De qué hablamos cuando hablamos de emociones | El peso de las razones por: Mario Gensollen - LJA Aguascalientes
24/06/2025

El peso de las razones 

De qué hablamos cuando hablamos de emociones

Es fácil decir que sentimos alegría, tristeza o enojo, pero ¿realmente entendemos qué significa experimentar estas emociones? Como advierte Aaron Ben-Ze’ev -filósofo israelí y expresidente de la Universidad de Haifa-, las emociones son quizá los fenómenos mentales más complejos y escurridizos que conocemos. Filósofos y psicólogos han tratado durante décadas de definirlas sin llegar nunca a respuestas plenamente satisfactorias. Esta incapacidad sugiere que, probablemente, nunca habrá una definición única y simple de qué son exactamente las emociones. Ben-Ze’ev nos propone abordar la cuestión desde dos frentes complementarios: describiendo emociones típicas y conceptualizándolas como un modo particular de funcionamiento mental. 

Cuando observamos una emoción típica, percibimos ciertos rasgos recurrentes. Las emociones aparecen cuando se registran cambios significativos, ya sean reales o imaginados. Son respuestas intensas a sucesos que alteran nuestro equilibrio interno. Por ejemplo, si alguien cercano muere inesperadamente, la emoción desencadenada es intensa precisamente porque el suceso implica una ruptura en nuestra situación habitual.

Las emociones poseen algunas características básicas: son inestables, intensas, parciales y breves. La inestabilidad refleja nuestra agitación ante un contexto que acaba de transformarse. La intensidad subraya la importancia del evento: cuanto más significativo es, más profunda será la reacción emocional. La parcialidad revela que las emociones se dirigen hacia personas o situaciones específicas, y no a la humanidad entera; sentimos con fuerza lo que nos afecta personalmente o lo que afecta directamente a quienes amamos.

La brevedad emocional es otro rasgo distintivo. Aunque una emoción puede resonar profundamente y afectar nuestras decisiones futuras, su duración es inherentemente limitada. Las emociones prolongadas podrían colapsar nuestro sistema mental y fisiológico; es por eso que naturalmente tienden a disiparse con el tiempo, cediendo paso a estados menos intensos pero más duraderos, como los sentimientos o estados de ánimo.

Un aspecto fascinante destacado por Ben-Ze’ev es la dimensión comparativa de las emociones. No reaccionamos emocionalmente solo por lo que sucede, sino en comparación con lo que podría haber ocurrido. Así, sentimos más profundamente el dolor de perder un vuelo que acabó en tragedia que el alivio de haber tomado otro, pues la alternativa negativa está intensamente presente en nuestra mente. Es esta cercanía a lo que pudo ser y no fue lo que dispara con frecuencia emociones particularmente fuertes.

Además, Ben-Ze’ev identifica componentes básicos esenciales en toda experiencia emocional: la cognición, la evaluación, la motivación y la sensación. La cognición nos informa del evento que sucede; la evaluación juzga cuán importante es para nosotros; la motivación nos empuja a actuar en respuesta, y la sensación nos hace conscientes del estado interno que atravesamos. Ninguno de estos elementos existe aisladamente; en cada emoción están profundamente entrelazados.

La dimensión sensorial en las emociones merece atención particular. A diferencia de un simple dolor físico, la sensación emocional sí posee contenido evaluativo; sentimos ira porque algo nos parece injusto, alegría porque percibimos algo favorable. Las emociones no son meramente respuestas biológicas: contienen significados personales complejos, tejidos con nuestras creencias, valores y deseos.


Otra complejidad reside en la intensidad emocional, modulada por variables como la fuerza, realidad y relevancia del evento, así como nuestra percepción sobre la responsabilidad, disposición y merecimiento. Una misma situación puede provocar reacciones emocionales muy diferentes dependiendo del contexto individual y social. Por ejemplo, ganar un premio inesperado suele despertar una alegría desbordada, mientras que recibirlo tras años de esfuerzo meticuloso puede generar una satisfacción profunda, aunque más sobria.

Esta intrincada red de variables también explica la naturaleza aparentemente irracional de algunas emociones. Un leve comentario crítico puede devastar emocionalmente a una persona si lo interpreta como injusto o merecido, mientras que otro individuo apenas se inmuta ante críticas similares. Las emociones son ventanas hacia nuestro mundo interno, donde se entrelazan experiencias, percepciones y evaluaciones personales muy particulares.

Ben-Ze’ev ofrece también una perspectiva filosófica más abstracta, al plantear que las emociones son modos mentales. Esto significa que implican diversas facultades cognitivas, perceptivas e imaginativas en un estilo particular y dinámico de operar mentalmente. El modo emocional sería el más completo y complejo, pues implica aspectos de percepción inmediata, imaginación sobre posibilidades futuras o alternativas pasadas, y una evaluación constante y cambiante sobre nuestras circunstancias.

Este modo mental emocional es especialmente dinámico porque continuamente nos enfrenta a decisiones y dilemas que requieren evaluaciones rápidas y muchas veces contradictorias. Decidimos emocionalmente sobre quién amar, a quién odiar, cuándo perdonar o mantener un resentimiento. Estas decisiones no siempre siguen criterios claros, sino que dependen de marcos personales únicos y cambiantes, lo que explica por qué nuestras emociones pueden parecer inconsistentes o sorprendentes incluso para nosotros mismos.

La perspectiva de Ben-Ze’ev enriquece nuestra comprensión sobre fenómenos como el amor romántico o la nostalgia, emociones complejas cuya intensidad y duración desafían la brevedad típica. Estos fenómenos contienen no solo estados emocionales intensos, sino sentimientos y disposiciones a largo plazo, anclados en evaluaciones profundas de la vida y las relaciones personales.

¿Qué ganamos entonces al entender mejor qué son las emociones? En primer lugar, logramos una mayor sensibilidad hacia nuestra propia vida mental. Entender las emociones como fenómenos complejos y multidimensionales nos ayuda a ser más pacientes con nosotros mismos y con los demás. También nos permite gestionar mejor nuestras respuestas emocionales, buscando equilibrios que nos permitan vivir de manera más plena y consciente.

Al final, quizá lo más valioso del análisis de Ben-Ze’ev es la invitación constante a seguir explorando. Las emociones no son acertijos que podamos resolver de una vez por todas, sino territorios fascinantes que debemos visitar constantemente, atentos siempre a su infinita capacidad de enseñarnos cosas nuevas sobre quiénes somos.

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