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jueves, diciembre 4, 2025

Una universidad que incluye | Hablando de Discapacidad por: Ricky Martínez

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Hablando de Discapacidad con Ricky Martínez

Una universidad que incluye

Esta semana volví a caminar —o mejor dicho, a sentir— los pasillos de un lugar que marcó mi vida para siempre. Volví a mi alma máter, la Universidad Autónoma de Aguascalientes, ese espacio que no solo me formó como profesionista, sino que me dio las herramientas necesarias para comprender el poder transformador de la educación. Regresar a ese entorno no fue un acto de nostalgia, sino un reencuentro con un lugar que representa para mí uno de los mayores símbolos de oportunidad, crecimiento y esperanza.

El motivo de mi visita fue profundamente significativo: volver a dialogar con personas que están impulsando cambios reales en favor de la inclusión, en especial con una mujer cuya pasión por la educación y la justicia social es evidente. Me refiero a la doctora Sandra Yesenia Pinzón Castro, rectora de nuestra benemérita universidad. Reencontrarme con ella fue, además de entrañable, un recordatorio de que cuando el liderazgo institucional se ejerce con convicción, la inclusión deja de ser un discurso para convertirse en una política viva.

En una charla franca y cálida, hablamos sobre los retos que enfrenta la universidad para garantizar que ninguna persona quede fuera del aula por motivos de discapacidad. Pero también hablamos de oportunidades: de cómo, en medio de una sociedad que evoluciona poco a poco hacia un enfoque de derechos humanos, la educación superior puede ser el vehículo más poderoso para transformar realidades.

La rectora lo expresó con claridad: “La universidad debe abrirse a todas y todos, porque el conocimiento no tiene barreras; las barreras las construimos nosotros y también está en nuestras manos derribarlas”. Una frase que, más allá de ser elocuente, condensa la esencia de lo que significa construir una universidad que incluye.

En México, la realidad educativa para las personas con discapacidad sigue enfrentando enormes desafíos. De acuerdo con el INEGI, solo el 17 % de esta población accede a niveles de educación superior, mientras que en la población sin discapacidad la cifra es casi el doble. Esta brecha educativa no es un simple número: es una alerta sobre la exclusión estructural que persiste en nuestro país.

Cuando una persona con discapacidad logra estudiar una carrera profesional, no solo amplía sus oportunidades laborales, también rompe con la narrativa de dependencia que tanto daño ha hecho. Según cifras de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, una persona con discapacidad que cuenta con estudios universitarios tiene hasta un 50 % más probabilidades de obtener un empleo formal que alguien con discapacidad que no tuvo acceso a estudios superiores.

La educación superior no es un lujo. Para muchas personas con discapacidad, es una tabla de salvación, una herramienta de emancipación y un camino hacia la autonomía. Pero para que esa posibilidad sea real, las universidades tienen que comprometerse activamente con la inclusión, no solo con buenas intenciones, sino con acciones concretas y sostenidas.

En este sentido, la Universidad Autónoma de Aguascalientes ha ido construyendo pasos firmes. No son solo rampas o elevadores lo que hace la diferencia —aunque claro que son indispensables—, sino toda una cultura institucional que reconoce a cada estudiante como un sujeto de derechos y no como un número en la matrícula. La planificación de proyectos que contemplan ajustes razonables, apoyos tecnológicos, adecuaciones en los procesos académicos y una capacitación constante a docentes y personal administrativo son señales de que la universidad camina en la dirección correcta. Lo importante aquí es entender que la inclusión no es un “extra” ni una “gentileza”: es un deber institucional y social.

Hacer accesible la educación no solo beneficia a las personas con discapacidad. También enriquece la experiencia universitaria para todos. Un aula inclusiva es un aula diversa, y un aula diversa es un aula donde se aprende más y mejor.

La inclusión educativa tiene efectos que trascienden las fronteras del campus. Una persona con discapacidad que se gradúa de la universidad no solo transforma su vida, también transforma a su comunidad. Se convierte en un referente, en un ejemplo de que los sueños pueden cumplirse si existen las condiciones adecuadas. Y, sobre todo, demuestra que la discapacidad no es un obstáculo cuando se eliminan las barreras sociales, físicas y culturales.

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) ha señalado en múltiples ocasiones que la educación inclusiva no debe limitarse a integrar estudiantes, sino que debe garantizar su plena participación. Esto implica asegurar accesibilidad, eliminar discriminaciones y ofrecer apoyos personalizados que respeten la diversidad de cada estudiante.

Este principio, que a veces parece lejano, cobra vida cuando en una universidad hay liderazgo con visión, voluntad política y corazón para reconocer la dignidad de todas las personas. Y eso, precisamente, es lo que sentí al volver a mi alma máter: una universidad que entiende que incluir no es “aceptar” a alguien diferente, sino reconocer que todas y todos formamos parte de la misma comunidad.

No podemos ignorar que aún queda mucho por hacer. Hay carreras que requieren adaptaciones más complejas, hay procesos administrativos que deben simplificarse y hay entornos que aún presentan barreras físicas y culturales. Pero lo fundamental ya está presente: la convicción institucional de seguir avanzando. Y eso es invaluable.

La educación superior es la llave que abre puertas que la exclusión ha mantenido cerradas durante décadas. Por eso, ver a universidades comprometidas con la inclusión —como la nuestra— nos permite imaginar un futuro distinto. Un futuro donde más personas con discapacidad puedan titularse, ejercer su profesión y aportar a la sociedad desde sus talentos y saberes.

La doctora Pinzón Castro lo expresó de una forma que me conmovió profundamente: “Cuando una universidad incluye, no solo cambia la vida de una persona con discapacidad; cambia la manera en que toda la comunidad universitaria entiende la diversidad humana”. Y esa es, en el fondo, la esencia de todo esto: que la inclusión no es una política para unos cuantos, es una manera de entender y construir comunidad.

Salir nuevamente de la universidad fue llevarme en el corazón una certeza renovada: sí es posible una educación superior que abrace a todas las personas, que entienda que la diferencia no resta, sino que suma, y que cada estudiante con discapacidad tiene derecho a ocupar un lugar legítimo en las aulas, en los laboratorios, en las bibliotecas y, sobre todo, en la historia académica de nuestra sociedad.

Por eso, hoy más que nunca, es importante reconocer y enaltecer el trabajo que se realiza desde la academia para abrir caminos que antes parecían imposibles. Porque una universidad que incluye no solo construye profesionales; construye justicia, construye futuro y construye país.

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