecho a la sindicalización. Francisco subrayó que los sindicatos y movimientos obreros deben ser expertos en solidaridad, sin caer en el individualismo colectivista que solo vela por sus agremiados, ignorando a otros sectores marginados.
Este compromiso fue reconocido por el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador, quien afirmó que el Papa Francisco demostró ser un verdadero cristiano, congruente con sus ideales, y cercano a los movimientos populares.
No debería resultar extraño que una figura de izquierda coincida y respalde ciertas posturas dentro de la Iglesia Católica. Existen corrientes progresistas como la Teología de la Liberación, con representantes destacados como Leonardo Boff, Hans Küng, Óscar Arnulfo Romero, y en México, Sergio Méndez Arceo y Samuel Ruiz, quienes han desarrollado una teología centrada en la justicia, la democracia y la equidad. En el Papa Francisco fue posible encontrar un eco de esas visiones.
En este contexto, hablar del legado de Francisco tras su fallecimiento y en fechas cercanas al Día del Trabajo permite agradecer los momentos de apertura social que promovió desde su posición. Asimismo, nos invita a desear que el próximo pontífice continúe por esta senda progresista y no se dé un retroceso, especialmente en un escenario global marcado por el avance de posturas conservadoras e incluso ultraconservadoras.
El legado del Papa Francisco es vasto. Destacan especialmente sus cartas encíclicas Laudato si’, sobre la responsabilidad colectiva frente al medio ambiente, y Fratelli tutti, sobre la fraternidad y la amistad social como fundamentos para construir un mundo más justo. En esta última, propone una “política del encuentro” que prioriza la dignidad humana y el bien común, rechazando el individualismo y el egoísmo.
En un mundo donde resurgen expresiones de nacionalismo mal entendido que fomentan el racismo, el clasismo o la xenofobia, los planteamientos de Francisco abren paso a relaciones más humanas y solidarias.
Me atrevo a decir que pocas veces, en tiempos recientes, se ha tenido a un líder de la Iglesia Católica con una postura reformadora, progresista y abierta al reconocimiento de sectores históricamente marginados. Por ello, su legado debe ser valorado y recordado.




