Mezquinos | Bajo presión por Edilberto Aldán - LJA Aguascalientes
19/06/2025

 

La calidad de la conversación pública en nuestro país se encuentra en un punto alarmantemente bajo, un lodazal donde chapoteamos sin lograr emerger de la densa polarización que nos inoculó el gobierno anterior. Hemos internalizado, peligrosamente, la noción de que el espectro político se reduce a dos bandos irreconciliables, trincheras extremas desde las cuales se dictamina sobre cada asunto de interés colectivo. La esencia del debate se diluye, eclipsada por la compulsión de defender o denostar, sin importar la naturaleza intrínseca del tema en cuestión.

Desde hace décadas, incluso para aquellos con un conocimiento superficial de la Secretaría de Marina, los viajes del buque escuela Cuauhtémoc han representado un motivo genuino de orgullo nacional, un símbolo de la gallardía y la disciplina de nuestra gente de mar. El reciente percance sufrido por esta emblemática nave, sin embargo, ha puesto de manifiesto de manera cruda y reveladora la pobreza argumentativa de la oposición y la hipócrita autoridad moral que, arrogantemente autoconcedida, permite al oficialismo erigirse en juez y parte, descalificando cualquier voz disidente.

Resulta pasmosamente sencillo confrontar la tangible realidad del incidente -las cifras frías, los hechos irrefutables- con el discurso triunfalista y a menudo desconectado de la realidad que emana desde las esferas del poder. Pero nada de esto parece importar, pues la respuesta recurrente, el escudo invulnerable ante cualquier crítica, es la encuesta de popularidad. Lo verdaderamente grave, lo que carcome los cimientos de un diálogo sano, es la flagrante ausencia de mesura en la conversación pública. Ante la apremiante necesidad de ideas frescas y constructivas para abordar los complejos desafíos que enfrenta la nación, la oposición ha optado, lamentablemente, por la estrechez de miras, por la mezquindad más ramplona.

Como aves de rapiña al acecho, la oposición, históricamente más atenta al descalabro ajeno que a la construcción de alternativas viables, olfateó la contingencia del Cuauhtémoc como los chacales presienten la sangre a kilómetros de distancia. Apenas habían cesado los trabajos para mitigar los daños en las cubiertas del buque cuando ya la legión de opinólogos de café, los ejércitos de tuiteros adoctrinados y los políticos oportunistas, con el pecho inflado de un patriotismo tan efímero como electoral, se apresuraban a transformar una avería técnica, lamentable pero subsanable, en una supuesta crisis de proporciones nacionales.

Encabezando este triste espectáculo, la senadora Kenia López Rabadán se erigió como la figura central: una actriz secundaria con una insaciable sed de protagonismo, una eterna profeta de un apocalipsis que nunca termina de consumarse. Con la premura de quien teme que su momento de tribuna se desvanezca, lanzó su diatriba: “¡Negligencia! ¡Irresponsabilidad!”, palabras huecas, desprovistas de análisis profundo, que se desinflan miserablemente al contacto con la complejidad de la verdad. Su libreto parece inmutable: un gobierno inherentemente villano, ella encarnando el papel de víctima inmaculada, y el escenario, invariablemente, una desgracia ajena convenientemente explotada.

Lo verdaderamente obsceno de esta puesta en escena no es el histrionismo burdo, sino el profundo desprecio que subyace a sus palabras. Desprecian hoy a las mismas Fuerzas Armadas a las que rendían pleitesía hace apenas unas semanas, simplemente porque ahora, en este coyuntural tropiezo, les resulta conveniente para su narrativa destructiva. Hojean con avidez el código naval, no con el ánimo de comprender o señalar áreas de mejora, sino como si fuera un catálogo de ofensas prefabricadas. Se envuelven en la bandera tricolor, no por un genuino amor patrio, sino para utilizarla como una cortina de humo, ocultando sus verdaderas intenciones. México, tristemente, sigue siendo un país de traiciones bien maquilladas: aquí se clava el puñal dialéctico entre discursos grandilocuentes y se tuitea el crimen con el escudo nacional como máscara en la foto de perfil.

Sí, la crítica fundamentada es no solo necesaria, sino vital para la salud de cualquier democracia. Pero una cosa es ejercer una vigilancia rigurosa sobre el actuar del gobierno, señalar errores y exigir responsabilidades con argumentos sólidos, y otra muy distinta es convertir un percance técnico en un circo mediático, en un espectáculo grotesco diseñado para obtener réditos políticos efímeros. La senadora y su séquito de corifeos cruzaron esa línea con un entusiasmo preocupante: convirtieron a los jóvenes cadetes en mera utilería de su drama, a las averías en herejías imperdonables, y al noble buque Cuauhtémoc en el blanco de un desprecio tan intenso como desechable.

Mientras ellos contabilizaban clics y retuits, los verdaderos protagonistas, los marinos, se dedicaban a evaluar los daños reales, a poner manos a la obra para reparar lo necesario. Mientras se redactaban discursos indignados, cargados de lugares comunes y frases altisonantes, los técnicos especializados revisaban minuciosamente cada perno, cada soldadura. Porque los barcos verdaderos, al igual que las patrias que merecen respeto, se reparan con manos firmes y conocimiento técnico, no con hashtags vacíos ni con proclamas incendiarias en redes sociales.


Los mezquinos, en cambio, seguirán irremediablemente varados en su propio lodazal de resentimiento y oportunismo. Allí, donde el fango brilla con la luz artificial de las pantallas, continuarán representando su comedia cínica: fingiendo un amor desmedido por las instituciones que socavan con su actitud obstruccionista, derramando lágrimas de cocodrilo por una patria que, en sus actos, parecen dispuestos a subastar al mejor postor, y exigiendo transparencia a diestra y siniestra desde la opacidad de sus propios intereses inconfesables.

El mar, ese juez implacable que no necesita toga ni estrado, siempre termina dictando sentencia. No existe trending topic ni campaña viral que pueda rescatar del olvido a los mediocres, a aquellos que confunden la crítica destructiva con la construcción de alternativas. Mientras el majestuoso Cuauhtémoc vuelve a alzar sus velas y continúa su travesía, ellos seguirán anclados en su pantano de pequeñez, aferrados a la ilusoria creencia de que un tuit hiriente los convierte en héroes de la nación.

Entre la mezquindad de quienes creen que tienen la razón por su popularidad y el extremo en que se olvida a los muertos con tal de sacar raja, pareciera que no hay hacia dónde hacerse.

Coda. Ilusos, la mezquindad no flota, siempre, más temprano que tarde, termina inevitablemente naufragando.

@aldan


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