Las pruebas en el universo Musk se han convertido en una especie de ruleta cósmica donde el fracaso se normaliza con eufemismos y fuegos artificiales. La noche del 19 de junio, en la base Starbase de SpaceX al sur de Texas, un cohete Starship —ese mastodonte diseñado para conquistar Marte— explotó durante una prueba estática previa a su décimo vuelo experimental. Otra “anomalía importante”, según el ya habitual comunicado de la compañía, que volvió a ofrecer más promesas que explicaciones.
El incidente ocurrió alrededor de las 23:00 horas locales, cuando la etapa superior del megacohete se encontraba en posición vertical y fue envuelta por una bola de fuego que iluminó el cielo texano. Medios como CNN, Europa Press y El País coinciden en que no hubo heridos, que el personal fue evacuado y que el incendio fue atendido por el Departamento de Bomberos de Brownsville. Sin embargo, el alcance de los daños estructurales en la base aún no se ha precisado.
Según las transmisiones captadas por el portal especializado NSF, la detonación ocurrió exactamente a las 11:01:52 p. m., y estuvo seguida por otras explosiones menores y un incendio de gran magnitud que persistió al menos una hora después. La prueba tenía como objetivo verificar motores, empuje y sistemas clave de la nave mediante encendido estático, es decir, sin despegar del suelo. Pero Starship optó por irse en grande, de nuevo.
Esta es ya la cuarta vez en menos de un año que la nave falla durante pruebas. En mayo, otra unidad despegó, llegó al espacio, y luego explotó sobre el océano Índico tras una pérdida de control. Antes, otros dos prototipos se desintegraron en pleno vuelo. En ese contexto, esta explosión en tierra puede considerarse —con resignación— una tradición empresarial.
SpaceX, por su parte, reaccionó una hora y media después en la red X, donde aseguró que “todo el personal está sano y salvo”, que las autoridades locales colaboran con los trabajos de contención, y que no hay riesgo para las comunidades cercanas. También pidió a la ciudadanía evitar acercarse al área de pruebas mientras se realizan operaciones de seguridad. Todo con la tranquilidad de quien ya ha lidiado con múltiples estallidos.
En su comunicado, la empresa reiteró que se trató de una “anomalía importante”, aunque sin detallar qué falló esta vez. Mientras tanto, la comunidad espacial, la prensa y probablemente los inversores se preguntan cuánto más puede tropezar el cohete más grande jamás construido antes de volverse funcional.
Más allá del accidente puntual, el incidente vuelve a poner en duda la viabilidad del programa Starship, columna vertebral de las ambiciones de Elon Musk para conquistar Marte y cumplir con los contratos firmados con la NASA para retornar a la Luna. Según Bloomberg, la seguidilla de fracasos podría afectar esos plazos. Y lo que no ayuda es la incertidumbre sobre el tiempo y la atención que Musk realmente le dedica a SpaceX frente a sus otros múltiples intereses, como Tesla, X (antes Twitter) y Neuralink.
Pese al historial reciente, la compañía insiste en que cada “desmontaje rápido no programado” —término técnico con aroma a chiste interno— permite aprender para acercarse al objetivo final. De hecho, tras la novena prueba de vuelo, que al menos logró llegar al espacio antes de perderse en el océano, SpaceX aseguró que cada lección acelera el camino hacia hacer “la vida multiplanetaria una realidad”.




