La Columna J Lección de estoicismo
“En el olvido del ego es probable que se encuentre un destello de libertad”.
Las distintas confluencias que otorga la vida versan sobre lo que puede hacer el ser humano y sobre lo que no puede hacer. Prácticamente en eso discurre la vida: entre el deseo y la angustia, entre el letargo mediático y el anhelo constante sobre el superfluo sentido materialista que la cultura depredadora ha diseñado para este juego llamado vida.
La sociedad moderna ha modificado el discurso anquilosado y la narrativa del “tú debes”, al “tú puedes”, lo cual desfragmenta las posibilidades reales de las personas, haciendo pensar que todo se puede y que todo lo podemos controlar. Y esa es una de las más grandes mentiras con las que vivimos y convivimos todos los días. El ser humano, en su afán de querer tener el control de absolutamente todo, resquebraja su sentido nihilista. Los destruye. No puede ser el extranjero de Camus, aunque siempre lo es; es, más bien, el condenado, en donde su mente busca constantemente crear narrativas que den supuesta lógica a la vinculación de los metadiscursos establecidos, construidos en el corporativismo académico y en la lógica del capital.
Tal cual menciona Peter McLaren en su obra Mi corazón en este puño, hemos pasado de la concepción natural de la vida contemplativa a la repetición sistémica impuesta por el sistema educativo. El control, el control de todo, junto con el ego, no les permite a las personas la oportunidad de perder, de fallar, de ser incertidumbre. Por ello, las nuevas generaciones gritan a discursos desesperados que les da FOMO, sin saber que se refieren al radical tratado de Søren Kierkegaard: Tratado sobre la angustia. Ante dicha discrepancia de la pretensión del control, el estoicismo extiende una sensata solución, que es simple y sencillamente: aprende a entender lo que sí está en tu control y lo que no está en tu control.
Esta simple prerrogativa pone y expone un sentido tácito y real de concebir la vida. ¿Acaso tiene sentido agobiarme por aquello que no puedo cambiar? ¿Qué sentido tiene preocuparse por el futuro si es completamente incierto? De algún modo, las tecnologías, la estadística, el big data y las redes sociales comienzan a establecer parámetros de comportamiento en el sentido analítico para determinar qué es lo que el ser humano hará. No obstante, aún somos libres en la resignificación. Es evidente que en la vida nada va a suceder como lo planeamos y, cuando eso suceda, debemos estar preparados para lo que sigue, porque entonces eso será el interludio de que lo próximo tampoco sucederá como deseamos.
Sería afable ser como el poema de Walt Whitman, Hojas de hierba: simplemente dejarnos caer como una hoja, simplemente respirar en el vuelo sin sentido de la vida, engrandecer a la hormiga y olvidar los escollos y las letanías de las retóricas que arrancan la paz y la parsimonia de los seres humanos. Como bien escribió Séneca: “La vida no es corta, sino que nosotros la acortamos con nuestra negligencia”. En lugar de desgastarnos en un intento insaciable por controlar lo incontrolable, convendría más bien aprender a navegar con serenidad el caos que nos envuelve.
En este contexto, la libertad no está en lo grandioso ni en lo espectacular, sino en lo diminuto, en el detalle inadvertido, en el silencio consciente. “No es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho”, recuerda Séneca. Vivimos programados para la hiperproductividad y la sobreexposición, olvidando que gran parte de la paz radica en el desapego. Abrazar la finitud no como una tragedia, sino como un regalo, es parte del ejercicio estoico de habitar el presente sin esclavitud emocional.
Tal vez el mayor acto de resistencia en un mundo que te exige certidumbre, resultados y visibilidad, sea la pausa, el silencio, el retiro interior. “Ningún viento es favorable para quien no sabe a qué puerto se dirige”, advierte Séneca, y es que la dirección interior no se encuentra en las pantallas ni en los algoritmos, sino en el diálogo sereno con uno mismo. Dejar de vivir para los otros y comenzar a vivir para lo esencial es quizá el único acto verdaderamente revolucionario que nos queda.
En última instancia, “el que sufre antes de que sea necesario, sufre más de lo necesario”, dice Séneca, devolviéndonos a la base estoica de aceptar con dignidad lo que acontece. En el olvido del ego, en la pérdida del deseo de controlarlo todo, quizás se encuentre ese destello de libertad del que hablábamos al principio: una libertad que no clama, sino que simplemente es.
In silentio mei verba, la palabra es poder.