Varios grupos promotores de los derechos humanos han reclamado en los Estados Unidos al presidente Obama su afirmación en el sentido de que al salir las fuerzas armadas estadounidenses de Irak, aquel país quedaba en mejores condiciones que al inicio de la ocupación. Estos activistas sustentaron su acusación probando que ahora el 38% de la población iraquí vive en condiciones por debajo del nivel mínimo de bienestar. Durante los años de guerra y ocupación, los iraquíes empobrecieron dramáticamente hasta quedar más de un tercio de los habitantes en condición de pobreza. Es de esperar que durante tantos años de penurias por la guerra, la gente empobrezca. Pero, ¿qué situación ha provocado que en México de 2014, la población que vive por debajo del nivel mínimo de bienestar haya llegado a una cifra superior a la de Irak?; 44% según cifras oficiales y 52% según los más pesimistas.
Irak no registró prácticamente crecimiento económico alguno durante la guerra, por lo cual es comprensible que haya más pobres. Pero México, presumiendo de haber registrado crecimiento económico -bajo, pero crecimiento al fin- durante los últimos 33 años, ha registrado un considerable aumento en los niveles de pobreza.
Los políticos mexicanos continúan aún presumiendo el crecimiento económico como gran logro propio, sin documentar si ese crecimiento genera un mayor bienestar de la población. De hecho, con las cifras de distribución de la riqueza, queda demostrado que han estado trabajando para otros, no para el pueblo. Hoy en día ya no hay economista respetable que pueda defender el crecimiento económico como indicador único de bienestar.
En su más reciente libro Capital in the Twenty-First Century (Capital en el siglo 21), Thomas Piketty, profesor de Economía de la Universidad de París, ha provocado una verdadera revolución del pensamiento y teoría económica. Afirma, de manera académicamente sustentada, lo que los economistas liberados del dogma neoliberal han dicho desde hace más medio siglo: el sistema capitalista se está autodestruyendo. Desde la perspectiva de la vida práctica y el empirismo cotidiano, autores también de la academia, han sido silenciados por la enorme difusión del afán de crecimiento económico de los “Chicago boys” y todo el bagaje de publicidad detrás del FMI y el Banco Mundial, autoerigidos como líderes del pensamiento único. La tesis de Piketty es tan simple que hasta los banqueros la entienden: el rendimiento que exige el capital es y ha sido durante siglos, en el sistema capitalista, mayor que el rendimiento de las inversiones productivas.
Dicho de otra manera, el capital demanda ganancias superiores a las que pueden generarse en la naturaleza. Esto significa que conforme crece la economía, crecen de forma más que proporcional las ganancias para el capital, gran parte de las cuales van a dar al sistema bancario.
Lo que para los padres de la economía, los clásicos, resultaba un necesario equilibrio justo de las ganancias que bajo su perspectiva percibían los factores de la producción -tierra, trabajo, capital-, en la fase evolucionada del capitalismo salvaje (que en artículos anteriores hemos denominado capitalismo versión 3.0) la tajada mayor de las ganancias es engullida por quienes poseen el capital.
La realidad creada por este capitalismo v.3.0 resulta ser como el “El país de las maravillas” que visita “Alicia” en la conocida obra de Lewis Caroll. Es el lugar de lo impredecible, lugar de irregularidades al que se lo podría equiparar con un extraño lugar que atrae, embelesa, encanta. Es, ese lugar onírico que no conoce las estructuras ni tampoco el orden, es el lugar de la desestabilización que permite que el hombre sea en todas sus posibilidades y deseo de ser de manera ilimitada; ganar todo lo imaginable, sin medida, sin límite. El mundo de Alicia es un mundo inestable, un mundo donde toda realidad es relativa; que nada tiene que ver con el mundo real, donde dos más dos son cuatro; donde la riqueza se reproduce condicionada a la disponibilidad de tierra, agua, luz y trabajo.
Quienes estudian las obras de Lewis Carroll, denominan el siguiente pasaje de la obra A través del espejo como el efecto de la Reina Roja o la carrera de la Reina Roja:
–¡Venga! ¡Venga! –gritaba la Reina–. ¡Más deprisa! ¡Más!
Y corrían a tal velocidad que finalmente fue como si volaran por el aire, sin tocar apenas el suelo con los pies;… La Reina la apoyó contra un árbol, y le dijo con amabilidad: «Puedes descansar un poco, ahora». Alicia miró en torno suyo, muy sorprendida.
–¡Vaya, para mí que todo el tiempo he estado debajo de este árbol! ¡Todo es igual que antes!…
–¡Naturalmente! -dijo la Reina- Aquí, como ves, necesitas correr con todas tus fuerzas para permanecer en el mismo sitio. Si quieres ir a otra parte, tienes que correr lo menos el doble de deprisa.
Así la obra se desarrolla en un constante cambio, inserta perfectamente en la noción de mundo dinámico que surge en el siglo XIX y refleja lo que vivimos durante todo el siglo XX. La locura del crecimiento sin límites, la loca carrera a toda velocidad para no llegar a otra parte.
Como por fin lo comprueba empíricamente Piketty, conforme la economía crece bajo el paradigma del modelo económico que actualmente domina el mundo, una proporción cada vez mayor de la riqueza generada va a parar en manos del sector financiero. Así se explica por qué, a pesar del crecimiento se acentúa la desigualdad en la distribución de la riqueza. O mejor dicho, debido al crecimiento que se impulsa con el actual modelo económico, el que da preferencia al capital por encima de todo, es que se acentúa la pobreza. La simple aseveración anterior es motivo para que se revisen los planes de estudio de la economía en las universidades de todo el mundo.
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@jlgutierrez
