Con la bandera de proteger la industria nacional, Donald Trump ha decidido duplicar los aranceles al acero importado, del 25% al 50%, a partir del 4 de junio. El anuncio, realizado en una planta de US Steel en Pensilvania y acompañado del júbilo sindical, es el más reciente giro de una política comercial marcada por su imprevisibilidad, pero también por sus efectos de largo alcance en la economía doméstica de Estados Unidos.
El expresidente, de vuelta en la Casa Blanca desde enero, ha intensificado su enfoque proteccionista con un aluvión de nuevos aranceles, incluso hacia países aliados como Canadá y México, principales proveedores de acero para EEUU, según datos citados por The Washington Post. Trump afirma que la medida “salvará” empleos y blindará la seguridad industrial, aunque economistas advierten que el costo lo pagarán, indirectamente, millones de consumidores.
Los sectores que dependen del acero —no solo el automotriz o el de la construcción— podrían enfrentar un incremento de precios que se reflejará incluso en los productos más cotidianos del supermercado. El motivo: el acero es un insumo clave en el embalaje de alimentos enlatados. Desde latas de atún hasta comida para mascotas, el impacto será visible en los pasillos de cualquier tienda.
David Marberger, director financiero de ConAgra, y representantes de Campbell Co. han señalado que la industria ya no puede obtener todo el material dentro de EEUU debido al desabasto interno de acero laminado, lo que hace inevitable la importación. El resultado: subida de costos y, en consecuencia, precios más altos en góndolas y anaqueles.
Usha Haley, académica de la Universidad Estatal de Wichita, afirma que la medida difícilmente logrará un renacimiento sostenible de la manufactura nacional, pero sí tensará las relaciones comerciales globales. Además, advierte que se generarán efectos en cadena para otros sectores, desde el transporte hasta la agricultura. “Si un tractor cuesta 25% más, el consumidor también lo paga”, agrega el consultor Babak Hafezi.
Incluso si la industria siderúrgica se beneficia directamente, los impactos negativos en otros sectores podrían neutralizar cualquier ganancia. Andreas Waldkirch, economista del Colby College, subraya que los empleos ganados en acero podrían verse opacados por los que se perderán en otras industrias debido al aumento de costos. “El saldo neto puede ser una pérdida económica generalizada”, sentencia.
Trump ha aprovechado el ambiente populista para presentar los aranceles como un acto de justicia económica, apelando al orgullo de “construir con acero estadounidense” y celebrando la operación de adquisición de US Steel por la japonesa Nippon Steel, que él mismo aprobó. Prometió que la empresa “seguirá siendo controlada por EEUU”, aunque la transacción fue previamente bloqueada por la administración Biden por razones de seguridad nacional.
Mientras Trump asegura que “nadie eludirá” los nuevos gravámenes, en paralelo, tribunales federales han intentado frenar parte de las políticas arancelarias por considerar que se extralimitan en funciones presidenciales. No obstante, una corte de apelaciones levantó recientemente dicho bloqueo.
La decisión, disfrazada de escudo patriótico, abre nuevas fracturas en el comercio internacional y vuelve a poner sobre la mesa la pregunta que Trump no responde: ¿cuál es el costo real de su “acero americano”?




