El peso de las razones
Mi posición
Mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarlas mientras viva…
Miguel de Unamuno, “Mi religión”
Me ocurre con frecuencia que, después de escribir o intervenir públicamente, alguien me pregunta cuál es mi posición. Los izquierdistas suelen considerarme de derechas, y los de derechas de izquierdas. Para los progresistas soy un rancio conservador, y para los conservadores poco menos o más que un revolucionario trasnochado. No le doy mayor importancia a su espasmo mental. Como Miguel de Unamuno en su ensayo “Mi religión”, me veo confrontado con una pregunta cuya respuesta rehúyo deliberadamente. No evito responder, sin embargo, por capricho, sino por el propósito consciente de rechazar el encasillamiento cómodo, ese que gusta tanto a los espíritus sedentarios que evitan esforzarse por comprender.
Esta pregunta, la mayoría de las veces, no es inocente. Revela una ansiedad por etiquetar, simplificar y reducir la complejidad a esquemas digeribles. La etiqueta ofrece confort intelectual; permite catalogar rápidamente al otro como amigo o enemigo, aliado o rival, hereje o fiel. Frente a esta actitud perezosa, afirmo que mi única posición, si acaso, es tener una deferencia absoluta ante la verdad. Como Unamuno, considero una forma de violencia intelectual pretender soluciones fáciles, respuestas definitivas y dogmas inamovibles.
La pereza intelectual prefiere adscribir a las personas a grupos o sectas, fomentando identidades monolíticas y dogmáticas. Las etiquetas políticas, ideológicas o religiosas se transforman rápidamente en credos inamovibles, en banderas bajo las cuales marchar sin cuestionar demasiado hacia dónde ni por qué. Por eso rechazo radicalmente ser ubicado en etiquetas prefabricadas como izquierda, derecha, conservador o progresista. En cada una veo una invitación al fanatismo y una claudicación del pensamiento crítico.
Esta actitud no significa, sin embargo, una cómoda equidistancia moral, sino un compromiso profundo con la verdad y con la posibilidad de equivocarse. La certeza absoluta es una fantasía peligrosa: históricamente, quienes han creído poseerla han impuesto sufrimientos incontables. Las etiquetas políticas, en especial hoy, conducen rápidamente a sectarismos violentos, intolerancias disfrazadas de virtudes, y censuras revestidas de pureza moral.
Afirmar que hay verdades y errores tanto en la izquierda como en la derecha no implica una ingenua neutralidad. Al contrario, implica un compromiso ético con la incertidumbre, un falibilismo lúcido que reconoce que la verdad no puede ser monopolizada por ningún grupo. Lo mismo ocurre con el progresismo y el conservadurismo: ambos albergan ideas valiosas junto a prejuicios evidentes. Reconocer esta dualidad es mucho más exigente que adscribirse ciegamente a un bando.
La obsesión actual con las etiquetas recuerda demasiado a aquellas inquisiciones medievales que imponían la ortodoxia a costa del libre pensamiento. El izquierdista actual, como denunciaba Nicolás Gómez Dávila, cree refutar una opinión acusando de inmoralidad al opinante. Del mismo modo, el derechista contemporáneo acusa de ingenuidad o perversión al progresista. Ambos grupos practican una especie de excomunión moderna que castiga la desviación, no con hogueras, pero sí con cancelaciones, ostracismos digitales y escraches públicos.
Mi posición, entonces, no es otra que rechazar ese juego perverso. No busco encajar en un molde que limite mi capacidad de cuestionar, criticar, dudar o reconocer mérito en ideas diversas. El espíritu libre debe defenderse contra esta tentación constante de afiliación automática, de identificarse por defecto con banderas ajenas. Toda etiqueta simplifica, y al simplificar, empobrece.
Reconocer que las etiquetas fomentan la comodidad identitaria implica cuestionar también las propias. Es incómodo vivir sin etiquetas, porque implica estar permanentemente dispuesto a cambiar de opinión frente a mejores razones o mejores evidencias. Pero precisamente en esa incomodidad está la fuerza intelectual y moral que tanto hace falta en nuestros tiempos polarizados.
Unamuno decía que su religión era luchar incesantemente con el misterio, incluso sabiendo que probablemente nunca lo resolvería del todo. Mi posición, en analogía, es luchar constantemente contra las simplificaciones, las reducciones y los dogmatismos, incluso sabiendo que la tentación de la etiqueta siempre acecha. Esa lucha es mi forma de respeto profundo hacia la honestidad intelectual.
Muchos, quizá, perciben esta actitud como inconsistencia o indecisión. Pero pienso que no hay mayor coraje intelectual que el de mantener la mente abierta y dispuesta a revisar sus convicciones. Esto no implica debilidad, sino la fortaleza de quien sabe que toda convicción es provisional y toda certeza, relativa.
Por eso me niego a dar respuestas cómodas o conclusiones prematuras. Si me preguntan si soy de izquierda o de derecha, progresista o conservador, responderé simplemente que busco la verdad, sabiendo perfectamente que ésta rara vez se encuentra en estado puro en un único lugar. Cada etiqueta, cada identidad monolítica, cada secta ideológica, no solo encadena el pensamiento, sino que nos empobrece como individuos.
Quizá en este mundo obsesionado con clasificar y etiquetar, la actitud más revolucionaria y profundamente ética sea precisamente la de rechazar todas las etiquetas posibles. Este rechazo es, en sí mismo, una declaración de principios contra la pereza intelectual y contra el tribalismo contemporáneo.
Mi posición, al final, no es una postura fija, sino un método: interrogar constantemente las propias ideas, exponerse a críticas, valorar la duda más que la certeza y preferir siempre la honestidad intelectual sobre cualquier comodidad ideológica. Este es un camino difícil, incómodo y a menudo solitario, pero también profundamente liberador. Porque, como decía Unamuno, lo único verdaderamente importante es agitar, despertar, cuestionar. No dar respuestas prefabricadas, sino fomentar la curiosidad. Esa es mi posición, si acaso puede llamarse así. Y es una posición en permanente movimiento.