Así es esto
Frankelda: Grandes efectos, mal guión
Hay producciones que conquistan desde el primer segundo por su estética, por la minuciosidad con la que construyen un mundo y lo llenan de atmósferas, colores y texturas capaces de hipnotizar. Soy Frankelda (dirigida por Arturo y Rodolfo Ambriz) pertenece a ese grupo selecto. Su propuesta visual (artesanal) es una joya animada cuadro por cuadro, tanto que Guillermo del Toro la apoyó de forma importante. Cada gesto, cada sombra y cada movimiento en stop motion recuerdan lo que puede lograrse cuando el arte se pone por encima de la prisa y el presupuesto. La serie deslumbra. No hay forma de negarlo.
La trama sigue a Frankelda, una escritora con un talento excepcional para crear historias inquietantes, cuyo destino se cruza con el de un enigmático personaje conocido como el Príncipe de los Sustos. A partir de ese encuentro, la película explora el origen y las consecuencias de la necesidad de crear, del miedo a la irrelevancia y del precio que puede tener el deseo de ser escuchado.
Sin embargo, hay algo profundamente paradójico en Frankelda: mientras sus imágenes avanzan con una precisión quirúrgica, su narrativa parece caminar en círculos. Y es justo ahí donde, a pesar de su belleza, la película se vuelve aburrida. No porque carezca de buenas ideas, sino porque las anuda todas, las estira, las fragmenta y las superpone hasta saturar.
El problema no es la complejidad, sino el exceso de nudos. Soy Frankelda quiere contar demasiado: explora la historia personal de la protagonista, los misterios de su mundo, las reglas internas de ese universo, los traumas, las metáforas, los homenajes al terror clásico… todo al mismo tiempo. Esta acumulación de líneas narrativas se siente como si varias historias compitieran entre sí por respirar y ninguna lo lograra del todo. El resultado es un ritmo irregular que desalienta al espectador, que lo mantiene esperando una revelación que tarda demasiado en llegar o se diluye en medio del siguiente giro.
La película, en su ambición, parece olvidar una verdad sencilla: no toda historia necesita ser un rompecabezas. A veces, menos es más. A veces, un buen relato depende más de la claridad que del misterio constante. La búsqueda por la complejidad termina convirtiéndose en un laberinto que el espectador debe descifrar sin que exista un incentivo emocional suficiente para hacerlo.
Los efectos visuales (preciados, impecables) no logran compensar este desgaste. Cada escena es una postal perfecta, pero el guión no les da la fuerza dramática para sostenerlas. Se siente como un hermoso libro ilustrado con un texto que no termina de estar a la altura de las imágenes.
Y quizá por eso Soy Frankelda provoca un cansancio extraño: no es una película mala, ni mucho menos. Es una serie hermosa… abrumadoramente hermosa, que termina siendo víctima de su propio deseo de decirlo todo. En vez de invitarnos a un viaje narrativo cohesionado, nos conduce a un torbellino de ideas que compiten y se estorban. Creo que lo mejor de la película son los créditos finales que nos muestran un poco del detrás de las cámaras.
En resumen, es una joya visual atrapada en un guión sobrecargado. Una obra cuyo mayor enemigo no es la falta de talento, sino la falta de contención. Y eso, en una producción tan cuidada, duele doblemente; sin lugar a duda los directores tienen mucho futuro, en lo personal para las siguientes producciones esperaría un mejor escritor que logre cohesionar historia y efectos visuales. No obstante, hay que ir a verla, apoyar el cine mexicano en especial este, hoy en extinción, que es el cine de stop motion.




