El pasado fin de semana, Estados Unidos activó una de las armas más letales de su arsenal no nuclear: la GBU-57/B Massive Ordnance Penetrator (MOP). El ataque, confirmado por el expresidente Donald Trump y por el Departamento de Defensa, tuvo como blancos tres instalaciones nucleares iraníes —Fordow, Natanz e Isfahan— y marcó la primera vez que esta bomba antibúnker fue utilizada en un operativo real. Mientras Washington afirma haber “destruido” el programa de enriquecimiento de uranio iraní, Teherán sostiene que los daños fueron menores y que las instalaciones fueron evacuadas a tiempo.
Una bomba para alcanzar lo inalcanzable
La GBU-57/B no es cualquier bomba: es un proyectil de más de 13 toneladas diseñado para perforar más de 60 metros de roca o concreto antes de detonar. Su función no es explotar al contacto, sino enterrarse como una flecha supersónica y explotar en el punto más vulnerable del objetivo, gracias a un sofisticado sistema de fusible retardado que detecta huecos, densidad de materiales y condiciones estructurales durante el descenso. El diseño —una combinación de carcasa endurecida, aerodinámica optimizada y sensores de trayectoria— permite que conserve precisión incluso en entornos con interferencia electrónica o defensa aérea activa .
Su sistema de guiado GPS/INS le da un margen de error de menos de tres metros, lo que le permite alcanzar búnkeres profundamente enterrados y fuertemente protegidos, como Fordow, una de las instalaciones nucleares más blindadas del mundo, construida a 80 metros bajo tierra y protegida por sistemas antiaéreos iraníes y rusos .
Solo para elegidos
Este tipo de arma no puede lanzarse desde cualquier plataforma: requiere al bombardero furtivo B-2 Spirit, un avión de largo alcance con capacidad de carga de hasta 18 toneladas y tecnología de evasión de radares. En el ataque a Irán participaron siete de estos bombarderos, cada uno probablemente con una bomba o dos, según reveló audio filtrado de la torre de control de Sevilla, que reportó el paso de dos grupos de aeronaves estadounidenses por su espacio aéreo .
La dependencia exclusiva del B-2 representa tanto una ventaja estratégica como una limitante operativa. Solo Estados Unidos cuenta con esta aeronave, y su uso implica una logística compleja: rutas de vuelo intercontinentales, reabastecimiento aéreo y condiciones específicas para el lanzamiento. Se calcula que el arsenal activo de bombas MOP es reducido —entre 10 y 20 unidades— y su costo supera los 17 millones de euros por unidad, sin incluir la operación completa que puede llegar a los 24 millones por misión .
El mensaje entre líneas: poder sin recurrir a lo nuclear
Más allá del impacto físico, el uso de la GBU-57/B envía un mensaje político claro. Como señaló el Washington Post, su efectividad no reside solo en la destrucción, sino en la demostración de capacidad disuasiva: alcanzar blancos “imposibles” sin necesidad de recurrir a armas nucleares. La MOP simboliza el brazo largo de Washington en una era de contención quirúrgica.
Trump lo explicó con claridad en su mensaje televisado: el objetivo era “la destrucción de la capacidad de enriquecimiento de uranio de Irán y un alto a la amenaza nuclear planteada por el Estado patrocinador del terrorismo número uno del mundo” . La declaración se produjo justo después de que el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) acusara a Irán de haber incumplido sus compromisos de no proliferación por primera vez en 20 años.
¿Cambio de paradigma o estrategia puntual?
Mientras Irán insiste en que su programa nuclear es pacífico, el ataque con la GBU-57/B refuerza la postura de Estados Unidos de no permitir avances técnicos que puedan acercar a Teherán al umbral armamentista. La elección del arma —no nuclear, pero altamente precisa y destructiva— sugiere una estrategia de máxima presión con mínimo riesgo político internacional.
Los expertos, como Paul Rogers de la Universidad de Bradford, advierten que el uso de estas bombas en escenarios con defensa aérea moderna podría requerir apoyo adicional: aviones F-22 para supresión de defensas y drones para evaluación de daños. Pero en esta ocasión, el operativo se ejecutó sin incidentes: todas las bombas alcanzaron sus objetivos y los B-2 regresaron sin daños, según el Pentágono .
La guerra del subsuelo ya empezó
La irrupción de la GBU-57/B en el escenario bélico marca un antes y un después en la arquitectura militar contemporánea. No se trata solo de poderío destructivo, sino de control narrativo: Estados Unidos ha demostrado que puede golpear en el núcleo de los secretos de un Estado rival, bajo tierra, con precisión quirúrgica y sin recurrir al átomo. Y en tiempos donde los túneles y búnkeres vuelven a ser protagonistas, esto reconfigura —literalmente— las profundidades de la guerra.