La eficacia administrativa como vía para fortalecer la confianza ciudadana por Ricardo Femat - LJA Aguascalientes
16/07/2025

En el debate contemporáneo sobre el funcionamiento del Estado, la eficacia administrativa ocupa un lugar estratégico. Lejos de ser una preocupación exclusiva del mundo técnico o jurídico, se trata de una dimensión fundamental de la vida democrática. Cada acto administrativo que emite una institución pública representa un punto de contacto entre el poder público y las personas. Por ello, su eficacia no puede ser entendida únicamente como cumplimiento normativo, sino como capacidad de respuesta real frente a las necesidades sociales.

La eficacia administrativa debe concebirse como un atributo integral. Un acto eficaz es aquel que no es solamente legalmente válido, sino también pertinente, oportuno, comprensible y útil para quien lo recibe. Esta perspectiva sitúa en el centro a la ciudadanía, no como destinataria pasiva de normas y trámites, sino como agente activa cuyos derechos deben garantizarse mediante decisiones públicas confiables y orientadas al bienestar colectivo.

Este enfoque encuentra sustento en diversas corrientes académicas que han contribuido a repensar la gestión pública. Desde la teoría organizacional hasta la ética administrativa, pasando por los estudios de gobernanza, existe consenso en torno a la necesidad de construir administraciones públicas que articulen legalidad, eficiencia, calidad y orientación al resultado. La eficacia, en este sentido, no se limita a lograr metas institucionales, sino a hacerlo con pertinencia social, transparencia y legitimidad.

La administración eficaz va más allá de los indicadores internos y de los informes de cumplimiento. Se manifiesta cuando las personas experimentan que los servicios públicos funcionan, que las normas son razonables y que la respuesta del Estado es adecuada. La eficacia es palpable cuando alguien obtiene una resolución clara sin tener que esperar meses, cuando un trámite puede realizarse sin intermediarios ni corrupción, o cuando se protege a una persona vulnerable de manera oportuna.

En muchos contextos, las administraciones enfrentan el reto de transformar estructuras organizativas tradicionales en sistemas más flexibles, interoperables y centrados en el usuario. Esta transición requiere no solamente cambios normativos o tecnológicos, sino también una transformación cultural profunda. La eficacia se fortalece cuando las instituciones operan con reglas claras, personal capacitado, procesos estandarizados y mecanismos de evaluación que permitan identificar aciertos y corregir deficiencias.

Desde una perspectiva ciudadana, la eficacia se experimenta cuando un trámite se resuelve sin demoras injustificadas, cuando la información es clara, cuando la atención es respetuosa y cuando el resultado contribuye a resolver una necesidad concreta. Se experimenta también cuando las decisiones administrativas son coherentes con la realidad social, accesibles para todas las personas y dotadas de sensibilidad frente a la diversidad de contextos.

Los estudios internacionales han mostrado que fortalecer la eficacia administrativa tiene impactos positivos en múltiples dimensiones. Mejora la confianza institucional, reduce la percepción de corrupción, incrementa la participación ciudadana, optimiza el uso de los recursos públicos y contribuye a la estabilidad democrática. Instituciones que funcionan bien son un activo colectivo, un bien público que favorece la cohesión social y fortalece el contrato entre ciudadanía y Estado.

Una administración eficaz no significa una administración perfecta, sino una capaz de aprender, de corregir errores y de innovar. La mejora continua debe formar parte de la lógica institucional. Esto implica revisar procedimientos de manera periódica, eliminar redundancias, adecuar los marcos normativos a la realidad operativa y promover espacios de escucha con la ciudadanía para ajustar los servicios a las necesidades reales.

Existen, además, experiencias relevantes en distintos países y regiones que han logrado mejorar su desempeño administrativo mediante estrategias integrales de reforma. Elementos comunes en estas experiencias incluyen la simplificación normativa, la digitalización de procesos, la capacitación continua del personal público, el uso de indicadores de desempeño y la incorporación de mecanismos de retroalimentación ciudadana. Estas prácticas demuestran que es posible construir modelos de administración eficaces, transparentes y empáticos, incluso en contextos con limitaciones presupuestales o estructurales.


En este camino, es fundamental adoptar un enfoque de mejora continua. La eficacia administrativa no es un estado alcanzado de manera definitiva, sino una práctica sostenida que exige revisión constante, aprendizaje institucional y voluntad de transformación. Implica también asumir que toda persona que interactúa con el aparato público tiene derecho a una atención clara, eficiente y respetuosa, y que esa atención representa una expresión concreta del compromiso del Estado con su población.

La incorporación de criterios de equidad es otro componente esencial. Porque la eficacia administrativa no debe ser homogénea, sino adaptativa. Esto significa reconocer que distintos grupos sociales, como personas adultas mayores, comunidades rurales, personas con discapacidad o poblaciones indígenas, enfrentan barreras específicas en su relación con la administración pública. Superar esas barreras es también parte del desafío de construir instituciones verdaderamente eficaces y justas.

En suma, la eficacia administrativa es un objetivo alcanzable y necesario. Es posible construir administraciones que funcionen mejor, que sean más cercanas y que contribuyan a resolver con mayor justicia los problemas públicos. Esta tarea requiere liderazgo institucional, compromiso ético, capacidades técnicas y una visión clara sobre el papel del Estado en la vida cotidiana de las personas.

Pensar en eficacia administrativa es pensar en un Estado que sirve con inteligencia, que actúa con oportunidad y que construye legitimidad a partir del cumplimiento efectivo de sus funciones. Un Estado que se compromete con el valor público, que reconoce a la ciudadanía como interlocutora válida y que transforma cada trámite en una oportunidad para fortalecer la confianza y la cohesión social.

La eficacia no es únicamente una meta de desempeño institucional. Es también una forma concreta de dignidad administrativa. Cuando un gobierno funciona bien, cuando responde con profesionalismo y sensibilidad, genera esperanza. Y esa esperanza, en tiempos de desconfianza, es uno de los recursos democráticos más valiosos.


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