En el vertiginoso mundo del fútbol, donde los prodigios nacen y mueren en un suspiro, pocos relatos capturan la esencia de la gloria efímera como el de Martín Galván. Apodado el “Messi mexicano” desde sus tiernos 14 años, este talentoso mediocampista ofensivo de Acapulco soñó con conquistar el mundo. Pero su carrera, marcada por un debut histórico, presiones abrumadoras y un periplo entre México y España, es una lección de resiliencia.
El nacimiento de un prodigio
Martín Luis Galván Romo llegó al mundo el 14 de febrero de 1993 en Acapulco, Guerrero, un paraíso turístico azotado por la pasión futbolera. Hijo de una familia humilde, Galván pateaba balones en las calles antes de que pudiera atarse los cordones. A los nueve años, su talento innato lo llevó a las fuerzas básicas de Cruz Azul, donde rápidamente se convirtió en la joya de la cantera cementera.
Allí, bajo la tutela de entrenadores visionarios, el joven Galván deslumbraba con su regate endiablado, visión de juego y zurda mágica, reminiscentes del argentino Lionel Messi. El apodo “Messi mexicano” surgió en 2007, cuando videos de sus goles en juveniles se viralizaron en foros y prensa local: “Era un niño con el don de los dioses”, recordaba un ojeador de la época. Pero la fama precoz traería sombras, la niñez robada por flashes y expectativas aplastantes.
A los 14 años, en el escenario más grande
El 5 de enero de 2008, la historia del fútbol mexicano cambió para siempre. En un partido de la InterLiga contra Monterrey, el técnico, Sergio Markarián, decidió dar minutos al debutante Martín Galván. Con solo 14 años y 325 días, ingresó al minuto 85 y contribuyó a la victoria 1-0 de Cruz Azul. Se convirtió en el jugador profesional más joven en la historia del balompié azteca.
Tres meses después, en noviembre de 2008, debutó en la Liga MX ante Indios de Ciudad Juárez, a los 15 años. El estadio Azul rugía por el “nuevo Messi”, pero Galván solo acumuló minutos esporádicos: 23 partidos oficiales con el primer equipo entre 2008 y 2015, con dos goles y una asistencia. La presión era asfixiante: “Sentía que el mundo me observaba, y yo solo quería jugar”, confesó años después en una entrevista con ESPN. En paralelo, brillaba en la Sub-20 de Cruz Azul, donde anotó 26 goles en 76 juegos, ganando torneos juveniles.
Sin embargo, la indisciplina juvenil lo lastró. En 2009, con la Sub-17 de México, Galván fue estrella en la CONCACAF (tres goles en tres partidos) y en el Torneo de Niigata (dos más contra Japón y Nigeria). Pero una sanción por conducta impropia lo dejó fuera del Mundial Sub-17 en Nigeria, un golpe que marcaría su psicología. Con la Sub-20, sumó cinco partidos y tres tantos, pero el llamado a la mayor nunca llegó.
La etapa de formación en México
La Máquina celeste, consciente de su potencial, optó por préstamos para madurarlo. En el Apertura 2011, llegó a Cruz Azul Hidalgo en el Ascenso MX: cuatro juegos, dos goles. Regresó en 2013 para más minutos, pero la irregularidad persistía. En 2014, Correcaminos de la UAT lo recibió; jugó 15 partidos, marcando un gol, pero el ascenso no llegó.
El 2015 fue pivotal, fichó por Atlante en Primera División, debutando con el equipo potosino. Sin embargo, solo sumó ocho encuentros sin goles. Ese mismo año, migró a Atlético Reynosa en el Ascenso, donde encontró estabilidad: 50 partidos, 12 goles y tres asistencias.
Con 23 años, Galván había jugado 100 encuentros profesionales en México, pero la élite lo eludía. La prensa lo tildaba de “talento desperdiciado”, eclipsado por casos similares como César Villaluz.
El salto a España
Buscando un nuevo comienzo, en julio de 2017 Galván cruzó el Atlántico y firmó con Salamanca CF UDS, en la Segunda División B española. El club charro, de tradición humilde, vio en él un “refuerzo exótico”. Durante tres temporadas (hasta 2020), disputó 54 partidos, anotando 10 goles y repartiendo asistencias clave. Su zurda mágica encajaba en el fútbol técnico ibérico; llegó a ser titular indiscutible en la 2018-19, con cinco goles en la fase regular.
Pero la pandemia de COVID-19 trastocó todo. Salamanca descendió a Tercera División en 2020, y Galván, con 27 años, decidió volver a casa. Su paso por el Viejo Continente sumó 70 apariciones totales, consolidándolo como un jugador versátil.
El regreso a México
De vuelta en agosto de 2020, FC Juárez le dio una segunda oportunidad en Liga MX. Bajo el mando de Gabriel Caballero, Galván jugó 20 partidos (tres goles, una asistencia) en la 2020-21, incluyendo duelos contra su ex-Cruz Azul. Sin embargo, lesiones menores y rotaciones lo limitaron.
En 2022, llegó a Leones Negros de la Universidad de Guadalajara en la Liga de Expansión MX. Aquí revivió con 30 juegos y siete goles en dos semestres. Su técnica y liderazgo lo convirtieron en capitán ocasional, ayudando al equipo en liguillas (seis apariciones sin goles, pero con asistencias vitales).
Vuelta a Salamanca y el fichaje por UD Santa Marta
En julio de 2023 dio un giro inesperado y se regreso a Salamanca CF UDS, ahora en Segunda Federación (cuarta división). Firmó por dos años, sumando 25 partidos y cinco goles en 2023-24, más dos en Copa del Rey. A sus 31 años, era el veterano mexicano que inspiraba a la cantera. Pero en marzo de 2025, con el equipo en zona media, decidió buscar más minutos.
El 22 de julio de 2025, UD Santa Marta, rival salmantino en Tercera Federación, lo fichó como “refuerzo de lujo”. Procedente de Salamanca, Galván firmó hasta junio de 2026, con dorsal 10. En lo que va de temporada (hasta diciembre 2025), ha jugado ocho encuentros, anotando dos goles y asistiendo uno, según Sofascore.
Lecciones de una carrera agónica
La historia de Galván no es de trofeos, sino de supervivencia. La fama temprana lo aisló: “Perdí amigos, normalidad”, contó a Milenio en 2020. Escándalos menores como fiestas juveniles, alimentaron el mito del “talento quemado” y las comparaciones con Messi lo aplastaron. Martín Galván no conquistó el Azteca, pero su zurda sigue driblando obstáculos. En un fútbol cruel, él es el superviviente que nos recuerda que el balón rueda, pero la presión perdura.
