Imagina un portero que, con el peso de una nación sobre sus hombros, corona a México como rey olímpico por primera vez en su historia. Ahora, visualiza a ese mismo hombre, con 44 años en el reloj, colgar los guantes en un estadio fronterizo, rodeado de aplausos y lágrimas, mientras su ex equipo lo despide con un pasillo de honor. Esa es la esencia de José de Jesús Corona Rodríguez, “Chuy” para los suyos, un tapatío nacido el 26 de enero de 1981 en Guadalajara que transformó el fútbol mexicano en una epopeya de redenciones, atajadas imposibles y lecciones duras. No fue el héroe impecable de las portadas relucientes; fue el guerrero con cicatrices visibles, el que cayó en pozos de controversia pero siempre se levantó, recordándonos que en el balompié azteca, la grandeza se forja en el fuego de la adversidad.
De las calles de Guadalajara al debut con Atlas
En el corazón de Jalisco, donde el fútbol es religión y las porterías se defienden con uñas y dientes, José de Jesús creció idolatrando a leyendas como Jorge Campos, ese acróbata del arco que volaba. Hijo de una familia modesta, Chuy no soñaba con contratos millonarios; soñaba con parar balones en las canchas polvorientas de su barrio. A los 16 años, las fuerzas básicas del Atlas lo reclutaron, reconociendo en ese chaval de 1.84 metros un instinto felino para los reflejos. Pero el salto al primer equipo no fue un paseo; debutó el 26 de febrero de 2003, en la jornada 5 del Clausura, contra Pumas UNAM, en una victoria 2-1 que lo catapultó a los reflectores. Aquel día, con solo 22 años, Corona no solo detuvo disparos; detuvo dudas. En su temporada inicial con los Rojinegros, acumuló 15 partidos, mostrando una solidez que lo posicionó como promesa, aunque el título se le escapó de las manos. Atlas era su cuna, pero el destino lo llevaría pronto a forjarse en otros fuegos. Esta etapa inicial, breve pero intensa, le enseñó que en el fútbol mexicano, la consistencia es el verdadero trofeo, y Chuy, con su pie derecho como arma letal para saques largos, ya empezaba a tejer su mito como un guardián que no solo paraba goles, sino que iniciaba contraataques con precisión quirúrgica.
El ascenso en Tecos
El 2004 marcó el éxodo; Atlas lo cedió a Tecos UAG, y allí, en el Estadio Tres de Marzo de Zapopan, Corona se convirtió en espectáculo. No era solo un portero; era un contorsionista bajo los tres postes, con voladas imposibles que recordaban a su ídolo, Campos. En su primera temporada completa, disputó 32 partidos en el Apertura 2004, pero el clímax llegó en el Clausura 2005; contribuyendo al subcampeonato de Tecos vs América. Corona, con 24 años, fue el pilar inquebrantable y demostrando que su carrera no era un capricho juvenil. Aquella gesta no sólo consolidó su estatus; lo catapultó a la Selección Mexicana. Bajo el mando de Ricardo La Volpe, debutó con el Tri el 8 de octubre de 2005, en un amistoso contra Hungría que terminó 0-0. Para el Mundial de Alemania 2006, Corona fue convocado como suplente de Oswaldo Sánchez, un rol que le dolió pero le enseñó humildad, vio desde la banca la eliminación ante Argentina en octavos, jurando que su turno llegaría. En Tecos, acumuló 148 partidos, dos liguillas y un sello indeleble, el de un mexicano que elevaba el arco a arte circense, inspirando a generaciones en un país donde los porteros suelen ser héroes anónimos. Esta era en Guadalajara lo moldeó como líder, y pronto, el llamado de un gigante celeste lo tentaría.
Cruz Azul, la montaña rusa
En 2009, Cruz Azul pagó 8 millones de dólares por Corona, y con él llegó la esperanza a La Noria. Pero oh, qué ironía cruel: Chuy se unió a la “Máquina” en su peor sequía, un club maldito por 23 años sin liga. Sus primeros años fueron un torbellino de talento y frustración, en el Clausura 2013, atajadas heroicas en cuartos solo para caer en la final ante el máximo rival, el América por penales. Aquel campeonato lo persiguió como un fantasma, pero Corona, con esa resiliencia mexicana que convierte derrotas en combustible, se reinventó. El Clausura 2013 trajo la Copa MX, su segundo título copero, y en la Liga de Campeones de la CONCACAF 2013, fue el muro impenetrable. Cruz Azul levantó su sexta orejona continental, clasificando al Mundial de Clubes 2014, donde cayeron 4-0 ante Real Madrid pero empataron con Auckland City.
Pero el verdadero drama fue personal; en 2011, una riña en la semifinal contra Morelia con un cabezazo al preparador físico, Sergio Martín, le costó seis partidos de sanción y la exclusión de la Copa Oro y Copa América por el DT, José Manuel de la Torre, quien lo tildó de “conducta violenta”. Años antes, un incidente en un bar lo sacó del Mundial 2010. Estas polémicas, lejos de hundirlo, lo humanizaron. En un fútbol donde los ídolos son intocables, Chuy era real, falible, un reflejo de las pasiones exacerbadas del aficionado mexicano.
La redención llegó en 2018 con otra Copa MX y la Supercopa MX derrotando al Necaxa, pero el clímax fue el Guardianes 2021: contra Santos en la final, Corona rompió la sequía de 23 años para Cruz Azul: “14 años jugué en Cruz Azul, vivimos de todo, aprendimos de todo, disfrutamos, lloramos, fue una montaña rusa ahí”, confesó en su emotivo mensaje previo al retiro, lágrimas en los ojos al recordar cómo ese trofeo borró 12 años de espera personal. Su paso por Cruz Azul no fue lineal; fue una novela épica de altibajos que lo elevó a leyenda, enseñando que en México, los títulos se ganan con el alma, no solo con las manos.
Tijuana, el capítulo final
En julio de 2023, libre de Cruz Azul, Corona firmó con Tijuana, su tierra adoptiva desde 2017 en un préstamo fugaz. A los 42, muchos lo veían como un adiós simbólico, pero Chuy jugó dos temporadas más, sumando minutos valiosos y mentorizando a jóvenes como “Toño” Rodríguez. El Apertura 2025 fue su epílogo; registrado solo para la Jornada 11 contra Cruz Azul, el 28 de septiembre, saltó como titular y capitán en el Estadio Caliente. Duró 10 minutos antes de ceder el arco entre un pasillo de honor y ovaciones que retumbaron como truenos. Xolos ganó 2-0, y Corona, con 222 porterías en cero en su carrera, se despidió con un: “Muy emotiva la noche, muy agradecido con este homenaje, fue algo muy importante para mí y la familia”. Este cierre, poético y nostálgico, subrayó su longevidad. En un deporte que devora cuerpos, Chuy desafió el tiempo, jugando hasta los 44 en una Liga MX feroz.
El Tri
Como mexicano, Corona encarnó el orgullo tricolor en su máxima expresión. Debutó en 2005, sumando 54 partidos hasta su retiro de la Selección en 2023, cuando abrió paso a la nueva generación: “Es tiempo de dar el paso generacional en la portería”, dijo, consciente de que el fútbol no espera. Convocado a tres Mundiales (2006, 2014 y 2018), nunca pisó la cancha, un vacío que dolió pero no empañó su brillo. En Sudáfrica 2010, un altercado lo dejó fuera; en Brasil y Rusia, Ochoa lo eclipsó. Pero su cima fue Londres 2012, como líder y capitán del Tri Olímpico, paró tiros importantes en la final 2-1 contra Brasil, ganando el oro histórico: “Ningún portero ha exhibido en un solo torneo de selecciones el nivel superlativo de Corona en una competencia de tan alto perfil”, alabó la prensa, y con razón, también oro en Panamericanos 2011. Participó en dos Copas Oro (2009, 2011) y eliminatorias, siempre como suplente leal. Su legado con México no es de goles; es de momentos que unieron a un país, recordándonos que los verdaderos héroes nacionales parpadean bajo presión sin pestañear.
El lado oscuro que forjó al héroe
Ninguna carrera mexicana es limpia, y la de Corona estuvo salpicada de sombras que, paradójicamente, la hicieron más humana. El incidente de 2011 con Morelia, no sólo le costó la Copa Oro, sino que avivó debates sobre la “cultura violenta” en el fútbol azteca. En 2010, una pelea en un bar lo excluyó del Mundial de Sudáfrica, un golpe que lo llevó a cuestionar su temperamento: “Tenemos decidido no llevar a Jesús Corona a la Copa Oro”, declaró la FEMEXFUT, reemplazándolo por Orozco. Estas caídas, sumadas a finales perdidas, pintaron a Chuy como el eterno segundón, criticado por errores en que dolieron como puñaladas colectivas. Pero en México, donde el fútbol es catarsis, estas complicaciones lo redimieron. No fue un santo; fue un reflejo de nuestras pasiones desbordadas, un portero que pagó caro sus demonios pero los venció, inspirando a miles a perseverar.
Un adiós con sentimientos encontrados y un futuro en el horizonte
El 28 de septiembre de 2025, bajo las luces del Estadio Caliente, Corona vivió su epílogo: titular por minutos simbólicos, salida ovacionada, y un “Sí, el plan es iniciar como titular… algo simbólico” que resumió su humildad, además nostalgia por 22 años de gloria mezclada con alivio por ceder el testigo. Con 12 títulos en total, incluyendo ese oro eterno, 222 porterías limpias y un impacto que trasciende fronteras, Chuy deja un vacío en el arco mexicano.
José de Jesús Corona no fue solo un portero; fue el pulso de un México futbolero que late con intensidad, que cae y se levanta, que sueña con oros imposibles y finales redentoras. En un deporte de efímeros ídolos, Chuy perdura como el guardián que nos enseñó a atajar no sólo balones, sino balas del destino.




