Tras más de tres años de negociaciones, la Asamblea Mundial de la Salud aprobó por consenso el primer Acuerdo de la OMS sobre Pandemias, con 124 votos a favor y 11 abstenciones. El documento, que aún debe ser ratificado por al menos 60 países para entrar en vigor, busca establecer mecanismos multilaterales para prevenir, preparar y responder colectivamente a futuras pandemias.
Lejos de pretender un control supranacional, el acuerdo subraya que no otorga poder a la OMS para interferir en la legislación o políticas nacionales sobre confinamientos, vacunas o movilidad. De este modo, se intenta calmar suspicacias sobre una posible pérdida de soberanía que empañaron parte del proceso negociador.
La aprobación se da en un contexto en que las heridas de la pandemia de COVID-19 siguen frescas. La desigualdad en el acceso a vacunas, diagnósticos y tratamientos quedó evidenciada, y el acuerdo reconoce ese fracaso como punto de partida. “La COVID-19 fue un electroshock”, recordó la embajadora francesa Anne-Claire Amprou, quien copresidió las negociaciones. La declaración no es retórica: durante los primeros meses de la pandemia, países de ingresos altos acapararon los insumos, mientras el sur global esperaba incluso oxígeno.
El nuevo acuerdo no solo establece principios. Propone un Sistema de Acceso a Patógenos y Distribución de Beneficios (PABS, por sus siglas en inglés), el cual debe aún ser redactado y adoptado. En él, los fabricantes que se adhieran deberán poner a disposición de la OMS el 20% de su producción en tiempo real de vacunas, pruebas y terapias ante futuras pandemias.
Además, se prevé la creación de una Red Mundial de Cadenas de Suministro y Logística, así como un Mecanismo Financiero de Coordinación, con el fin de eliminar barreras al acceso de productos sanitarios durante emergencias, sobre todo para países en desarrollo.
Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, no escatimó en calificativos: habló de un “triunfo para la salud pública, la ciencia y la acción multilateral”. Por su parte, Teodoro Herbosa, presidente de la Asamblea y funcionario filipino, insistió en que el acuerdo es un reflejo de soberanía, no una cesión. Según su perspectiva, el hecho de que los gobiernos hayan impulsado esta iniciativa demuestra su autonomía para proteger a sus poblaciones de futuras crisis sanitarias.
Sin embargo, no todos los países se subieron al tren. Estados Unidos, bajo el nuevo mandato de Donald Trump, se retiró de las negociaciones en los últimos meses y ni siquiera envió delegados a Ginebra. Aunque su salida formal de la OMS será efectiva hasta enero próximo, su ausencia simbólica en esta decisión histórica fue evidente.
Otro punto clave es que este es solo el segundo acuerdo internacional bajo el Artículo 19 de la Constitución de la OMS, después del Convenio Marco para el Control del Tabaco (2003). Su carácter legal y vinculante no es menor, aunque su implementación dependerá de la voluntad política de los Estados para ratificarlo y cumplirlo.
El reto, ahora, es pasar del papel a los hechos. Si la crisis de 2020 dejó una enseñanza, es que la prevención cuesta menos que la improvisación. La siguiente pandemia —porque vendrá, tarde o temprano— pondrá a prueba si este pacto global fue solo una declaración de intenciones… o un verdadero cambio estructural.




