Este año casi todos mis amigos y conocidos de la edad, es decir entre cuarenta y tantos y cincuenta y tantos, han caído en crisis que si bien no profundas, si dejan ver que es cierto aquel viejo adagio de que a estas edades sucede esta situación reconocida por la psicología; chatgpt, mi asistente en estos días, dice que “Es un periodo de cuestionamiento personal donde la persona reflexiona sobre lo que ha logrado, lo que no, sus decisiones pasadas, su identidad y su futuro. Suele surgir al sentir que una etapa de vida se está cerrando y otra empieza sin claridad”. No significa que “algo está mal”. Más bien, es una reorganización interna.
Hay los que están cansados de su trabajo, aburridos de lo mismo y con los mismos, y deciden emprender otros vuelos a veces disparatados: por ejemplo, un propietario de un medio de comunicación digital importante, se compró un carrito y anda de chafirete llevando gente de aquí para allá. Otro, dejó su prominente carrera política para dedicarse a construir casas o redactar libros como si el mundo se fuera a acabar mañana. Aquella, la adorada amiga, después de esforzarse sin ningún reconocimiento en su chamba, ha decidido asumir que es godín y dedicar sus mañanas a beber café, chismear y ver corridas de toros. Creo que sus jefes aún no se han enterado.
Por otro lado, están quienes, hartos de la rutina, se lanzan a emprender múltiples proyectos sin enfocarse realmente en ninguno. Un día comienzan un podcast, luego otro sobre un tema distinto, después vuelven a YouTube; hoy escriben algo y mañana lo reescriben por completo. Se inscriben en una especialidad para, poco después, proclamarse todólogos o regresar a dar clases por un cuatrimestre, y así continúan, de iniciativa en iniciativa, de tequila en tequila.
Están los que, en el amor, se declaran independientes y libres para el mundo, después de experimentar rupturas o problemas. Como aquel que ya se divorció tres veces. O aquella amiga lesbiana que, decepcionada porque su novia la engañó, casi ya pensando en casarse, ahora sale a decir que ella nació para ser soltera y se enfoca en darse trabajo y explotar en demasía a sus subordinados. Y bueno, no fue cualquier engaño, la novia se ostentaba con títulos, propiedades, y sabe cuánta cosa; y sí, resultó ser un fraude que le costó algunos pesos a mi amiga.
Por último están los workaholic, la especie más común. Aprovecha la etapa productiva de esta edad, para cargar cada vez, más y más peso, y siempre salir con la excusa clásica: no tengo tiempo para salir, para charlar, para revisarse por el médico. En el trabajo excesivo encuentran la salida a la crisis: si no tengo tiempo, no pienso en ella.
Yo mientras tanto, los viernes tomo la copa con los verdaderos amigos. Mientras se acerca el cuate (mi cantinero favorito) con la charola que soporta el Bacardí Carta Blanca, levanto mi copa y brindo por ellos, doy gracias a la divinidad, el universo o lo que sea que esté ahí afuera, por no caer en ese trance. Mientras bebo mi bacalao, pienso si debería emprender un viñedo, vender tacos de colores o simplemente renunciar al doctorado (ahora que esos títulos se venden al por mayor y hay doctores que no han escrito nada serio en su vida).




