Hay una escena que me encanta del clásico de Sidney Lumet Tarde de perros (1975): después de un fallido asalto a un banco, dos mediocres criminales están rodeados de policías, de cámaras de televisión y de miles de curiosos que han acudido a ver el espectáculo, cuando el ladronzuelo encarnado por Al Pacino sale a dialogar, incita al público a que les grite a los policías “Asesinos, asesinos” de tal forma que la masa comienza a espetar la frase, se identifica con el asaltante y no con los defensores del orden.
Basada en hechos reales, esta excelente película del director de varios clásicos de drama judicial norteamericano (12 hombres en pugna) retoma esta rara apología social de los criminales y que termina más enfocada a ver siempre al aparato de violencia legítima estatal como el gran opresor. Si en Estados Unidos que se distingue por su férreo maniqueísmo del bien y el mal sucede esto, es claro que un país como el nuestro cuyos criminales lejos de ser reprobados son idolatrados desde época inmemorial (los corridos son la más clara prueba de ello) la cosa está aún más grave, y es que en las protestas por los hechos de Ayotzinapa lejos de señalarse a los culpables materiales e intelectuales, se protesta en contra del Gobierno Federal que ha atraído a su fuero las investigaciones.
Hay intereses a los que les parece bien que el estado se desestabilice y sobre todo que se acuse al Gobierno Federal, último en la escalera de responsabilidades (primero está el municipal y después el estatal) de un asesinato que no cometió. Y hay que insistir mil veces en esto: Ni Enrique Peña Nieto, ni el Gobierno Federal asesinaron a los estudiantes. Se les podrá acusar de muchas otras cosas, pero jamás de un asesinato. Y, sin embargo, estas fuerzas oscuras con tal de lograr el poder lucran con la pena de las familias de los desaparecidos y con la indignación de los mexicanos.
Las marchas y manifestaciones no son malas y claro que son una forma de encauzar el rencor social o de exigir resultados; pero cuando esas marchas provocan violencia, no sólo hacia el gobierno, sino hacía el resto de los mexicanos que vemos sacrificado nuestro derecho de tránsito, o mermado nuestro patrimonio en el daño a edificios y bienes propiedad de la nación, entonces ya no creo estar en presencia del legítimo derecho de libre expresión. El uso de la violencia a nadie conviene, la historia de México nos ha demostrado que las vorágines de lucha armada sólo han servido para desarticular a un país, para sumirlo más en la pobreza; las verdaderas revoluciones han nacido dentro del estado de derecho, pensemos en la industrialización de finales de siglo XIX, la expropiación petrolera y el reparto agrario de los años cuarenta del siglo pasado, la reforma político electoral de 1977, entre otros.
El presidente de la República ha dejado claro que como gobierno esperan no usar la fuerza pública en el caso de más protestas violentas. Espero seriamente que no se polaricen las cosas, no hay dos bandos, no estamos en presencia de buenos y malos, sino de mexicanos que, todos, estamos indignados y necesitamos una nueva forma de que se den las cosas en este país, la idea del presidente de un pacto no es descabellada, tal vez lo que se necesita es que provenga de la misma sociedad e incluir a todos los sectores. En su Carta a las y los jóvenes de México, Boaventura de Sousa Santos dice “¿hay espacio de maniobra para una alternativa pacífica? Humildemente pienso que sí porque la democracia mexicana, a pesar de estar muy herida y violada, está en nuestro corazón” (La Jornada, 16 de noviembre de 2014) me ha gustado la propuesta del sociólogo portugués, deja claro que la principal lucha es a través de la democracia participativa; vuelvo a lo que señalaba en mi texto de la semana pasada, hasta el día de hoy no veo claramente un movimiento social que haga una propuesta, veo sí a varias corrientes políticas que incitan (por acción u omisión) al odio buscando obtener una ventaja en las próximas elecciones federales. La idea de Sousa sobre una opción política de jóvenes no resulta descabellada, más en nuestro nuevo sistema electoral que permite las candidaturas independientes.
Duele México, pero duele más cuando la agresión se ejerce en manifestaciones por una presunta sociedad civil, qué lejos está de aquella que en el temblor de 1985 salió a la calle y dio una verdadera lección al gobierno, hoy más que nunca se ocupa una sociedad organizada, no violenta, que dé una respuesta por, desde y para ella misma.




