Donald Trump proclamó un “avance histórico” hacia el fin de la guerra entre Rusia y Ucrania, tras una llamada de dos horas con Vladimir Putin este 19 de mayo. Según el presidente estadounidense, ambos mandatarios acordaron iniciar “de inmediato” negociaciones para un alto al fuego. El anuncio fue celebrado por Trump en sus redes sociales como un triunfo de su diplomacia personal, aunque la situación sobre el terreno sigue contando otra historia: ataques masivos con drones por parte de Moscú y condiciones previas que mantienen a Ucrania en vilo.
En sus declaraciones, Trump destacó el “excelente tono y espíritu” del diálogo con Putin, asegurando que ambos países trabajarán en un “memorando de paz”. Putin, por su parte, confirmó su disposición a colaborar con Kiev en la elaboración de dicho documento, incluyendo principios para un acuerdo y su calendario de implementación. Además, el mandatario ruso agradeció a Trump su papel como intermediario, en lo que parece un reposicionamiento de la Casa Blanca frente al Kremlin.
Sin embargo, el entusiasmo de Washington no es compartido sin reservas por Kiev. El presidente Volodímir Zelenski afirmó que su gobierno está esperando conocer la propuesta rusa antes de comprometerse a una reunión multilateral. Señaló que Ucrania considera viable un encuentro entre los líderes de Estados Unidos, Rusia, Ucrania, la Unión Europea y Reino Unido, posiblemente con sede en Turquía, Suiza o el Vaticano.
Los antecedentes inmediatos al anuncio complican aún más el panorama. El 16 de mayo, tras las primeras conversaciones directas entre Rusia y Ucrania en tres años, las delegaciones acordaron únicamente un intercambio de prisioneros. Kiev denunció que Moscú impuso condiciones “inaceptables”, como el retiro del ejército ucraniano de su propio territorio. Un alto al fuego sigue fuera de alcance si Rusia no flexibiliza sus exigencias, que incluyen también el rechazo formal de Ucrania a unirse a la OTAN.
Mientras Trump se apresuraba a comunicar la “buena nueva” a Zelenski y a líderes europeos, el mismo día del anuncio —domingo 18— Rusia ejecutó el ataque con drones más grande desde el inicio de la invasión, según fuentes ucranianas. También se sospecha que Moscú intentó lanzar un misil balístico intercontinental, aunque esto no ha sido confirmado oficialmente. Esta aparente contradicción entre la retórica pacificadora y la escalada militar ha generado escepticismo en la comunidad internacional.
Desde Europa, Emmanuel Macron puso sobre la mesa una exigencia clara: que Putin acepte un alto al fuego incondicional de 30 días como primer paso hacia la desescalada. Pero el mandatario ruso se ha mantenido firme en que los combates no pueden detenerse sin que se resuelvan “condiciones cruciales”, en particular las relacionadas con el estatus de las regiones ucranianas bajo control ruso.
En paralelo, el vicepresidente estadounidense J.D. Vance reconoció el “impasse” actual y sugirió que si Moscú no se muestra realmente dispuesto a negociar, EE. UU. podría retirarse del esfuerzo diplomático. “No es nuestra guerra”, advirtió, dejando entrever un eventual desinterés estratégico de Washington si los intentos de mediación fracasan.
Así, el supuesto viraje hacia la paz impulsado por Trump queda suspendido entre promesas vagas y hechos concretos que apuntan a lo contrario. A juzgar por la realidad militar y las condiciones impuestas, aún no está claro si esta danza diplomática podrá convertirse en un verdadero cese de hostilidades o si, como insinuó Vance, simplemente se dirá: “valió la pena intentarlo, pero ya no lo haremos”.




