Al gobierno de Estados Unidos le urge consolidar su dominio sobre América Latina porque al concluir su ciclo como primera potencia, su hegemonía mundial está llegando a su fin; esto lo obligará a prescindir de sus colonias más lejanas y por eso necesita asegurar las más próximas como fuente barata de los recursos que necesita para mantener el alto nivel de vida de su población.
Pero seguramente su corona imperial ya no será heredada a ningún gobierno porque esa ya la porta una figura difusa y escurridiza que Lenin calificó en 1917 como la “fase superior del capitalismo”, a la que bautizó con el nombre de imperialismo.
Los imperios que conocemos fueron gobiernos fuertes, con dirigentes reconocidos, grandes empresas industriales, comerciales y de servicios y ejércitos poderosos y temibles.
El imperialismo, en cambio, no aspira a nada de eso. Es un conglomerado de monopolios exclusivamente financieros como bancos, casas de cambio, bolsas de valores, aseguradoras, mercados de divisas, agencias de calificación de riesgos, etc., que controla cuanta moneda circula por el mundo entero; no tiene un gobierno que lo represente ni responda por sus actos. Su rostro más visible es el encuentro llamado Foro Económico Mundial que se reúne anualmente en Davos, Suiza, en el que un pequeño grupo de potentados establece las directrices de la política económica (obviamente monetarista) que deberá seguirse durante el año.
Con el dinero acumulado en forma nunca vista, el imperialismo lo compra y lo vende todo. Ejemplo: la salud, el fomento de enfermedades como las adicciones, el narcotráfico (el negocio más grande del mundo) y la guerra para combatirlo, que mejor negocio será mientras más muertos deje, siempre y cuando sean de este lado: unos por llevarle las drogas a los gringos; otros por impedirlo haciéndole el trabajo sucio a los mismos gringos que quieren encarecerla para que sean más redituables, y los ciudadanos que por casualidad se convierten en daños colaterales; vende las armas (el segundo mejor negocio del mundo) para todos, y lo que mejor compra es la consciencia de los gobernantes a los que antes se sometía y ahora corrompe y degenera para convertirlos en marionetas a su servicio.
Si usted no lo cree, vea la noticia de anteayer acerca de lo que parece ser el mayor fraude de la historia financiera mundial cometido por la tasa Libor (Tasa Interbancaria Ofrecida de Londres) que podría alcanzar entre 360 mil millones y 800 mil millones de dólares mediante la manipulación de contratos financieros en todo el mundo, muy superior al de los estafadores Lehman Brothers y Bernard Madoff que provocaron “la peor recesión mundial de la posguerra” en 2008.
Y unos días antes había aparecido otra noticia en el sentido de que nuestros narcotraficantes envían a México remesas por un modesto promedio de 30 mil millones de dólares anuales (entre 19 y 39) producto de las drogas que venden en Estados Unidos, cantidad que lavan por medio de los bancos que felices de la vida infringen la ley (principalmente el escocés HSBC; y cómo no, si es el que inventó el lavado de dinero en 1865 con el negocio del opio chino, como lo vimos en el número siete de esta serie), dan una disculpa por aquí, presentan una renuncia por allá (que luego compensan) y todo sigue igual y aún mejor, ya que hasta premios otorgan con lugares de honor en la famosa revista financiera mundial Forbes a nuestros más exitosos narcotraficantes: el colombiano Pablo Emilio Escobar Gaviria y el mexicano Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, más conocido como El Chapo Guzmán.
¿Se imagina usted qué pasaría si realmente se tuviera la decisión de acabar con el narcotráfico y repentinamente se consiguiera pacificar al país? Pues que Estados Unidos tendría una millonaria pérdida automática en su negocio de armas y México dejaría de recibir 30 mil millones de dólares anuales -que son los que bien sabe Calderón que sostienen nuestra deplorable economía- y quedaría en quiebra porque ya malbarataron el patrimonio que durante muchos años de esfuerzo materializamos en las empresas del Estado, incluidos los bancos cuyo sórdido fracaso, que fue rescatado por el pueblo que continúa y continuará pagándolo por muchos años, fue aprovechado por los felones banqueros para hacer el negocio de su vida al venderlos, saneados, al capital internacional.
Y de esos actos que sólo pueden ser calificados como traición a la patria, son responsables los gobernantes de los últimos cinco sexenios, incluyendo el hecho de que nuestros campesinos ahora sean jardineros en Estados Unidos y gran parte de los alimentos que consumimos -transgénicos muchos de ellos- también se los tenemos que comprar a extranjeros aunque estén producidos en nuestras propias tierras. ¿Quién, así, va a creer en la insensata guerra de Calderón?
(Continuará)
Aguascalientes, México, América Latina
