Una losa de piedra caliza, tallada hace más de mil años en lo que hoy es el sur de Yucatán, está a punto de volver a casa. No en silencio ni bajo el radar, sino con una narrativa que interpela el papel de los museos, las colecciones privadas y el comercio global de artefactos arqueológicos. El fragmento maya, que representa a una figura con máscara y tocado en gesto de diálogo, fue repatriado simbólicamente a México desde el Museo Nacional de Arte Mexicano (NMMA) en Chicago, aunque permanecerá en exhibición en esa ciudad durante un año más antes de cruzar la frontera.
El panel, datado entre los años 600 y 900 d.C. y probablemente originario de la región Puuc, pasó décadas en la colección privada del empresario Joseph Sullivan. Fue exhibido en los años 60 y 70 en instituciones como el Museo Metropolitano de Nueva York y el Museo de Brooklyn. Hoy, sus descendientes —alejados del viejo hábito de acumular arte ajeno como trofeo— decidieron devolverlo al país al que pertenece. Lo hicieron a través del NMMA, con el apoyo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Gobierno de México.
El acto no solo es un regreso físico, sino también simbólico y pedagógico. Diego Prieto Hernández, director general del INAH, lo calificó como un “gesto ejemplar” que refuerza los lazos entre instituciones culturales de ambos países. Y es que, más allá de las piezas, lo que está en juego es el modelo de museología que impera en el siglo XXI: ya no se trata de atesorar objetos, sino de tejer relaciones con las comunidades de origen, de contar historias más completas y justas.
Por eso, antes de llegar a México, el panel será exhibido durante un año más en el NMMA de Chicago. La decisión responde a un objetivo claro: que niñas, niños y jóvenes de origen mexicano en EE.UU. puedan reconocer en esa piedra tallada una conexión con su historia ancestral, entender el daño del tráfico ilícito de patrimonio y, quizás, inspirarse a reclamar lo que ha sido desplazado por siglos.
El gesto fue también celebrado por la cónsul general de México en Chicago, Reyna Torres Mendivil, quien subrayó que el patrimonio cultural debe estar disponible para el disfrute público, y no confinado a colecciones privadas. Por su parte, Cesáreo Moreno, director de Artes Visuales del NMMA, insistió en que “el siglo XXI ya no se trata de coleccionar piezas, sino de trabajar junto con las comunidades”.
La pieza, de 119 × 53 × 9.5 centímetros, es solo un fragmento de un conjunto mayor: dos figuras enfrentadas en lo que podría haber sido una escena ritual de comunicación. Su regreso, aunque parcial, abre la puerta a debates urgentes sobre el futuro de miles de objetos arqueológicos mexicanos que aún están en manos privadas o en vitrinas extranjeras sin contexto.
Antonio Saborit, director del Museo Nacional de Antropología, lo resumió con claridad: reintegrar una pieza como esta no es solo un acto logístico o diplomático, sino también una responsabilidad histórica y cultural. Se trata de volver a vernos reflejados en nuestra propia herencia, fuera de los mármoles blancos y las etiquetas en inglés.
Mientras tanto, este fragmento maya hablará —como sugiere su postura tallada— desde una vitrina en Chicago. No solo de su pasado, sino del presente en que los pueblos reclaman su historia y los museos empiezan, lentamente, a escuchar.