Cuando Eric Effiong, el mejor amigo gay y fabuloso de Otis en Sex Education, se presenta con maquillaje, faldas y energía explosiva, no faltan personajes —y espectadores— que se preguntan: ¿entonces es trans? Spoiler: no. Eric es un hombre cisgénero que simplemente disfruta explorar su expresión de género. ¿Y su orientación? Gay. Pero esa confusión —tan común y tan mal manejada en la vida real— revela lo lejos que estamos de entender la diferencia entre identidad y orientación sexual. Y no, no son sinónimos. Tampoco son parientes cercanos.
De qué hablamos cuando hablamos de identidad
La identidad de género es, simple y llanamente, cómo una persona se percibe a sí misma en términos de género. Puede ser hombre, mujer, no binarie, fluido o cualquier otra etiqueta con la que se sienta en casa. No tiene que ver con lo que hay entre las piernas ni con lo que dice el acta de nacimiento. Es un asunto interno, de percepción personal, y puede o no coincidir con el sexo asignado al nacer.
Lo explica muy bien Planned Parenthood, que distingue entre tres conceptos fundamentales: sexo (asignado al nacer), identidad de género (cómo se siente la persona) y expresión de género (cómo se muestra al mundo). Y ojo: ninguno de estos define a quién te atrae.
Y qué es la orientación sexual (sin complicarse)
La orientación sexual es, en palabras simples, hacia dónde se orienta tu brújula del deseo: quién te gusta, quién te atrae, con quién quieres establecer relaciones afectivas o sexuales. Puedes ser heterosexual, homosexual, bisexual, pansexual, asexual, y la lista sigue. Pero esto no dice nada sobre tu identidad de género.
Una mujer trans, por ejemplo, puede sentirse atraída por hombres, mujeres, ambos o ninguno. Es decir: puede ser heterosexual, lesbiana, bisexual o asexual. Como explica el sitio GLAAD, la orientación sexual y la identidad de género son dimensiones distintas, aunque muchas veces se mezclan —por desconocimiento o por prejuicio— en discursos públicos, medios o incluso políticas.
No, no es solo un tecnicismo
Podría parecer un asunto de tecnicismos, pero no lo es. Confundir identidad con orientación no solo demuestra ignorancia: puede tener consecuencias reales. Desde reportajes que malgenerizan a personas trans, hasta políticas públicas que no reconocen los derechos específicos de cada grupo, pasando por familias que no entienden por qué su hije “dice que es niño pero le gustan los niños”. El error no es menor.
Un ejemplo clásico: en 2018, el actor Ezra Miller se identificó como no binario y queer. Al día siguiente, varios medios hablaron de su “salida del clóset como gay”. Pero no, Miller no dijo eso. Dijo que su identidad de género no se ajusta al binarismo hombre/mujer y que su orientación es queer, una categoría amplia que no significa necesariamente homosexualidad. La prensa hizo malabares, y la mayoría cayó.
¿Y si mejor usamos un mapa?
Para no perdernos en este bosque semántico, varias organizaciones han diseñado mapas conceptuales. El más famoso es el Gingerbread Person, un diagrama que separa claramente identidad, expresión, sexo y orientación. Sí, parece una infografía escolar, pero ha salvado más conversaciones familiares que muchas sesiones de terapia.
Este tipo de herramientas son útiles porque colocan cada dimensión en su lugar. La identidad de género está en la cabeza; la expresión, en lo que mostramos; el sexo, en lo biológico; y la orientación, en el corazón y la atracción.
Cuando los medios fallan, las consecuencias pegan
Y no es solo una cuestión de representación o de buenos modales. Cuando los medios fallan en usar los términos correctos, refuerzan estereotipos y fomentan desinformación. Un reportaje que presenta a una mujer trans como “un hombre gay que se viste de mujer” no solo es erróneo: es violento. Lo advierte la Guía de Comunicación Incluyente y sin Discriminación del CONAPRED, que recuerda que una cobertura ética y precisa salva vidas. Literalmente.
La confusión también afecta la aplicación de políticas públicas. En países donde no se reconoce la identidad de género como categoría jurídica separada, muchas personas trans quedan fuera de sistemas de salud, vivienda o justicia. Lo detalla un informe del ACNUDH, que señala cómo la falta de comprensión institucional sobre estas diferencias agrava la exclusión y la violencia.
El problema no es la falta de palabras: es la falta de ganas
Lo más paradójico es que hoy tenemos más acceso que nunca a recursos, guías, experiencias y testimonios para entender estas diferencias. Lo que falta, quizá, no es información, sino voluntad. La voluntad de leer, de preguntar, de escuchar sin intentar corregir a quien habla desde su vivencia. Y sobre todo, la voluntad de dejar de asumir que una etiqueta lo dice todo.
Porque sí, a veces ser gay, trans, no binarie, pansexual, queer o simplemente “no sé todavía” puede parecer un menú complicado. Pero no lo es tanto si entendemos esto: quién soy y a quién deseo no son la misma pregunta. Y definitivamente no tienen por qué tener la misma respuesta.
¿Quién soy y a quién deseo? Así se diferencian identidad y orientación sexual
Cuando Eric Effiong, el mejor amigo gay y fabuloso de Otis en Sex Education, se presenta con maquillaje, faldas y energía explosiva, no faltan personajes —y espectadores— que se preguntan: ¿entonces es trans? Spoiler: no. Eric es un hombre cisgénero que simplemente disfruta explorar su expresión de género. ¿Y su orientación? Gay. Pero esa confusión —tan común y tan mal manejada en la vida real— revela lo lejos que estamos de entender la diferencia entre identidad y orientación sexual. Y no, no son sinónimos. Tampoco son parientes cercanos.
De qué hablamos cuando hablamos de identidad
La identidad de género es, simple y llanamente, cómo una persona se percibe a sí misma en términos de género. Puede ser hombre, mujer, no binarie, fluido o cualquier otra etiqueta con la que se sienta en casa. No tiene que ver con lo que hay entre las piernas ni con lo que dice el acta de nacimiento. Es un asunto interno, de percepción personal, y puede o no coincidir con el sexo asignado al nacer.
Lo explica muy bien Planned Parenthood, que distingue entre tres conceptos fundamentales: sexo (asignado al nacer), identidad de género (cómo se siente la persona) y expresión de género (cómo se muestra al mundo). Y ojo: ninguno de estos define a quién te atrae.
Y qué es la orientación sexual (sin complicarse)
La orientación sexual es, en palabras simples, hacia dónde se orienta tu brújula del deseo: quién te gusta, quién te atrae, con quién quieres establecer relaciones afectivas o sexuales. Puedes ser heterosexual, homosexual, bisexual, pansexual, asexual, y la lista sigue. Pero esto no dice nada sobre tu identidad de género.
Una mujer trans, por ejemplo, puede sentirse atraída por hombres, mujeres, ambos o ninguno. Es decir: puede ser heterosexual, lesbiana, bisexual o asexual. Como explica el sitio GLAAD, la orientación sexual y la identidad de género son dimensiones distintas, aunque muchas veces se mezclan —por desconocimiento o por prejuicio— en discursos públicos, medios o incluso políticas.
No, no es solo un tecnicismo
Podría parecer un asunto de tecnicismos, pero no lo es. Confundir identidad con orientación no solo demuestra ignorancia: puede tener consecuencias reales. Desde reportajes que malgenerizan a personas trans, hasta políticas públicas que no reconocen los derechos específicos de cada grupo, pasando por familias que no entienden por qué su hije “dice que es niño pero le gustan los niños”. El error no es menor.
Un ejemplo clásico: en 2018, el actor Ezra Miller se identificó como no binario y queer. Al día siguiente, varios medios hablaron de su “salida del clóset como gay”. Pero no, Miller no dijo eso. Dijo que su identidad de género no se ajusta al binarismo hombre/mujer y que su orientación es queer, una categoría amplia que no significa necesariamente homosexualidad. La prensa hizo malabares, y la mayoría cayó.
¿Y si mejor usamos un mapa?
Para no perdernos en este bosque semántico, varias organizaciones han diseñado mapas conceptuales. El más famoso es el Gingerbread Person, un diagrama que separa claramente identidad, expresión, sexo y orientación. Sí, parece una infografía escolar, pero ha salvado más conversaciones familiares que muchas sesiones de terapia.
Este tipo de herramientas son útiles porque colocan cada dimensión en su lugar. La identidad de género está en la cabeza; la expresión, en lo que mostramos; el sexo, en lo biológico; y la orientación, en el corazón y la atracción.
Cuando los medios fallan, las consecuencias pegan
Y no es solo una cuestión de representación o de buenos modales. Cuando los medios fallan en usar los términos correctos, refuerzan estereotipos y fomentan desinformación. Un reportaje que presenta a una mujer trans como “un hombre gay que se viste de mujer” no solo es erróneo: es violento. Lo advierte la Guía de Comunicación Incluyente y sin Discriminación del CONAPRED, que recuerda que una cobertura ética y precisa salva vidas. Literalmente.
La confusión también afecta la aplicación de políticas públicas. En países donde no se reconoce la identidad de género como categoría jurídica separada, muchas personas trans quedan fuera de sistemas de salud, vivienda o justicia. Lo detalla un informe del ACNUDH, que señala cómo la falta de comprensión institucional sobre estas diferencias agrava la exclusión y la violencia.
El problema no es la falta de palabras: es la falta de ganas
Lo más paradójico es que hoy tenemos más acceso que nunca a recursos, guías, experiencias y testimonios para entender estas diferencias. Lo que falta, quizá, no es información, sino voluntad. La voluntad de leer, de preguntar, de escuchar sin intentar corregir a quien habla desde su vivencia. Y sobre todo, la voluntad de dejar de asumir que una etiqueta lo dice todo.
Porque sí, a veces ser gay, trans, no binarie, pansexual, queer o simplemente “no sé todavía” puede parecer un menú complicado. Pero no lo es tanto si entendemos esto: quién soy y a quién deseo no son la misma pregunta. Y definitivamente no tienen por qué tener la misma respuesta.




