Antes de cualquier cosa permítaseme dejar claras varias premisas: todos condenamos enérgicamente la desaparición de 43 estudiantes y los hechos violentos en que estuvo envuelto este suceso; todos exigimos a los gobiernos de todos los órdenes que pongan manos a la obra y que se dé su esclarecimiento a la brevedad; todos exigimos cárcel para los autores materiales e intelectuales, así como la responsabilidad jurídica y política de todos los que de alguna manera permitieron lo que pasó. Nadie puede minimizar para nada el que existan fosas comunes, desaparecidos, autoridades corruptas.
Sé que los normalistas son aguerridos por naturaleza, sus escuelas normales están profundamente ligadas a los más pobres, a las ideologías de izquierda y no es raro que sus edificios estén llenos de las imágenes del marxismo más recalcitrante del siglo pasado y en este sentido algunos de sus métodos no sean del todo ortodoxos. Podremos no estar de acuerdo en sus múltiples manifestaciones, bloqueos, tomas de oficinas de gobierno, sin embargo, como dice la trillada frase: debemos defender su derecho a hacerlo. Incluso algunas de sus protestas que se basan en la desobediencia civil deben ser toleradas. Por eso es que bajo ningún concepto se puede permitir que su marcha haya devenido en la desaparición de 43 personas.
Por otra parte, este mes que nos ha permitido reflexionar sobre estos tristes sucesos, que hemos podido ser testigos de las críticas positivas y negativas, también hemos observado los oportunistas que aprovechan la situación para denigrar una lucha legítima, para rebasar la desobediencia civil y transformarla en vandalismo: saqueos, incendios, cierre de vías de comunicación. Sé que algunas de estas conductas no son propiciadas por los normalistas y aquellos que reivindican su lucha, existen fuerzas de diversa naturaleza que pueden deslegitimar el movimiento o utilizarlo para sus propios fines, lo que sería lamentable.
Por otra parte hay otra clase de protestas que ilustro con una frase de Mario Bunge en una entrevista a El país en mayo pasado: Hay dos clases de rebeldes, los que saben algo y los que no saben nada y se rebelan contra todo y creen que todos los organismos del Estado, incluso las escuelas, son parte de una conspiración para dominar a la gente. Es la noción del saber entendido solo como un arma política. Trasladándolo a nuestra latitud, no es sino hablar de aquellos mexicanos que disfrutan haciendo del sospechosismo su eje de protesta, una horda de ansiosos de hablar de un “crimen de estado” cuando hacer eso significa desnaturalizar a un verdugo real y transformarlo en uno imaginario, en un ente conspiracional que no hace sino diluir la culpa de los verdaderos criminales.
Estos rebeldes que no saben nada plantean la salida fácil, es más sencillo tomar una postura maniquea que distinguir la multiplicidad de tonalidades que rodean un fenómeno. Una postura parecida a Luis Estrada y sus cintas, simplemente parodiar, decir lo que el mexicano quiere escuchar, insistir en que somos marionetas en manos de un titiritero o piezas de una conspiración nacional armada ya sea por los poderes económicos, las televisoras, o cualquier otro, escoja usted su villano favorito. Pero no van más allá, no emiten una propuesta o una solución, por eso cintas como La ley de Herodes (1999) o su ahora exitosa y taquillerísima La dictadura perfecta, me parecen vacuas, no contribuyen a una solución, sólo critican por criticar, pero ya regresaré en un par de colaboraciones más a hablar de esta última.
Muchas de las manifestaciones de repudio de las personalidades públicas se sitúan en este parámetro, da un poco de pena o de flojera escuchar a los rockeros, actores de cine y demás parafernalia haciendo esta crítica fácil. Y no significa que no defienda su derecho a hacerlo, solamente que son pocos aquellos que van más allá y proponen soluciones. Es en estas épocas donde se extraña a un Reyes Heroles que planteó una reforma política que despresurizó las protestas violentas de los grupos radicales dándoles espacios políticos y participación en los medios de comunicación.
Hay muchos rebeldes que no saben nada, desde el activista facebookero o twittero, el que ensucia las calles con pintas, impide a ciudadanos comunes y corrientes el paso por las vías de tránsito, los que roban supermercados. Cuántas ganas de críticos de verdad, de rebeldes que, como señala Bunge, sí sepan algo.
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