Ambientalistas
De Carlos Pellicer a las Humanidades Ambientales, o al revés (II)
Con este artículo cerraremos el breve ensayo que iniciábamos el pasado 12 de agosto en este mismo espacio, gracias a la generosa invitación del doctor Victor Hugo Salazar Ortiz, profesor-investigador del Departamento de Filosofía de la UAA, y sostenedor de esta columna.
Como decíamos en la ocasión anterior, tratamos con estos dos textos de presentar un recorrido crítico que nos conduzca desde las problemáticas ambientales y la necesidad de promover la sensibilidad ciudadana acerca de las mismas, hasta el poco estudiado periodo de la poesía posmoderna latinoamericana y el gran poeta y personaje público mexicano que fue Carlos Pellicer Cámara, pasando por las Humanadas Ambientales.
Estos intereses se enmarcan en un proyecto de amplio alcance internacional y de vocación iberoamericanista llamado “Poéticas del posmodernismo en Hispanoamérica y España, 1907-1922”, coordinado por las Universidades españolas de Huelva y Sevilla. Bajo esta denominación, correspondiente a los estudios literarios, no parecería que pudieran derivarse vínculos interesantes y pertinentes con nuestras preocupaciones ambientales. Sin embargo, el propósito de este proyecto es pensar cómo la poesía posmoderna del escritor mexicano Carlos Pellicer puede ofrecernos una oportunidad en este sentido. Ya adelantábamos que la original voz poética de este gran cantor del paisaje mexicano e iberoamericano, y comprometido defensor de los valores culturales y territoriales del mundo mestizo e indígena, puede ser puesta en diálogo con las evidencias, pasadas y actuales, de la crisis ecológica, las injusticias ambientales y las desigualdades sociales.
Cuando Carlos Pellicer Cámara (1898-1977) publica Colores en el mar y otros poemas, en 1921, tiene 23 años. En las breves líneas de presentación, el poeta se acuerda de las playas de México, Colombia, Venezuela, Cuba, del Atlántico y del Pacífico, en una mirada que recorre prácticamente todo el territorio hispanoamericano de las “repúblicas inolvidables”. Este poemario es fruto de su viaje de dos años por varios países del continente, promovido por las políticas de intercambios estudiantiles del gobierno carrancista posrevolucionario, bajo un ideal de unidad y solidaridad latinoamericana. Tales experiencias sirven a los jóvenes intelectuales y escritores mexicanos, y de América Latina, para ir forjando una identidad como miembros de una comunidad iberoamericana durante un período histórico complejo de lucha y de reconstrucción nacional.
Ya desde este primer libro, el joven inunda sus versos con una serie de imágenes de fuerte luminosidad, dinámica y cromatismo, que se repetirán insistentemente a lo largo de buena parte de su obra: palmas, aguas tropicales, olas henchidas, volcanes gigantescos, cerros poblados de maíz, flores, frutos y cactáceas, el maguey y el nopal, “un águila que atraviesa el corazón del Valle”. Estos recursos son descripciones vibrantes e inmersivas del yo poético en el paisaje, pero también funcionan para contextualizar la poesía en un espacio concreto, punteado por señas identificables de marcas paisajísticas, culturales e idiomáticas. Colores en la mar y otros poemarios de los años veinte representan ese momento de tránsito y reconstrucción entre los siglos XIX y XX, cuando Pellicer comienza su etapa como hombre público y hombre de letras. El poeta tabasqueño tempranamente cuestiona el mundo cosmopolita, ahistórico y exótico, que evocaba lugares inconcretos, míticos e irreales, tan característico de la corriente modernista, que con su cosmopolitismo esteticista se desinteresaba de las realidades materiales, de los conflictos territoriales y de las naturalezas y ecosistemas nacionales. Pellicer, en cambio, vuelve su mirada al paisaje preciso y tangible de los contextos cercanos de las tierras mexicanas y latinoamericanas. El poeta prefiere llevar a su poesía la presencia física y sensorial que ha experimentado en sus itinerarios de viaje y la conciencia histórica de los pueblos que ha visitado, y que expresa con convencido civismo patriótico o como testimonio lírico y conmovido. El mismo Pellicer escribió en 1918, en referencia a la obra de Amado Nervo: “Es ya justo que abandonemos el Trianón, con todas sus galanterías falsas y sus perfumes refinados. Sintamos el paisaje de América renovando si quiera con el pensamiento la fuerza de nuestra tradición vernácula”.
Esta poesía de Pellicer, y de otros poetas que se escribe por las mismas fechas, ha sido llamada posmoderna por seguir a la época de los grandes poetas modernistas, como Rubén Darío, Gutiérrez Nájera o Amado Nervo y preceder a las vanguardias de los años 20 y 30. Es un tipo de literatura difícil de describir claramente, pues se produce en un período de transición entre dos momentos históricos cruciales de la historia de América Latina: de una fase de desarrollo de oligarquías capitalistas y dictaduras de orden y progreso, como el porfiriato, cuando las repúblicas americanas se abren más al comercio mundial en relación de periferia y dependencia, y subordinadas al capital extranjero; a una nueva etapa caracterizada por la entrada en la política de las clases populares, las luchas revolucionarias y el fortalecimiento de estados nacionalistas. Esta elección poética hay que entenderla, por tanto, en la situación política nacional e internacional de iniciativas del nacionalismo popular revolucionario y de iberoamericanismo antiimperialista, plasmada por ejemplo, en el caso mexicano, en la Doctrina de Carranza frente a la amenaza intervencionista de los EEUU, o en la lucha por la reapropiación territorial de los recursos petroleros.
Leer a Pellicer hoy puede aportarnos no solo el benéfico deleite privado de disfrutar de hermosas imágenes poéticas engarzadas con la musicalidad de rimas encantadoras o atrevidas, o con la audacia de versos y estrofas bien construidos. También puede interpelarnos a volver la mirada a nuestros entornos paisajísticos, ecológicos y culturales para, como él hizo, tomar conciencia de los procesos de deterioro de su riqueza patrimonial y natural, y responder a ello con la sensibilidad de una mirada cordial y poética y con la rectitud moral de un justo y necesario compromiso cívico.




