El abuso de hijos a madres no es un tema del que se hable tanto como otros tipos de violencia doméstica. Sin embargo, es más común de lo que se piensa. Las cifras rara vez lo reflejan, ya que no todos los casos se llegan a reportar o quedan invisibilizados dentro del hogar, pero es importante nombrarlo, alzar la voz y canalizar apoyo especializado para sanar.

Un problema del que no se habla
Las relaciones familiares suelen ser complejas. El hogar, al que llegamos después de un largo día suele convertirse en un refugio, hasta que pasa a ser el escenario en donde suceden los abusos, maltratos y violencia. Pero no siempre tiene su origen con los adultos.
Lamentablemente, cada vez existen más casos de madres maltratadas por sus propios hijos. Las mujeres, cargadas de vergüenza y culpa, presentan dificultades al momento de reconocer este tipo de violencia. Además, debido a falta de información y políticas públicas, se topan con pared al momento de buscar ayuda, dificultando su proceso para salir.
Aunque cueste decirlo en voz alta, este fenómeno tiene nombre, conocido como: violencia filio-parental (VFP). Algunas psicólogas, especializadas en el tema, definen esta violencia como la manifestación de insultos, ruptura de objetos, ataques de rabia, amenazas, manipulación emocional y daño físico que un hijo o hija ejerce de forma reiterada hacia sus padres, madres o figuras de cuidado.
Este tipo de violencia implica una dinámica de poder invertida. Es importante no justificarlo bajo el argumento de “se trata de una fase” o “simplemente es un adolescente rebelde”.
Las mujeres terminan siendo las más afectadas
A pesar de que el término es prácticamente nuevo, existen estudios que han demostrado que las conductas de violencia, principalmente psicológicas, son cometidas tanto por hombres como por mujeres, pero son mayormente dirigidas hacia la madre.
En México, los estudios disponibles hasta el momento sobre este fenómeno siguen siendo escasos, pero datos de España comprueban esto.
De acuerdo a un documento presentado por el Dr. Alfredo Abadías Selma, se presentan los siguientes datos duros: la madre suele ser la principal víctima de agresiones por parte de sus hijos, alcanzando porcentajes que rondan el 90%.
Esto se vuelve a confirmar en el estudio de González-Álvarez, mencionado en el mismo documento, en donde resalta que las madres son las víctimas más frecuentes de agresiones por parte de los menores, con una prevalencia del 41.5%. A eso, Rosado, Rico y Cantón-Cortés (2017) añaden que las niñas presentan una mayor incidencia de agresiones psicológicas hacia sus madres.
Que la madre sea con mayor frecuencia la víctima principal no es casualidad. En amplios contextos, se debe a que su presencia es usualmente más constante en la vida familiar, por encima de los padres. De igual manera, el aumento de familias monoparentales, donde la mujer es la única figura cuidadora, influye mucho en este tipo de situaciones.
A ello se le suma el estilo educativo que reciben los jóvenes, los roles de género y la vulnerabilidad física de muchas mujeres frente a sus hijos agresores, lo que contribuye a que sean ellas quienes con mayor frecuencia sufran este tipo de conductas violentas.
¿Existe una solución?
Psicólogas, abogadas e investigadoras afirman que el primer paso para salir de este círculo de violencia es romper el silencio. El resto del proceso de sanación requiere mucho compromiso, voluntad y acompañamiento profesional especializado.
En los casos de VFP, normalmente los padres que denuncian no buscan un castigo para los hijos. Lo que definitivamente buscan es orientación, ayuda y apoyo emocional.
Cabe mencionar que el Estado tiene una responsabilidad fundamental en este tema. Es importante exigir mecanismos eficaces para la detección precoz de esta forma de violencia, así como garantizar apoyo integral para madres y padres que la enfrentan. También es crucial visibilizar la falta de recursos especializados en violencia filio-parental dentro de los sistemas de protección y asistencia.
Porque, sin políticas públicas claras, personal capacitado y programas de intervención, muchos casos de esta naturaleza quedan en olvido sin orientación ni acompañamiento, lo que permite que la violencia escale y se normalice.




