La moda no suele detenerse, pero cuando Anna Wintour mueve una ficha, todo el tablero editorial se reconfigura. Tras 37 años al frente de Vogue Estados Unidos, Wintour deja su cargo como editora en jefe, aunque en la práctica continúa como la figura más poderosa de la revista y del conglomerado Condé Nast. El anuncio, que provocó reacciones globales y titulares apresurados sobre una supuesta “renuncia”, ha sido más un ajuste estratégico que una despedida.
Según CNN y medios especializados en moda, el movimiento forma parte de una reorganización global iniciada en 2020, cuando Condé Nast unificó las estructuras editoriales bajo un liderazgo central. Ahora, en lugar de buscar una nueva editora en jefe, se nombrará a un Head of Editorial Content que estará bajo supervisión directa de Wintour, quien mantiene sus cargos como directora de contenido global de Condé Nast y directora editorial global de Vogue.
Lejos de ceder el trono, la británica de 75 años continúa manejando los hilos de todo un imperio editorial que abarca títulos como GQ, Vanity Fair, AD, Glamour, Wired o Bon Appétit, con excepción de The New Yorker. Además, seguirá liderando dos de sus creaciones insignia: la Met Gala y Vogue World, eventos que han elevado a Vogue más allá de una revista para convertirla en una marca cultural omnipresente.
El momento elegido para este cambio no es menor. La transición se da justo cuando Vogue enfrenta presiones para diversificarse, innovar en formatos y competir en un entorno digital cambiante. En ese contexto, la figura de Wintour se adapta: no desaparece, pero se redistribuye. Como explicó ella misma al personal: seguirá involucrada en las decisiones clave y mantendrá su lugar como “editora de tenis y teatro de Vogue a perpetuidad”.
Los medios como Vanity Fair, CNN y Vogue España coinciden en señalar que este relevo no representa una pérdida de influencia, sino una maniobra para extender su poder sobre todo el ecosistema editorial de Condé Nast. De hecho, su legado en la revista es ineludible: desde su primera portada en 1988 con jeans de Guess y chaqueta de Lacroix, hasta la inclusión de celebridades, políticos y modelos racializadas que antes eran ignoradas por la “alta moda”.
Pero Anna Wintour no solo es historia viva del periodismo de moda: es también una marca en sí misma. Según estimaciones de medios financieros citados por Quién y Glamour México, su fortuna personal ronda los 50 millones de dólares, con salarios que oscilaron entre 2 y 4 millones anuales, viáticos de lujo, acceso VIP a los eventos más exclusivos del planeta, y un presupuesto anual de 200 mil dólares para vestuario.
Su poder, sin embargo, no solo se mide en cifras. La llamada “nepo baby” —por sus vínculos familiares con el mundo editorial británico— ha sido la gran curadora de diseñadores emergentes, usando plataformas como el CFDA/Vogue Fashion Fund para impulsar a nuevas generaciones. Su ojo estratégico ha redefinido lo que significa estar “a la moda” y su legado ya se estudia como fenómeno cultural, comparable al de cualquier figura pop influyente.
En una industria que glorifica la juventud pero depende de la experiencia, la maniobra de Wintour representa una jugada maestra: cede la operación, pero conserva la narrativa. No se retira; se reinventa. Su paso al costado es, en realidad, un paso más arriba. Y como ya ocurrió en el Reino Unido con Chioma Nnadi —la primera mujer negra al frente de Vogue UK—, el relevo abre la posibilidad de que nuevas voces editoriales definan el futuro… siempre bajo la mirada de Wintour.




