¡Qué bueno que estudié inglés! Así puedo incursionar más o menos exitosamente en la zona dorada de Aguascalientes y puntos circunvecinos, donde al parecer una clave del éxito económico radica en nombrar todo tipo de negocios con términos procedentes del idioma del poeta Percy Shelley -ya está muy choteado decir esto del idioma de Shakespeare-. De esta forma no voy a pedir un pozole donde venden ensaladas, ni me puedo equivocar si me abstengo de alquilar un traje donde lavan ropa en seco.
Yo no sé. ¿Lo sabrá usted?… El porqué de esta actitud, que de verdad no entiendo porque, ¿qué tiene el inglés que no tenga el castilla? ¿Qué puedo decir en inglés que no pueda en castellano?
¿Creerán que semejante práctica otorga más nivel, le da más caché a lo que se expende; que el castellano es una lengua de segunda? ¿Será la moderna tentación de la serpiente, ser como los del norte?, ¿o quizá una manifestación, casi inocente, de repudio por lo propio?
No tendré la temeridad de pretender definir si una lengua es mejor que la otra, o si una sirve para el amor, otra para dirigirse a Dios, otra para la política, etc. Eso que les quede a quienes a toda costa buscan quedarse con la última palabra, pero insisto: ¿será necesario, preciso, urgente, decirlo en inglés?
Igual me equivoco, pero en ello va alguna cosa digna de consideración. Por ejemplo, que el castellano es nuestra lengua de origen, la lengua que hablamos cotidianamente, y en la que pensamos. Entonces, se trata de un signo de identidad, uno de tantos lazos que nos unen.
Se me ocurre -pura ocurrencia de mi parte- que una lengua no sólo se habla, sino que, más profundamente, se habita, y que ambas son cosas muy distintas. Cuando pienso en la segunda opción le estoy otorgando al idioma una profundidad de significado que rebasa con mucho el ámbito de la racionalidad para ingresar en el rico terreno de los sentimientos, en donde adquiere una intensidad desconocida, como el eco lejano de la madre que le habla al hijo que florece en su vientre; como las primeras palabras aprendidas, celebradas por todos alrededor, o como las voces amadas que desaparecieron…
Mientras escribía lo anterior vino a mi mente aquella frase tremenda, brutal, que canta san José Alfredo Jiménez, esa frase que expresa de manera muy puntual lo que quiero decir a propósito de esto de habitar una lengua: “si sus labios se abrieron fue pa’ decirme: ya no te quiero”… ¿Podría usted decirlo en inglés con la misma intensidad; con la misma fuerza?, ¿podría? (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).




