En un giro inesperado —aunque no del todo sorprendente en la era del espectáculo político— Elon Musk ha decidido reventar el tablero con una acusación directa y explosiva: Donald Trump estaría en los archivos de Jeffrey Epstein. La afirmación, lanzada en su propia red social X, no llega con pruebas, pero sí con una larga estela de sospechas, tensiones personales y una historia compartida entre millonarios, fiestas exclusivas y una justicia pendiente.
El video que Musk compartió, fechado en 1992, muestra a Trump en una fiesta en compañía de Epstein. No es material nuevo, pero sí políticamente volátil. La grabación ya había circulado antes, pero el hecho de que Musk la recicle ahora, en medio de una disputa con el presidente, apunta más a una vendetta personal que a una revelación periodística. Musk acompañó la publicación con la frase: “Es hora de lanzar la gran bomba: Trump está en los archivos de Epstein. Esa es la verdadera razón por la que no han sido hechos públicos”.
Esta bomba mediática es la última escalada en un conflicto que comenzó por razones aparentemente ajenas: el desacuerdo sobre una ley de gasto público. Musk criticó duramente el proyecto legislativo republicano impulsado por Trump, tachándolo de “abominación repugnante” que aumentaría el déficit en $2.4 billones, según cifras del CBO. Trump contraatacó cuestionando la lealtad de Musk, cancelando su influencia en la NASA y desestimando sus críticas como berrinches de un “loco”.
Pero el pleito escaló rápidamente del déficit a los delitos sexuales. Musk acusa a Trump de estar entre los nombres que aparecen en los “archivos Epstein” —una amalgama de documentos judiciales, registros de vuelo y transcripciones que han generado más ruido que justicia desde la muerte del financiero en 2019. Musk sugiere que el gobierno ha bloqueado deliberadamente su publicación para proteger al presidente.
En defensa propia, Trump asegura que “nunca estuvo en la isla ni en el avión” de Epstein, y que incluso lo expulsó de su club de Palm Beach. También recuerda que durante su administración se desclasificaron archivos del caso, aunque con poca información realmente nueva. El entorno de Trump, representado por su portavoz Karoline Leavitt, descarta las acusaciones de Musk como el arrebato de alguien “insatisfecho porque la ley no incluyó sus políticas favoritas”.
La historia común entre Trump y Epstein, sin embargo, es difícil de negar. En 2002, Trump calificó a Epstein como un “tipo estupendo”, agregando que le gustaban “las mujeres guapas, muchas de ellas más jóvenes”. Ambos compartían círculos sociales desde los años 80, y coincidieron en múltiples eventos, incluyendo fiestas en Mar-a-Lago. Años después, tras una supuesta disputa por un tema inmobiliario, Trump se distanció públicamente.
El caso Epstein ha sido durante años una caja de Pandora para las élites políticas y empresariales. Su suicidio en 2019, en una prisión de Nueva York, dejó más preguntas que respuestas. La posterior condena de Ghislaine Maxwell —su socia y ex pareja— en 2022 por tráfico sexual infantil, reforzó la necesidad de abrir todos los expedientes relacionados. Sin embargo, gran parte de los documentos que se han desclasificado han sido fragmentarios, redundantes o ya conocidos. La llamada “Fase 1” publicada por el gobierno fue objeto de burlas. La “Fase 2” sigue pendiente.
La afirmación de que Trump “está en la lista” no significa que sea culpable de un delito. Muchos nombres aparecen en esos archivos sin relación directa con abusos sexuales. El problema es que tanto Musk como Trump, en vez de clarificar, alimentan la opacidad: el primero lanza acusaciones sin evidencia, y el segundo niega toda conexión mientras omite explicar su amistad pasada con Epstein.
Por su parte, Musk tampoco está libre de señalamientos. En 2014 fue fotografiado con Ghislaine Maxwell en una fiesta. Su relación con el caso es más indirecta, pero suficiente para que su cruzada moral contra Trump parezca, al menos, contradictoria.
Lo que queda claro es que la política estadounidense sigue sujeta a los caprichos de millonarios con redes sociales propias y agendas personales. Las víctimas de Epstein aún esperan justicia; el público, respuestas. Pero mientras las “bombas” se lancen sin pruebas y los archivos se filtren por goteo, lo único transparente será la disputa entre egos.




