El lenguaje literario de la filosofía: un debate abierto
Establecer un vínculo entre la filosofía y la literatura es una tarea compleja, pues implica, necesariamente, atender cada disciplina por separado y, por ende, darles su respectiva importancia a los dos lenguajes, sin que esto conduzca a una confrontación argumentativa interminable. Por lo anterior, la única forma de evitar la contienda se resuelve con la premisa de que la filosofía se sirve -o se ha servido- del lenguaje literario para comunicar un pensamiento a veces racional y riguroso, por lo tanto, difícil de acceder. En este sentido, podemos decir que lo filosófico participa de las formas estilísticas que se desprenden de la literatura, de los géneros literarios como el ensayo, la poesía, la novela o el cuento, un hecho rastreable desde la antigüedad.
Sin duda, un ejemplo que clarifica la conclusión anterior, lo ubicamos en la obra de pensadores clásicos como Platón, que mediante la utilización del recurso -literario- dialógico de la alegoría o el mito nos comunicó sus principales teorías filosóficas, en pocas palabras, “el diálogo platónico se caracteriza por una vocación realista que se plasma en un interés en situar tanto espacial como temporalmente la conversación, en la complejidad de los personajes, en hacer fluir la conversación allí a donde vaya” (Díaz, L. 2018. “El diálogo platónico entre la literatura y la filosofía”. Síntesis. Revista de Filosofía, 7(2), pág. 75). En efecto, Platón fue el primer pensador en crear un escenario narrativo para todas sus ideas filosóficas, donde participan personajes que intentan disipar las preguntas más importantes del saber filosófico. En pocas palabras, escribir filosofía también es generar, de algún modo, una buena literatura.
Por lo tanto, y quizás siendo un poco atrevido, hablar de literatura no es necesariamente hablar de los géneros literarios per se. De ser así, la filosofía se divulgaría únicamente bajo un canon establecido y no gozaría de cierta riqueza lingüística al momento de presentar argumentos. Por ello, creo que la filosofía evoca cierta estética que se ve plasmada en algunos paisajes de la literatura clásica; sin duda, ambas expresiones se complementan entre sí. En este sentido, se sabe que el lenguaje poético y figurado se impuso también entre los oradores atenienses, pues dicho dominio les permitía comunicar su pensamiento de una forma más elocuente y a la vez persuadir al público con una retórica altamente sofisticada. Así pues, los pensadores clásicos también se preocupaban por los elementos formales de su discurso y no solo por el contenido filosófico de los mismos Por lo anterior, podemos mencionar a uno de los grandes representantes de la literatura, Jorge Luis Borges, que, partiendo de su acercamiento con la tradición filosófica occidental, sentó un precedente en la forma de presentar sus memorias a través de su obra. Borges sería un claro ejemplo de cómo la actividad literaria es más fecunda si se acompaña de otros lenguajes, como el filosófico. Desde este enfoque, “las letras no son para Borges la herramienta de un visionario que, en el fondo, tendría inquietudes filosóficas; al contrario, la filosofía es el material de un escritor cuyo deseo es, ante todo, lúdico” (Cherniavsky, A. 2012. “La filosofía como rama de la literatura: entre Borges y Deleuze”. Tópicos, 24).
En este sentido, considero que el oficio del filósofo no se limita únicamente a citar ideas de otros autores para divulgarlas de forma oral o escrita, bajo una estructura racional, lógica y justificada, e inclusive generar un sistema de pensamiento como lo hizo Heidegger en su obra Ser y tiempo. Por el contrario, la labor de la filosofía también consiste en utilizar el lenguaje de tal modo que pueda comunicarlo con un estilo propio, identificable y único -tal como lo exige cada género literario-. Al respecto, podemos citar al escritor contemporáneo Héctor Zagal que, dentro de sus estudios críticos sobre filosofía, subraya dicha problemática: “al parecer, la tajante distinción entre un saber duro llamado ‘filosofía’ y un arte blando llamado ‘literatura’ se consolida en el pensamiento moderno y se perpetúa hasta nuestros días en buena parte del mundo académico” (Zagal, H. 2013. “Filosofía y literatura”. Tópicos, Revista de Filosofía).
Ahora bien, considero que la filosofía exige un alto grado de reflexión para reconocer las premisas fundamentales de una doctrina; no obstante, también solicita las bondades que otorga la literatura para reconocer otros lenguajes que no apelan únicamente a la visión racional del mundo. En efecto, no se trata de unificar ambos discursos en uno solo para que desaparezca la autonomía que tiene cada una de ellas en el ámbito de la palabra escrita; la intención consiste en reconocer que el lenguaje literario y el filosófico son inherentes a la condición humana. Así pues, “una manera de abordar la cuestión “filosofía y literatura” sería preguntamos “¿qué le va a la filosofía con ser una forma de literatura?” (Thiebaut, C. 1995. “Filosofía y literatura: de la retórica a la poética”. Isegoría, 11).
En efecto, varios han sido los pensadores que recurren al lenguaje poético para exteriorizar sus más grandes teorías, incluso considerándose a sí mismos como fieles admiradores de la expresión literaria y; sin duda, la imagen del filósofo no está exenta de dicho testimonio. Desde esta perspectiva, podemos mencionar la obra de Friedrich Nietzsche, que, desde una trinchera filosófica, mostró en sus escritos ciertas riquezas literarias que pocos escritores de su época -siglo XIX- habían logrado. En este sentido, Nietzsche pudo comunicar a través de la poesía los conceptos más importantes de su filosofía. Como afirmaría Zagal: “el filósofo no está exento de la preocupación por la forma; eximir al filósofo de la preocupación por la forma equivaldría a eximirlo de pensar” (Zagal, 2013).
En síntesis, considero que, resulta improbable que un filósofo pueda desapegarse por completo de sí mismo y crear un lenguaje literario que no tenga nada que ver con él, ya que por más inventiva poética que se tenga, el pensamiento racional lo delatará tarde o temprano en su obra. Por lo tanto, puedo argumentar que nuestras referencias literarias o filosóficas también forman parte esencial de lo que somos o de lo que hacemos en cuestión de escritura; sin embargo, estas perderían su tono y musicalidad si no estuvieran acompañadas con el ritmo del pensamiento. La actividad literaria puede tener distintos fines, según los intereses del autor.