Bajo presión
El arte invisible de corregir
Son incontables las ocasiones en que detuve el flujo de trabajo para que un corrector de estilo le diera una vista más a las notas del periódico. Más de una vez escuché que íbamos tarde, que ya no había tiempo para corregir, así como está se entiende o que el lector entienda lo que quiera. Esa frase, tan común hoy, es síntoma de una enfermedad silenciosa: la renuncia a la precisión.
En un tiempo donde la velocidad de la información se impone sobre su solidez, la corrección de estilo puede parecer un lujo anacrónico. No lo es. Lejos de ser un capricho estético o una manía de editores obsesivos, la corrección de estilo representa una tarea esencial en la comunicación escrita: es la diferencia entre una idea transmitida con claridad y una ambigüedad que puede malinterpretarse; entre una emoción literaria lograda y un balbuceo narrativo; entre un dato informado con rigor y una frase que se convierte en carne de fake news.
Toda escritura implica una responsabilidad. No importa si se trata de un poema, una crónica o una nota informativa. El lenguaje construye realidades, y el modo en que lo usamos puede clarificar o confundir, seducir o manipular, elevar el pensamiento o rodearlo de humo. La corrección de estilo es una forma de ética aplicada a la palabra: cuidar la estructura, la coherencia, la precisión léxica y la adecuación del tono no es un mero trámite editorial, sino una forma de respeto por quien escribe, por quien lee y por el acto mismo de comunicar.
Un texto mal corregido no solo evidencia descuido: rompe la cadena del sentido. En literatura, puede quebrar la ilusión narrativa; en el periodismo, distorsionar hechos y consecuencias. En ambos casos, el daño no es sólo técnico: es también simbólico y político. El lenguaje maltratado genera desconfianza, debilita la credibilidad del autor, y en el caso del periodismo, puede contribuir involuntariamente a la desinformación.
En la creación literaria se suele mitificar al genio espontáneo, al autor poseído por la musa que escribe obras maestras de corrido. La realidad es otra: escribir es reescribir. El primer borrador es apenas el inicio de una búsqueda, donde la corrección actúa como brújula.
El corrector literario no es un censor ni un simple vigilante ortográfico: es un lector sensible y técnico que dialoga con el texto para potenciar su expresividad, ajustar su cadencia, fortalecer la voz narrativa sin traicionarla. A veces se trata de suprimir adjetivos innecesarios; otras, de cuidar la fluidez de un párrafo, evitar repeticiones, detectar incoherencias o afinar la puntuación para que la historia baile al ritmo que demanda ser contada. Un buen corrector afina el texto como quien afina un instrumento musical: sin alterar la melodía, pero asegurando que cada nota suene como debe. La corrección de estilo es el trabajo invisible que da forma a lo que parece natural. En la literatura, no solo mejora la comunicación: la hace posible en su forma más plena.
En el periodismo, la corrección de estilo no es un lujo estético, sino una herramienta de precisión. La claridad en la redacción no es opcional: es condición de posibilidad para que una nota cumpla su propósito informativo. Pero el trabajo del corrector va más allá de lo gramatical: detecta datos mal presentados, frases ambiguas que se prestan a malas interpretaciones, titulares que inducen al error, y textos donde el sesgo o la emotividad amenazan con reemplazar al rigor.
Hoy que las fake news se propagan como virus, la verdad se diluye entre memes y titulares escandalosos, y medios con prestigio reproducen sin verificar, el corrector se vuelve un guardián del lenguaje veraz. No solo pule la forma: vela por el fondo.
La posverdad se alimenta de mensajes mal escritos, de titulares ambiguos, de frases que buscan clics más que comprensión. Frente a eso, el corrector actúa como cirujano: corta lo innecesario, cura lo defectuoso, ajusta lo confuso. Y con ello devuelve al texto su vocación periodística: decir lo que es, no lo que parece.
Uno de los enemigos más férreos de la corrección en el presente es la “urgencia digital”. Los medios priorizan la primicia sobre la precisión, el impacto sobre el análisis. Las redes sociales imponen un ritmo que anula la pausa reflexiva. En este entorno, el corrector suele ser visto como un obstáculo al flujo informativo, cuando en realidad es su garante.
Reducir o eliminar la corrección para ahorrar tiempo o dinero es, en realidad, una forma de empobrecer el contenido. Puede parecer funcional al principio, pero tarde o temprano colapsa. Y en el mundo de la información, ese colapso significa pérdida de confianza, desprestigio y, en casos extremos, daño social.
Revalorizar la corrección de estilo pasa también por reeducar en la lectura crítica y la escritura responsable. Desde las escuelas hasta las redacciones, necesitamos reinstalar la idea de que escribir bien no es solo tener buena ortografía, sino pensar con claridad, estructurar ideas, usar el lenguaje con precisión y belleza. Solo así se puede resistir a la frivolización del discurso público, a la manipulación de los hechos, a la fabricación de relatos que distorsionan la realidad.
Aquí entra otra dimensión fundamental: la corrección de estilo como pedagogía. Cada intervención de un corrector es una oportunidad para formar mejores escritores, más conscientes de su voz, más atentos al efecto de sus palabras. En el mejor de los casos, la corrección no impone: dialoga, sugiere, acompaña. Y con ello, construye comunidad entre quienes escriben y quienes editan.
Tal vez lo más injusto de la corrección es que, cuando se hace bien, no se advierte. Nadie agradece un texto claro, pero todos notan uno confuso. Nadie celebra una nota bien editada, pero todos critican cuando hay un error visible.
En un mundo saturado de ruido, donde el lenguaje se degrada, donde las redes premian la ocurrencia sobre el argumento, la corrección de estilo es una forma de resistencia. Es una defensa del sentido, una apuesta por la precisión, una afirmación de que las palabras todavía pueden iluminar el mundo.
Coda. Este texto es una versión de la charla que sostuve con estudiantes universitarios de la materia “Corrección de estilo periodístico”, agradezco a la maestra y periodista Nayely Aldán (te admiro hermana) la invitación.
@aldan