Bajo presión
La censura que no es censura
En este país ya no hace falta preguntarse si el poder se ejerce con inteligencia, basta con observar cómo se justifican las decisiones para saber que, más que gobernar, se está haciendo pedagogía de la confusión.
En la conferencia matutina, la presidenta Claudia Sheinbaum anunció la eliminación del artículo 142 de la iniciativa que reforma la Ley de Telecomunicaciones, ese que, según la oposición, abría la puerta a la censura en plataformas digitales. Pero tranquilos todos, que no era censura. Era una libertad muy libre, tan libre que decidieron eliminarla para que nadie confundiera esa libertad con censura. Como quien guarda el cuchillo para que no le digan asesino, aunque jure que sólo pensaba en cortar pan.
“Para que no haya ningún debate, ninguna discusión, de que eso significa censura, se elimina ese artículo”, dijo la presidenta desde el púlpito mañanero. Es decir, para garantizar la libertad de expresión se evade discutir sobre los límites a la libertad de expresión. Genial.
Lo que sigue es el giro narrativo que no falla en los discursos de este sexenio: la oposición, claro, es la que no entiende nada. Asegura Sheinbaum que su reforma “fortalece la libertad de expresión” y que “toda la vida he luchado contra la censura”. La duda no está en su trayectoria, sino en las letras chiquitas que acompañan los actos de gobierno. Porque no hay nada más delicado que una ley que toca las telecomunicaciones sin el suficiente debate público, sin la crítica técnica, sin la participación de quienes usan, y defienden, las plataformas digitales como trincheras de la democracia.
Pepe Merino, titular de la Agencia de Transformación Digital, será el próximo en subirse al escenario. Vendrá a explicar, asegura Sheinbaum Pardo, “en qué consiste la propuesta”. Aplausos para el suspenso. Aunque sería más sensato que esas explicaciones llegaran antes de proponer leyes y no después de desatar sospechas. Pero así funciona esta nueva era: primero se impulsa la reforma, luego se quita lo que incomoda, y al final se explica lo que quedó.
El artículo 142 fue el chivo expiatorio. Su sacrificio no borra el espíritu de control que puede permear otras partes de la reforma. Porque mientras el debate se disuelve en la superficie, lo verdaderamente importante, la garantía del acceso libre a la información, la protección de los datos, la pluralidad de medios, el respeto a las audiencias, se queda en segundo plano, o como dijo la propia mandataria, “en segundo término”.
Y en esa frase, quizás sin querer, está el corazón de esta historia: los derechos fundamentales, incluidos los de las audiencias, no se conquistan con buenas intenciones ni con discursos bien armados en Palacio Nacional. Se protegen con leyes claras, con vigilancia ciudadana, con instituciones sólidas y, sobre todo, con una prensa y una sociedad que no se conforman con que les digan que no hay censura. Porque cuando se tiene que repetir tantas veces que no es censura… tal vez sí lo es.
Lo que sigue sobre este tema es la maroma discursiva que realizarán las vocerías morenitas en defensa de la decisión presidencial de eliminar el artículo; Sheinbaum Pardo ya dio una pista sobre qué deben decir, cuando en la conferencia señaló que “Gracias a la 4T llegó la libertad de expresión. Ya no hay censura, se puede hablar contra la presidenta en cualquier medio de comunicación, televisoras y nadie les habla por teléfono para censurarlos, como era antes”.
Tenga por seguro que no faltarán miles de sugerencias para que los ciudadanos manifestemos nuestra gratitud ante el poder por darnos la libertad de expresión. Que aplaudamos cada reforma con olor a barniz democrático y que celebremos que ahora sí todo es distinto. Que reconozcamos, como buenos súbditos en época de transformación, que ahora la libertad no se impone ni se restringe, sino que se concede por decreto, se administra desde la mañanera y se monitorea con algoritmos nacionales.
Más allá de los gestos simbólicos y de las victorias retóricas, queda el terreno de lo real: la ley, los mecanismos de regulación, la capacidad institucional y la participación ciudadana efectiva. Ahí es donde se juega la libertad, no en la narrativa, sino en las condiciones que la sostienen. Y si algo enseña la historia de este país es que cada centímetro ganado en derechos ha sido el resultado de luchas, no de favores; de exigencias, no de concesiones.
Así que no, no se trata de un simple artículo eliminado por prudencia. Se trata de una señal sobre cómo se entienden y cómo se intentan moldear los límites del debate público en esta nueva etapa del poder. Si el primer reflejo es borrar lo que incomoda sin asumir su contenido, sin discutirlo a fondo, sin contrastarlo con argumentos, entonces la sospecha permanece. Porque lo que se elimina sin explicación, puede regresar sin aviso.
Y cuando eso pase, si pasa, nos dirán otra vez que no es censura. Que es por nuestro bien. Que hay que tener cuidado con lo que se dice. Que hay que cuidar la convivencia digital. Que hay que proteger a los niños. Que hay que ordenar el debate. Y que, por supuesto, seguimos siendo libres. Muy libres. Tanto, que ya ni necesitamos leyes para saber hasta dónde llega nuestra libertad.
Coda. Robert Francis Prevost es el nuevo líder de la iglesia católica, el misionero tomó el nombre de León XIV, durante los días siguientes ese será el tema principal de la discusión pública, por la importancia de esa institución ojalá sea fructífera la conversación.
@aldan