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domingo, diciembre 21, 2025

Entre la amistad y la virtud: lecciones de Séneca | La Columna J por: Roberto Ahumada

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La Columna J 

Entre la amistad y la virtud: lecciones de Séneca

“Nadie puede tener todo lo que quiere, lo que podemos hacer es no querer lo que no tenemos y servirnos alegremente de las cosas que nos ofrecen. El vientre morigerado y conforme de la escasez es un gran elemento de la libertad”: Séneca.

Estimado lector de este reconocido medio, con el gusto de saludarle como cada semana, y agradeciendo en demasía su tiempo y atención, quiero expresarle que esta semana retomo el preámbulo de los estoicos para poder hablar de uno de personajes más reconocidos de esta filosofía, me refiero a Séneca, quien sin duda alguna resulta ser un ejemplo de la templanza, la sabiduría y el honor. Su vida estuvo llena de vicisitudes no obstante él se mantuvo parco y ecuánime incluso hasta el momento de su muerte.

Séneca plasma gran parte de su obra en las Cartas a Lucilio, dicha obra resulta ser un ideario para el siglo XXI. 

“La felicidad consiste en alcanzar la virtud, y la virtud en vivir conforme a la ley de la naturaleza, aceptando aquello que no depende de nosotros y viviendo en el instante”: Séneca.

Para Séneca, el hombre sabio no es aquel que acumula conocimiento y citas en la memoria, sino quien logra convertirlos en claridad interior y acción exterior, en una existencia virtuosa y plena. La verdadera sabiduría, decía, es el arte de vivir. Esa es la razón por la cual las Cartas a Lucilio, a lo largo de veinte siglos, mantienen una vigencia inquebrantable: más allá de su clasicismo literario y de su valor histórico y bibliográfico, transmiten un mensaje de absoluta contemporaneidad. Nos siguen hablando a los corresponsales de hoy y de mañana, tal como Séneca deseaba, acerca del equilibrio con la naturaleza, de la importancia de la vida cotidiana y de la práctica de la virtud que fluye y se expresa en cada acto.

Séneca fue sublime incluso en el umbral de su muerte. Acusado y condenado por una presunta implicación en la conjura de Calpurnio Pisón contra el despiadado Nerón, no mostró temor ni tristeza. Con su serenidad habitual pidió que le entregaran las tablillas de su testamento; al negársele, se dirigió a sus amigos reunidos aquella tarde final junto a su esposa Paulina, y les dijo que, puesto que no le permitían agradecerles con sus bienes, les legaba lo único que verdaderamente poseía: la imagen de su vida, es decir, sus enseñanzas y su manera de vivir. Sus cuantiosas propiedades, ya confiscadas por el emperador, fueron para él solo accesorios frente a la grandeza de una vida consagrada a la filosofía.

Se cuenta que, al preguntarle un centurión si estaba listo para ese momento, Séneca respondió que era el instante más sublime, pues al fin podía mirar de frente a la muerte. Como recordaba Marguerite Yourcenar en Memorias de Adriano, al entrar en la muerte debemos hacerlo con los ojos abiertos. Esa apertura, esa disposición a enfrentar el destino sin máscara, convirtió la muerte de Séneca en un acto filosófico tan memorable como su vida.

Senador, asesor de los más altos mandos de Roma, orador destacado y, al mismo tiempo, exiliado por causas políticas, Séneca dedicó parte de esos destierros a escribir una obra destinada a permanecer. Su legado no solo está en sus escritos, sino en la coherencia entre palabra y vida, entre pensamiento y acción.

Y como diría Robert Redeker en El ocaso de la muerte: “La muerte no se borra, nos constituye”. Esta verdad ilumina la última lección de Séneca: la filosofía es la preparación para vivir con dignidad y morir con serenidad, sabiendo que la memoria de una vida virtuosa trasciende mucho más que la fugacidad de los bienes terrenales.

Solo ciertos filósofos poseen la capacidad de meditar con profundidad sobre la muerte. Séneca fue uno de ellos. Él mismo exhortaba: “Medita la muerte”. Quien dice esto, nos invita en realidad a reflexionar sobre la libertad. Quien aprende a morir, desaprende a servir y asciende por encima de todo poder. Al menos, decía, debemos mantenernos fuera del alcance de cualquier dominio. ¿Qué importarán entonces las cárceles, los guardianes y los candados? La puerta está siempre libre. El verdadero grillete no es externo, sino interno: es el amor desmedido a la vida, única cadena que nos mantiene atados. Y aunque este amor no deba rechazarse, sí ha de moderarse, de tal manera que, si en algún momento la existencia nos exige soltarlo, nada debe detenernos ni impedir que estemos dispuestos a entregar de inmediato lo que, tarde o temprano, nos será arrancado.

Séneca sostenía postulados profundamente loables. Como antídoto de la enfermedad proponía el estudio y la amistad. En sintonía con Aristóteles, reconocía que la virtud podía alcanzarse a través de la amistad, entendida como una guía de vida. Y en estos tiempos convulsos, donde el mundo parece desquebrajarse, tanto la amistad como el honor siguen siendo faro y sostén ante un horizonte que claudica frente a la deshonra.

Tal vez, la lección más honda de Séneca permanezca en su propia voz: “La vida es larga si se sabe aprovechar”.

In silentio mei verba, la palabra es poder, la filosofía es libertad.

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