En el mundo de la equitación, donde la elegancia se encuentra con la adrenalina y la disciplina forja leyendas, pocos nombres resuenan con tanta fuerza como el de Humberto Mariles Cortés. Este jinete mexicano, nacido el 13 de junio de 1913 en la vibrante Ciudad de México, no sólo revolucionó la forma en que se entendía el salto de obstáculos, sino que se convirtió en el competidor más exitoso de México en una sola edición de los Juegos Olímpicos. Su hazaña en Londres 1948 de dos medallas de oro y una de bronce, sigue siendo un hito imborrable, un testimonio de coraje, precisión y una conexión casi mística con sus caballos.
De oficial de caballería a pionero de la equitación militar
La pasión de Mariles por los caballos brotó en las vastas llanuras y los establos del ejército mexicano, donde ingresó como joven teniente de caballería en la década de 1930.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, ya competía en eventos internacionales, demostrando un talento innato para el salto de obstáculos y la equitación de tres días. Su ascenso fue meteórico gracias al respaldo del presidente, Manuel Ávila Camacho, un visionario que reconoció el potencial de Mariles para elevar el deporte ecuestre en México.
En los años cuarenta, Mariles fundó la Escuela Ecuestre del Ejército Mexicano, un bastión de entrenamiento que transformó a oficiales en atletas de élite. Bajo su tutela, se introdujeron métodos rigurosos de disciplina, control y sumisión del caballo, principios que él mismo encarnaba: orden en el caos de un recorrido, confianza absoluta entre jinete y montura. Esta escuela no sólo forjó campeones, sino que preparó el terreno para el mayor logro de México en la historia olímpica. Mariles, ascendido a general, combinaba la autoridad militar con la gracia de un artista sobre la silla, ganándose el respeto de rivales en circuitos como el Madison Square Garden de Nueva York, donde brillaba en competencias de alto nivel.
El triunfo épico en Londres 1948
Los Juegos Olímpicos de Londres 1948 marcaron el pináculo de la carrera de Humberto Mariles, un capítulo que lo erige como el atleta mexicano más laureado en una sola edición. En un mundo aún recuperándose de la guerra, Mariles y su equipo llegaron a Wembley Stadium como underdogs, pero partieron como héroes nacionales. Su secreto fue una preparación implacable y caballos legendarios que respondían a su voluntad como extensiones de su propio cuerpo.
El primer oro llegó en la prueba individual de salto de obstáculos, montando a Arete, un caballo bayo de carácter indomable que, pese a tener solo un ojo, una discapacidad que lo hacía aún más extraordinario, saltó con una precisión quirúrgica. Bajo la lluvia londinense, Mariles completó el recorrido sin faltas, superando a competidores de potencias como Francia y Estados Unidos. Arete, de 14 años en ese momento, no era solo un animal; era un compañero de batallas, con quien Mariles había ganado innumerables pruebas previas, incluyendo la Copa de las Naciones en el Concurso Hípico Internacional de Roma ese mismo año.
Pero el verdadero espectáculo fue el oro en la prueba por equipos de salto, donde Mariles lideró al cuarteto mexicano compuesto por él mismo en Arete, Rubén Uriza en Hatvey y Alberto Valdés en Chihuahua hacia una victoria histórica. México, un país sin tradición dominante en equitación, destronó a los favoritos y se alzó con el primer oro olímpico en esta disciplina para la nación. Los espectadores en Wembley rugieron cuando el equipo cruzó la meta impecable, un momento capturado en videos que aún hoy emocionan a los aficionados.
Y como si dos oros no bastaran para eternizar su legado, Mariles añadió un bronce en la prueba por equipos de equitación de tres días, esta vez sobre Parral, un semental robusto ideal para las exigentes fases de doma, cross-country y salto. Con compañeros como Joaquín Solano en Malinche, el equipo mexicano se colgó la medalla en una competencia feroz contra Suiza y Estados Unidos, completando así un hat-trick de metales en una sola Olimpiada. Ningún otro atleta azteca ha igualado esta proeza de tres medallas. En Londres 1948 se convirtió en el rey indiscutible de los podios mexicanos.
Expertos de la época lo alababan como un revolucionario ya que introdujo un estilo de equitación adelantado a su tiempo, donde el caballo no era dominado por la fuerza bruta, sino por una sumisión auténtica y un control sutil. Arete, enterrado con honores militares en 1952 tras su muerte, simboliza esa era dorada; su ojo único no fue una limitación, sino un recordatorio de que la grandeza surge de la resiliencia.
Más allá de Londres
La euforia de 1948 no apagó el fuego competitivo de Mariles. En los Juegos Olímpicos de Helsinki 1952, regresó con la misma ferocidad, terminando en sexto lugar en la prueba individual de salto sobre Petrolero, un resultado sólido que mantuvo vivo el orgullo mexicano y duodécimo en la individual de equitación de tres días. Aunque no sumó más medallas olímpicas, su presencia consolidó a México como una fuerza emergente en el deporte.
Tres años después, en los Juegos Panamericanos de 1955 en la Ciudad de México, Mariles coronó otra gloria colectiva; un oro por equipos en salto de obstáculos, demostrando que su liderazgo trascendía las fronteras olímpicas. Competía regularmente en Estados Unidos y Europa, ganando admiradores con su estilo impecable y su capacidad para transformar caballos ordinarios en estrellas. Hasta bien entrados los cincuenta, Mariles era una figura temida y respetada, un general que prefería la silla de montar al escritorio.
El lado oscuro de Mariles
Sin embargo, los años posteriores trajeron sombras que contrastaron con su gloria deportiva. En agosto de 1964, involucrado en un altercado vial en la Ciudad de México, Mariles disparó contra otro conductor, causándole la muerte. Condenado inicialmente a 20 años de prisión por homicidio, cumplió solo siete en la cárcel de Lecumberri antes de ser indultado en 1971 por el presidente, Luis Echeverría Álvarez, en reconocimiento a sus contribuciones al deporte nacional. Esta etapa de dificultades económicas y controversias personales lo llevó a un camino inesperado y en noviembre de 1972, fue arrestado en París, Francia, por su presunta implicación en una red de narcotráfico internacional. Detenido en el aeropuerto de Orly junto a otros cómplices, con acusaciones de intentar introducir 60 kilos de heroína a México, Mariles fue trasladado a la infame prisión de La Santé, conocida por sus condiciones inhumanas. Allí, en sus últimos días, enfrentó el peso de su caída, negando siempre los cargos mientras aguardaba juicio.
El legado de un jinete inmortal
Humberto Mariles Cortés falleció el 7 de diciembre de 1972 en su celda de La Santé, víctima de un edema pulmonar, aunque familiares y allegados especularon con envenenamiento, un misterio que nunca se resolvió. Su espíritu, sin embargo, cabalga eterno en la historia de la equitación. Como el jinete mexicano con más medallas de oro olímpicas, su triple corona en Londres 1948 no solo elevó a México en el mapa deportivo mundial, sino que inspiró la creación de programas ecuestres que perduran hoy. La Escuela Ecuestre que fundó sigue formando talentos, recordándonos que el verdadero éxito radica en la armonía entre hombre y caballo, incluso cuando la vida reserva giros amargos.
Si Humberto Mariles nos enseña algo, es que los grandes saltos no se miden solo en altura, sino en el coraje para superar lo imposible y en la complejidad humana que nos hace falibles.




