De albañil en Torreón a campeón olímpico en Wembley. La historia de Oribe Peralta es una de esas que parecen escritas por el destino: un joven que fue rechazado, ignorado y subestimado, pero que con esfuerzo, fe y goles terminó convirtiéndose en uno de los delanteros más importantes del fútbol mexicano. El “Cepillo” no solo brilló con Santos Laguna y América, también llevó a México a la cima del mundo con su inolvidable oro en Londres 2012.
De las calles de Torreón al sueño profesional
Hablar de Oribe Peralta es hablar de constancia, esfuerzo y fe. Nacido el 12 de enero de 1984 en Torreón, Coahuila, creció en una familia trabajadora, donde el fútbol era una pasión compartida, pero no un destino garantizado. Desde niño, Oribe jugaba en canchas de tierra bajo el sol lagunero, soñando con vestir algún día la camiseta de Santos Laguna, el club de su tierra. A diferencia de muchos futbolistas que brillaron desde jóvenes, el camino del “Cepillo” fue largo y lleno de obstáculos.
Su familia no tenía los recursos para apoyarlo en academias profesionales, pero su talento y determinación lo mantuvieron firme. Jugaba en torneos locales, sin imaginar que un visor de Monarcas Morelia lo descubriría en 2003 y lo invitaría a probarse en la Primera División. Así comenzó la historia de un jugador que, a base de lucha, escribiría una de las trayectorias más inspiradoras del fútbol mexicano.
Los años de lucha
El debut profesional de Oribe Peralta se dio con Monarcas Morelia en 2003. No fue el inicio soñado: pocos minutos, muchas dudas y la sensación de estar lejos de consolidarse. A los pocos meses fue cedido al León, donde jugó en el entonces Ascenso MX. Aunque su paso fue discreto, dejó destellos de su inteligencia táctica y olfato de gol.
Después vino su fichaje con Monterrey en 2004, donde logró debutar en Primera División con más regularidad. En el conjunto regio tuvo actuaciones importantes en Copa y algunos goles que llamaron la atención de otros clubes. Sin embargo, no logró consolidarse como titular, y el joven delantero coahuilense parecía destinado a ser un jugador de rotación.
Oribe era el típico futbolista que muchos daban por “promesa cumplida a medias”. Pero él no bajó los brazos. En esos años, su fe y su trabajo silencioso lo mantenían enfocado. Lo que no sabía es que el destino le tenía preparado un regreso triunfal a su tierra.
Santos Laguna y la transformación del “Cepillo”
En 2006, Santos Laguna decidió darle una oportunidad. El club atravesaba un proceso de reconstrucción, y el regreso del jugador lagunero fue recibido con esperanza, pero sin demasiadas expectativas. Sin embargo, fue ahí donde Oribe Peralta se transformó en figura, líder y leyenda.
Los primeros años fueron de adaptación, pero poco a poco empezó a convertirse en el motor ofensivo del equipo. Su capacidad para asociarse, su entrega y su mentalidad lo hicieron indispensable. Bajo la dirección técnica de Daniel Guzmán y posteriormente Benjamín Galindo, el “Cepillo” vivió su primer gran momento al ganar el Clausura 2008, donde Santos venció a Cruz Azul en la final.
Aunque no era aún el goleador principal, su aporte en asistencias, movilidad y carácter lo hicieron clave. Pero fue entre 2010 y 2012 cuando alcanzó su punto más alto con la camiseta albiverde. En esa época, Oribe Peralta se convirtió en el mejor delantero mexicano de la Liga MX, liderando al Santos a otra corona de liga en el Clausura 2012 y a múltiples finales nacionales e internacionales.
Con Santos Laguna, Peralta marcó 82 goles en 225 partidos, y más allá de las cifras, dejó una huella profunda en la afición. Era el jugador que aparecía cuando el equipo lo necesitaba. Era el rostro del esfuerzo, el alma del vestidor, el ejemplo del que se gana el respeto sin discursos.
En una entrevista con ESPN en 2019, Oribe confesó: “En Santos aprendí que uno no necesita ser estrella para brillar. Solo necesitas trabajar, creer y no rendirte nunca.” Esa filosofía lo acompañaría por el resto de su carrera.
El salto a la Selección Mexicana y la consagración olímpica
El gran nivel mostrado en Santos abrió las puertas de la Selección Mexicana, donde Oribe Peralta se convirtió en pieza importante durante la era de José Manuel de la Torre y Luis Fernando Tena.
Su momento más brillante llegó en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, cuando el Tricolor Sub-23, reforzado por tres mayores, logró lo que parecía imposible: ganar la medalla de oro ante Brasil. Oribe fue el héroe de aquella final. Marcó los dos goles del histórico triunfo 2-1 en Wembley. Sus gritos de gol, sus lágrimas y su entrega pasaron a la historia como uno de los momentos más emotivos del deporte mexicano.
Aquel día, Oribe Peralta se convirtió en símbolo nacional. La prensa internacional lo reconoció como el alma de aquel equipo. Para México, aquel triunfo representó no solo una medalla, sino el premio al sacrificio de generaciones de futbolistas que habían soñado con una gloria olímpica.
Más tarde, representó a México en la Copa Confederaciones 2013, el Mundial de Brasil 2014, y múltiples torneos de la CONCACAF, consolidándose como uno de los delanteros más confiables del fútbol nacional.
El fichaje estelar con América y los años dorados
Tras años de consolidación, el Club América puso los ojos en él. En 2014, el equipo azulcrema fichó a Oribe en una de las operaciones más comentadas de la época. Su llegada generó expectativas enormes, y no tardó en responder.
En su primer torneo, llevó al América al título del Apertura 2014, siendo pieza fundamental en la ofensiva y marcando goles importantes en la liguilla. Con el tiempo, se convirtió en capitán, referente y ejemplo de profesionalismo. En total, con las Águilas disputó 264 partidos y anotó 87 goles, logrando además el Apertura 2018, la Copa MX 2019, y dos títulos de la Liga de Campeones de la CONCACAF (2015 y 2016).
Su impacto fue inmediato. Liderazgo, disciplina y goles en momentos clave. En el América demostró que no hacía falta nacer estrella para convertirse en leyenda. Fue querido por la afición azulcrema y respetado por sus rivales. En el Estadio Azteca, el público coreaba su nombre con admiración: “¡Oribe, Oribe!”
Durante esa etapa, también fue frecuentemente llamado a la Selección, representando al país en torneos internacionales y convirtiéndose en uno de los jugadores más constantes del tricolor en la década de 2010.
El salto inesperado: De Águila a Chiva
En 2019, ocurrió uno de los movimientos más polémicos del fútbol mexicano: Oribe Peralta fichó por las Chivas de Guadalajara, eterno rival del América. Muchos no podían creerlo, pero Oribe explicó su decisión como un desafío personal.
Su paso por el Rebaño Sagrado no fue exitoso. Marcó sólo dos goles en 41 partidos, pero nunca perdió su entrega ni su profesionalismo. A pesar de las críticas, siguió entrenando con la misma intensidad que lo había caracterizado toda su vida.
A finales de 2021, su contrato terminó y decidió poner fin a su carrera profesional. El 12 de enero de 2022, el “Cepillo” anunció oficialmente su retiro con un mensaje que conmovió a todo México: “Me aferré al balón como si de él dependiera mi vida. Gracias por dejarme vivir este sueño durante tantos años.”
La vida después del fútbol
Tras su retiro, Oribe Peralta se mantuvo vinculado al deporte desde los medios de comunicación y proyectos sociales. Ha colaborado en programas de TUDN y ESPN, compartiendo su visión del fútbol desde la experiencia de un jugador que vivió de todo: fracasos, triunfos, gloria y crítica.
También se ha involucrado en proyectos de desarrollo juvenil, impulsando a niños y jóvenes en el norte del país para que encuentren en el fútbol una oportunidad, tal como él lo hizo.
En 2025, sigue siendo una voz respetada dentro del entorno del fútbol mexicano. Su carrera se estudia como ejemplo de resiliencia y disciplina. Del jugador que nadie esperaba mucho, al ídolo nacional que le dio a México uno de sus momentos más felices en el deporte.
El legado del “Cepillo”
En números, Oribe Peralta cerró su carrera con más de 280 goles oficiales, 4 títulos de Liga MX, dos campeonatos de Concachampions, una Copa MX, y el Oro Olímpico de Londres 2012. Pero su legado va más allá de los trofeos.
Hoy, el “Cepillo” vive en el recuerdo de los aficionados como uno de los delanteros más queridos, respetados y admirados de la historia moderna del fútbol mexicano. Su carrera es la prueba de que el éxito no se mide por el talento con el que se nace, sino por la voluntad de seguir intentándolo, incluso cuando todo parece perdido.




