En una sala de tribunales de Nueva York, donde hace cinco años se dictó una sentencia que se convirtió en emblema del movimiento #MeToo, Harvey Weinstein volvió a escuchar la palabra “culpable”. Esta vez, el veredicto fue por la agresión sexual cometida en 2006 contra su exasistente Miriam Haley. Pero lejos de ser una repetición exacta de su primera caída judicial, el nuevo juicio expuso fisuras, tensiones internas entre jurados y una narrativa polarizada que revela lo complejo —y a veces caótico— que puede ser obtener justicia cuando el acusado encarna décadas de poder institucionalizado en Hollywood.
El exproductor fue hallado culpable de someter por la fuerza a Haley a un acto sexual sin su consentimiento, pero fue absuelto de otro cargo de agresión sexual por una denuncia de la modelo Kaja Sokola. Mientras tanto, el jurado aún deliberaba sobre un tercer cargo por violación en tercer grado que involucra a la actriz Jessica Mann, quien afirmó que Weinstein la agredió en un hotel en 2013. De resultar culpable también en este punto, la condena del productor podría extenderse más allá de los 25 años que contempla el nuevo fallo, sumándose a los 16 años que ya purga en California por otro caso de violación.
Juicio en disputa, jurado en jaque
El juicio estuvo lejos de ser un proceso fluido. Tal como reportaron medios como Bloomberg y AP, los días de deliberación estuvieron marcados por fricciones intensas entre los miembros del jurado. El líder del panel llegó a solicitar hablar a puerta cerrada con el juez por lo que describió como “intimidación” por parte de sus colegas. Una de las frases que se reportaron durante esta tensa etapa fue: “Te veré afuera algún día”, pronunciada presuntamente por otro jurado. La defensa de Weinstein, encabezada por Arthur Aidala, aprovechó el ambiente enrarecido para solicitar la nulidad del juicio, alegando falta de garantías para un veredicto imparcial. Sin embargo, la petición fue rechazada.
El fiscal Matthew Colangelo minimizó la gravedad del incidente y argumentó que el líder del jurado simplemente era “terco” y resistía la presión natural del proceso deliberativo. Lo cierto es que estas escenas reflejaron que, incluso en un contexto judicial, las dinámicas de poder y coerción no desaparecen: cambian de forma.
#MeToo en el banquillo: defensa vs fiscalía
El nuevo juicio no solo se centró en los hechos denunciados, sino que reavivó el debate público sobre el papel del movimiento #MeToo en la configuración de justicia. Aidala, abogado defensor, caracterizó a su cliente como el “pecador original” del movimiento, víctima de una venganza simbólica más que de pruebas concretas. Según reportó La Jornada, Aidala construyó un relato donde las acusadoras eran mujeres “problemáticas y astutas” que aprovecharon las oportunidades que Weinstein ofrecía, solo para volver contra él años más tarde en busca de indemnización o redención.
En contraste, la fiscal Nicole Blumberg centró su narrativa en el desequilibrio de poder: “Esto no fue una transacción. Esto fue una violación”. Sostuvo que Weinstein explotó su influencia en la industria para abusar de mujeres que, por miedo a que sus carreras se vieran destruidas, mantuvieron contacto con él incluso después de las agresiones. “Eligió a las personas que creía serían las víctimas perfectas”, subrayó Blumberg.
Voces de sobrevivientes: el peso de hablar
Tras el veredicto, Miriam Haley se presentó ante los medios visiblemente aliviada: “Seguirá entre rejas, y eso es una victoria”. Acompañada por la abogada Gloria Allred, agradeció al jurado y denunció los intentos de la defensa por desviar la atención de los hechos con discursos confusos y estrategias teatrales. “Salí a la luz pública. Testifiqué bajo juramento y reviví mi trauma. Esto ha tenido un costo personal, pero ha dado sus frutos”, afirmó Haley.
Su testimonio, junto con el de Mann y Sokola, fue parte del núcleo del juicio. Las tres mujeres compartían algo más que su rol como víctimas: eran jóvenes con aspiraciones en el mundo del espectáculo, intentando abrirse camino en una industria donde el acceso dependía, muchas veces, de la benevolencia de hombres como Weinstein. Ese patrón, más que los hechos individuales, es lo que el juicio reitera.
¿Un capítulo cerrado o un caso en expansión?
Aunque esta nueva condena no borra la anulación del fallo de 2020, sí marca un nuevo precedente. Weinstein sigue enfrentando procesos judiciales —incluido uno pendiente de apelación en California— y es improbable que recupere su libertad. Pero más allá del destino del acusado, el caso vuelve a poner en primer plano preguntas que aún no han sido resueltas: ¿Cómo deben ser juzgados los abusos históricos cuando la evidencia está contaminada por años de silencio forzado? ¿Es posible impartir justicia sin re-victimizar a las denunciantes ni convertir a los acusados en símbolos que eclipsan los hechos?
Weinstein, desde su silla de ruedas y con diagnóstico de leucemia, escuchó el veredicto sin reacción visible. Pero para muchas personas, especialmente mujeres del mundo del entretenimiento, este nuevo fallo significa algo más: que, aunque lento y plagado de obstáculos, el sistema puede avanzar cuando las voces se suman, persisten y exigen justicia.




