El otrora vínculo estratégico entre Elon Musk y Donald Trump ha mutado en un distanciamiento político frontal, que esta semana tuvo un nuevo episodio: el dueño de Tesla y X calificó de “abominación repugnante” el megaproyecto fiscal promovido por la Casa Blanca y aprobado apenas por la Cámara de Representantes. La reforma, bautizada con entusiasmo propagandístico por Trump como One Big, Beautiful Bill Act, busca extender beneficios fiscales a los más ricos, aumentar el gasto militar y eliminar subsidios clave para industrias verdes. Para Musk, eso representa no solo un error de política pública, sino una amenaza directa a la salud fiscal del país.
Los ataques del magnate llegaron apenas días después de su salida del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), órgano que lideró con recortes severos a programas sociales y con una retórica similar a la de Trump. Pero ahora, liberado de esa lealtad institucional, Musk parece decidido a usar su megáfono digital para influir en la agenda conservadora desde fuera. “Este proyecto es escandaloso y lleno de favoritismos”, publicó en X, señalando que contribuirá a llevar a Estados Unidos “a la bancarrota”.
El punto de ruptura es evidente: el proyecto propone eliminar créditos fiscales para vehículos eléctricos, lo que afecta directamente los intereses de Tesla, mientras se destinan recursos a recortes fiscales regresivos y a robustecer políticas de militarización fronteriza. Aunque el presidente de la Cámara, Mike Johnson, afirmó que Musk “entendía las virtudes” de la ley tras conversar con él, las publicaciones del empresario sugieren lo contrario. Incluso ha insinuado su disposición a financiar campañas contra legisladores que apoyen la iniciativa, una ironía si se considera que sus propios PACs invirtieron más de 30 millones de dólares en apoyar a republicanos durante el último ciclo electoral.
La Casa Blanca, por su parte, ha minimizado los comentarios. La portavoz Karoline Leavitt aseguró que “el presidente sabe cuál es la postura de Musk”, y repitió el eslogan de que la propuesta es un “proyecto de ley grande y hermoso”. Sin embargo, las cifras contradicen ese optimismo: la Oficina Presupuestaria del Congreso estima que la reforma podría aumentar el déficit federal en más de un billón de dólares, incluso considerando un crecimiento económico favorable. Otras proyecciones independientes elevan el posible daño fiscal a entre dos y cuatro billones en la próxima década.
En el Senado, el proyecto ya enfrenta resistencia, incluso entre los republicanos. Aunque Trump ha advertido que no permitirá recortes a Medicaid —clave para su base electoral—, algunos senadores fiscalistas exigen precisamente ese tipo de ajustes para compensar el incremento del gasto.
La crítica de Musk se inscribe en una trayectoria reciente de distanciamiento con el trumpismo, que ha incluido desde burlas al asesor comercial Peter Navarro hasta intentos fallidos de influir en elecciones locales a través de su plataforma X. Aunque el magnate mantiene una retórica ambigua sobre su afinidad con el expresidente, su comportamiento revela una agenda más autónoma y volátil, en la que el interés empresarial pesa más que la disciplina partidaria.
Mientras tanto, algunos demócratas han aprovechado el momento para validar las denuncias de Musk. El senador Chuck Schumer, por ejemplo, llevó impresas las publicaciones del empresario a su conferencia de prensa y declaró: “Tiene razón. Los republicanos deberían escucharlo”.
Musk, armado esta vez no con recortes administrativos sino con memes y publicaciones virales, parece dispuesto a convertirse en un actor político incómodo. No tanto por sus propuestas —inconsistentes y centradas en su beneficio empresarial—, sino por la desestabilización que genera dentro de una derecha que lo acogió como aliado, y que hoy ve en él a un disidente impredecible.




