La Columna J
La rebelión en la granja
“Todos los animales son iguales, pero unos son más iguales que otros”
Estimado lector de LJA.MX, con el gusto de saludarle como cada semana, agradezco profundamente su tiempo y su atención. Es para mí un honor poder escribir y compartir mis ideas, y que de manera paralela exista alguien que las reciba. Es un ejercicio de existencia dual: yo sin usted no existo. En esta ocasión quiero abordar un tema que me apasiona y que considero necesario para la reflexión. Además, quiero anunciar que en los próximos días estaré reactivando una comunidad de filosofía aplicada bajo el nombre de Estoicos – Hedonistas. La intención es leer un libro al mes que nos permita filosofar, debatir, intercambiar ideas y, sobre todo, reflexionar colectivamente sobre aquello que subyace en nuestro entorno, para tomar distancia crítica a partir de diversas opiniones.
Elegí la obra de George Orwell, La rebelión en la granja, porque independientemente del momento histórico en que fue escrita, su aplicabilidad es intemporal. La fuerza de su narrativa, así como su estilo distópico para representar el poder político y las ambiciones de quienes lo detentan, resulta fascinante y profundamente aleccionador.
George Orwell nos heredó no solo una fábula política, sino un espejo atemporal que refleja la fragilidad de la sociedad y la ambivalencia del poder. En su relato se condensa la paradoja de la libertad y la sumisión, de la rebelión y el sometimiento, de la esperanza y la traición. Resulta inquietante constatar cómo el ciclo que describe en los animales de la granja se repite en las estructuras políticas y sociales actuales. Tal como advertía Nietzsche con la idea del eterno retorno, o el mito de Sísifo condenado a repetir el mismo esfuerzo, los pueblos parecen atrapados en un círculo donde los mismos errores históricos vuelven a presentarse una y otra vez.
Slavoj Žižek señala: “La ideología no es simplemente un velo que oculta la realidad, es parte constitutiva de la realidad misma”. Este recordatorio ayuda a comprender por qué las sociedades caen repetidamente en las mismas trampas: no basta con denunciar a quienes ostentan el poder, también es necesario comprender cómo los discursos, símbolos y creencias funcionan como mecanismos que sostienen la dominación.
Todos los personajes de la novela representan a alguien. Desde el alcoholismo existencial y filosófico del señor Jones, reflejo del descuido por su gobierno y su sociedad, hasta Snowball, convertido en el enemigo eterno al que todo gobierno culpa de los errores propios con tal de deslindarse de responsabilidades. La obra parece un manual ortodoxo para obtener el poder y mantenerlo.
El papel de los cerdos es particularmente revelador. En nuestra cultura se les asocia con suciedad o lascivia, cuando en realidad son animales inteligentes y pulcros. Orwell juega con esa contradicción para mostrar cómo los más capaces, los que saben leer y escribir, como Napoleón, se convierten en la clase política o económica dominante. Hoy, en términos del neoliberalismo y del capitalismo, representan a quienes fundamentan su ambición en el deterioro social y en la explotación de la ignorancia. Mientras tanto, los perros encarnan la fuerza militar, el brazo armado que garantiza el orden y la verticalidad del poder. Y los demás animales simbolizan a los estratos sociales históricamente sobajados, sometidos bajo discursos de libertad que en realidad son mecanismos de esclavitud.
Estos animales pagan siempre las cuentas del sistema: fracturan sus huesos trabajando para sostenerlo, padecen hambre, carecen de fuerzas para rebelarse y, lo más grave, no alcanzan a comprender cómo funciona el engranaje que los oprime. La historia es cíclica, aunque evoluciona con matices. Así lo señala Yuval Noah Harari al explicar los patrones repetitivos en la evolución social, y así lo ironizaba Jorge Ibargüengoitia en Lecciones para vivir en México. El problema central es entender que no entendemos: los políticos, en la mayoría de las ocasiones, mienten. Pero la sociedad conserva un poder latente para revertir esa dinámica, siempre que conozca su historia, evite la histeria colectiva y se disponga a ir más allá de la ideología. Solo así será posible construir un Estado de derecho real, ejecutado por personas con bases sólidas en torno a la comunidad, la desigualdad y las tensiones que marcan nuestra vida pública.
Žižek advierte: “El cinismo contemporáneo no significa que la gente ya no crea en la ideología, significa que saben que es falsa, pero aun así actúan como si fuese real”. La descripción encaja perfectamente con los animales sometidos de la granja: saben que las promesas son vacías, intuyen la mentira, pero continúan obedeciendo, trabajando y sosteniendo el mismo sistema que los destruye.
El libro de Orwell no se limita a ser una metáfora de la Revolución Rusa; es un mapa de las constantes universales del poder. El alcoholismo de Jones muestra la decadencia del viejo régimen; Snowball simboliza al enemigo que justifica los fracasos; Napoleón representa al líder que capitaliza la ignorancia; los perros encarnan la fuerza bruta que sostiene el orden; y los animales comunes reflejan la masa que, con sacrificio, mantiene de pie al sistema. Todos estos elementos son espejos de nuestro presente.
Žižek añade otra provocación: “La verdadera violencia es la que se ejerce en silencio, cuando el orden simbólico mantiene a los sujetos en su lugar”. No se trata únicamente de la violencia física, sino de los discursos y estructuras que normalizan la desigualdad. Eso es lo que Orwell vislumbró con lucidez, y lo que hoy emerge nuevamente en sociedades polarizadas y sometidas al espectáculo del poder.
El aprendizaje que nos deja La rebelión en la granja es que la historia no solo se repite: también se transforma en nuevas formas de opresión. El ciclo no es inevitable si existe conciencia crítica, si hay capacidad de cuestionar y de construir comunidad con base en la memoria histórica, la justicia y el bien común. La verdadera revolución no está en el levantamiento armado, sino en la lucidez de la sociedad que reconoce sus cadenas y decide romperlas.
In silentio mei verba, la palabra es poder, la filosofía es libertad.




