En México, el color de piel, los rasgos físicos y la etnia determinan quién tiene acceso a la educación, a un trabajo digno, a la justicia o incluso cómo será tratado en un espacio público. La respuesta detrás de esta realidad tiene nombre: clasismo. No solo existe, sino que opera todos los días, decidiendo quién avanza y quién se queda atrás, quién es escuchado y quién es silenciado, quién es visto y quién es invisible.
Datos duros
México cuenta con aproximadamente 46.8 millones de personas pobres. Entre ellas, las personas que tienden a permanecer en la pobreza durante su edad adulta, son las de tono de piel oscuro, representando el 57% de la población. El clasismo y racismo que enfrenta este grupo de la población, se hace visible frente al porcentaje restante, con un 34% que está conformado por personas de tono de piel claro.
En promedio, las personas con tonos de piel más oscuros tienen 2 años menos de escolaridad que la media nacional, perciben ingresos significativamente menores, enfrentan mayores obstáculos para acceder a puestos de dirección y cuentan con menos oportunidades para mejorar su posición socioeconómica. Además, son sometidos a burlas, rechazo y estereotipos únicamente por su apariencia física, siendo la causa principal de discriminación en el país.
Las oportunidades para construir un mejor futuro se encuentran limitadas, y se intensifican conforme se agregan los factores de discriminación. Esta cadena de discriminación atraviesa todos los sectores de la sociedad y sostiene un sistema estructural de abusos y privilegios que impacta de manera directa a las poblaciones indígenas y a las personas con tonos de piel más oscuros, restringiendo su acceso a oportunidades, derechos y reconocimiento dentro de un país que aún niega la magnitud de su racismo.
No es un problema lejano, es algo que vivimos todos los días
Patricio Solís, investigador del Colegio de México (Colmex), reflexiona que el clasismo tiene sus antecedentes históricos desde el mestizaje en el siglo XVI, adquiriendo diferentes significados a lo largo de la historia. Sin embargo, menciona que no es un problema aislado: “Esto va más allá de ser indígena, basta solo parecerlo o tener rasgos racializados para sufrirlo, ya no estamos hablando del México profundo o lejano, estamos hablando de lo que vivimos todos los días”. Explica, también, que el clasismo es un problema estructural porque se funda en un orden social y una relación de poderes que se ha reproducido de forma permanente en la sociedad sin darnos cuenta.
El clasismo se ve de diferentes formas. Aunque hablamos de los extremos a los que llega el clasismo, muchas personas emplean expresiones clasistas de forma cotidiana: desde el uso despectivo de palabras como “indio”, “negro” o “naco”, como lo vimos en el reciente caso de “Lady Racista”, que lo llevó a un extremo sumamente violento, racista y clasista. Casualmente, era una mujer blanca de origen argentino, manifestando su ira hacia una persona no blanca.
Actualmente, más de la mitad de la población indígena y afrodescendiente considera que sus derechos se respetan poco o nada, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación (Enadis). La lucha contra el clasismo es una realidad que afecta a más de un sector en el país y limita a millones de personas día a día. Para realmente combatirla tener que empezar a voltear a ver el problema desde la raíz. “Decimos que queremos combatir la pobreza, la desigualdad e, incluso, la violencia, pero no hemos hecho un análisis profundo de cómo la discriminación desempeña un papel en todos estos fenómenos”, así declaró Alexandra Haas, presidenta del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación.




