Redadas y protestas en Los Ángeles
Lo que está ocurriendo en Los Ángeles, California, es inédito. Las redadas antiinmigrantes impulsadas por la administración del presidente Trump y ejecutadas por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) fueron el botón detonador de una serie de manifestaciones violentas que tuvieron lugar este fin de semana.
En medio de la ya de por sí tensa relación con el Gobierno de los Estados Unidos, el campo de batalla y las terribles escenas de Los Ángeles, alimentan el discurso de racismo y justifican, por decirlo de alguna forma, las acciones más radicales que están teniendo lugar en aquel lado de la frontera.
Desde 1965, por ejemplo, no se había solicitado la presencia de la Guardia Nacional para contener protestas civiles en las calles, sin la voz de un gobernador. A los más de cuatro mil elementos de esta corporación, hay que sumar los casi setecientos marines que fueron llamados para imponer el orden.
Cierto es que la violencia, como ha ocurrido en este escenario, nunca debe ser considerada una alternativa válida de presión política o social, pero el despliegue militar ordenado por la Casa Blanca se ha interpretado como un acto de provocación en contra del gobernador de California, Gavin Newsom.
Y es que no es casualidad que lo anterior esté ocurriendo en Los Ángeles. Se trata de la segunda ciudad con más mexicanos en el mundo (más de 925 mil habitantes), lo cual por supuesto, aumenta la presión sobre la agenda migratoria que define en gran medida la relación bilateral en estos momentos.
Por otro lado, una realidad de la cual no se habla mucho, al menos no en la opinión pública, es la falta de responsabilidad de los gobiernos mexicanos a lo largo de décadas. Aunque antaño, el flujo migratorio hacia Estados Unidos aumentó drásticamente en los años ochenta, producto de la falta de oportunidades laborales y de los altos niveles de pobreza en muchas regiones del país.
En el último informe del Consejo Nacional de Población (CONAPO) y de la Fundación BBVA México, se estimó que en Estados Unidos hay más de 39 millones de personas de origen mexicano (de primera, segunda y tercera generación), que aportan el noventa y cinco por ciento del total de las remesas que recibe nuestro país.
Sin embargo y hay que decirlo, nuestro país fue omiso en su responsabilidad de contener la migración hacia Estados Unidos, sobre todo la de aquellas personas que no contaban con la documentación necesaria y que recurrían a los famosos “polleros”. Se calcula que de los más de 12 millones de mexicanos de primera generación, por ejemplo, uno de cada tres son indocumentados.
A este caldo de cultivo hay que añadir el papel de los cárteles del narcotráfico, que asumieron el control de estas actividades y que han sido responsables de atrocidades en contra de migrantes mexicanos, centroamericanos y sudamericanos, registrados en los últimos años. El caso de San Fernando, Tamaulipas, en 2010, es uno de muchos,
Pero volviendo al tema de Los Ángeles, en cualquiera de los escenarios posibles, de escalamiento o pasividad, gana Trump. Si las protestas y la tensión aumentan, el antimexicanismo promovido entre su base electoral tomará fuerza. Si “apaga” las expresiones de violencia, habrá sido un éxito de su política de seguridad y migratoria.
Las protestas violentas, en cualquier parte del mundo, nunca han terminado bien. Si bien la manifestación de las ideas y la expresión del descontento social es un derecho adquirido y protegido por las leyes; la violencia rebasa esos límites y erosiona cualquier mecanismo de diálogo. Trump ya lo dijo, que los responsables de la violencia serán llevados ante los Tribunales de Justicia. Esperemos que esto no termine peor, por el bien de nuestros paisanos.
