Estamos al final de los festejos del centenario de la Convención con un ambiente que suele invitar a la recapitulación de lo que hemos hecho como sociedad y como gobierno para conmemorar un acontecimiento que ha pasado por el olvido, el recuerdo, el festejo pleno, la rutina y la crítica. La excusa para abordar el tema es la presentación del libro La Soberana Convención de Aguascalientes. Un teatro para la tormenta, obra colectiva publicada por el Instituto Cultural de Aguascalientes. Lo comento como lector de historia, como un habitante de la ciudad interesado en lo que ocurre en mi entorno inmediato, y no como un experto en el tema convencionista.
Los festejos sobre el centenario de La Convención han sido extensos y diversos. Esto me ha permitido asistir a varios congresos, seminarios y coloquios organizados principalmente por la UAA; también a diversas conferencias y presentaciones de textos de otras instituciones gubernamentales como el que ahora comento. Además de lo anterior me ha tocado ver exposiciones museográficas, fotografía callejera y programas de radio como Palabras contra metralla, y algunas producciones de video, como la que promovió Aguascalientes TV. También he visto con algo de inquietud la intervención que todavía se realiza en la plaza principal de Aguascalientes, sin olvidar el festejo formal que encabezaron el gobernador de Aguascalientes y el presidente de la República. Confieso que aún no tengo un juicio definitivo sobre esta jornada tan larga y por el momento me atreveré solamente a comentar el libro ya citado con anterioridad.
Cuando leo un libro siempre me detengo en el título. Es una obsesión. La primera impresión que tuve fue que sin duda el encabezado del texto es sugerente y atractivo. No se quedó con la frase obligada que nos remite a la Convención. Los autores lo subtitulan con una metáfora que recurre a la imagen teatral y que nos recuerda la idea de espectáculo, no sólo del y en el Teatro Morelos, sino del espectáculo en el que coinciden soldados, periodistas, políticos y la ciudadanía teniendo como escenario La ciudad. La otra palabra clave es La tormenta, una expresión que sugiere todo lo que concentra la palabra en términos de dinamismo, movilidad, conflicto y algo de anarquía. Una palabra que sugiere imágenes de un temporal violento que no permite calcular con exactitud sus consecuencias. Una palabra que habla de conciencias humanas, enfrentamientos de palabra cuerpo a cuerpo, y a balazos.
Me gusta el título porque antes de abrir el libro nos advierte sobre algo vivo, candente e incierto. Me gusta porque atiende un problema de mercado muy de nuestro presente inmediato. Un teatro para la tormenta es un título que invita a leer considerando que vivimos una época en que para divulgar la historia debe contemplar la pertinencia temática y la idea de cautivar públicos, más allá de los historiadores. No es una frase definitiva, es algo que invita a escudriñar y que alienta la curiosidad. Esto es un buen ingrediente para cualquier celebración centenaria.
El libro tiene varias voces y estilos para abordar el tema de la Convención. Incluye diez artículos o ensayos sobre diferentes tópicos, además de documentos y testimonios. Es un libro que está muy bien diseñado, que tiene contenidos relevantes y un espléndido trabajo fotográfico que me recordó la imperiosa necesidad de que la foto, además del placer que produce a la vista, se convierta en argumento y no sólo para cumplir un el rol escenográfico.
Pero, además del título, un buen libro siempre tiene preguntas estimulantes. Muchas preguntas. La mayoría de los escritores que intervienen en el texto se cuestionan qué fue la Convención, cuáles fueron sus propósitos y quiénes sus principales actores. Casi todos se preguntan sobre el legado que nos ha heredado y sobre la forma de recordar un acontecimiento como éste. De todas las interrogantes me cautivó de forma sobresaliente la que se cuestiona sobre la naturaleza y el sentido de la Convención.
Según Gerardo Delgado, coordinador de contenidos, La Convención fue una reunión para definir un acuerdo nacional. Para buscar el orden en ese aparente desorden. Para Gerardo La Convención fue un espectáculo y, sin duda, un punto de inflexión de la revolución mexicana, y una asamblea para recuperar el ánimo conciliador. Según Felipe Ávila esta asamblea revolucionaria fue un intento de pacificación, y para Luciano Ramírez un intento de negociación. Para el mismo Ávila, La Convención fue un intento fallido de unidad revolucionaria y, citando a Vito Alessio Robles, una asamblea preconstituyente.
Al final todo parece indicar que se trató de una lucha por el poder y, más aún, por la ambición personalista principalmente de caudillos como Venustiano Carranza, Francisco Villa y Emiliano Zapata, en ese orden. De hecho los historiadores expertos en el tema han dividido la Convención en función de esos personalismos. A la cronología de ese pasaje de la historia mexicana se le califica conforme a la hegemonía que tuvo en su momento cada uno de ellos: al primero carrancista, al segundo, el ocurrido en Aguascalientes, villista y, finalmente al tercero zapatista. Tres personas con proyectos diferentes donde los zapatistas querían elecciones inmediatas para formar una República en la que se incluiría el Plan de Ayala. Los villistas, por su parte, querían definir un programa de gobierno y limitar el poder de Carranza. Los carrancistas querían que el jefe del constitucionalismo se convirtiera, claro está, en el primer jefe de la revolución. Esto confirma que seguir la ruta de los caudillos es una de las formas más socorridas para explicar lo que pasó en ese entonces.
Gracias a textos como los que ahora nos entrega el ICA, ahora sabemos nuevas verdades que se agregan al análisis de un momento olvidado por la historia oficial mexicana. Gracias esta obra de divulgación ahora sabemos que la derrota de Huerta no fue el final de la revolución y sí apenas el principio de una historia larga y variada que nunca se redujo a los enfrentamientos militares ni a las discusiones en el interior del teatro. Con esta aportación editorial confirmamos que la revolución mexicana en el periodo convencionista y pos convencionista fue un escenario de caos, anarquía y de muerte. Sabemos además que las deliberaciones en el teatro la tormenta que vivieron los aguascalentenses en 1914, dejó a la ciudad sin Feria de San Marcos, sin comunidad extranjera, sin tren de pasajeros, sin bancos y sin gobernador. Los ejércitos de La Convención y el gobierno interino intervinieron y embargaron muchas haciendas y motivaron la llegada de muchos militares, intelectuales y periodistas.
Gracias a trabajos como el que ahora se publica podemos saber que el principal factor de las muertes revolucionarias no fueron la guerra ni las epidemias, sino el hambre y la especulación. El texto muestra más allá del periodo de sesiones formales otras cosas. Francisco Javier Delgado describe y analiza por ejemplo los ocho meses de dominio villista mal administrado y con un fuerte anticlericalismo. El libro que podemos tener en nuestras manos por unos pesos nos indica que la revolución y la Convención fueron determinadas por una época de revanchas de clase, políticas y personales; un periodo de la historia constituido por gobiernos eclécticos en el que se pueden observar datos finos sobre la mirada de los civiles, especialmente de los ateneístas; sobre los detalles del gobierno de Eulalio Gutiérrez y los otros presidentes de la Convención. El libro nos ofrece una mirada específica sobre la prensa de la época a nivel nacional con un peso singular que la convirtió más que una fuente de información, en un actor político.
La lectura de La soberana Convención de Aguascalientes. Un teatro para la tormenta es un buen ejercicio de Historia porque además de la descripción y análisis de los principales acontecimientos ocurridos en ese entonces, hay un llamado de atención del investigador Luciano Ramírez Hurtado sobre la forma como se han conmemorado, olvidado o inventado los aniversarios. Hay en este historiador de la UAA, y en muchos de los participantes, la idea de que debemos superar la lógica de las efemérides y una alerta para recordar con ánimo crítico el uso de la historia desde el poder. El libro ofrece muchos datos nuevos y reveladores. Agradezco ese detalle, sin embargo, en mi calidad de lector, antes que incrementar el saber, prefiero el deleite y el gusto por comprender. El libro ofrece las dos opciones.




