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viernes, diciembre 5, 2025

Los segadores, las arañas y los grillos / La escuela de los opiliones

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Aquella noche de soledad, unas horas antes de dormir, tomé El proceso de Kafka. Noche de principios. Inicié mi primera lectura adulta y, con ello, me refiero a una lectura en soledad, nocturna, sin nadie que pidiera cortar la luz, que ofreciera un café o que buscara, en la complicidad del desvelo, compartir algún secreto de compadres y compatriotas.

Me sentí un buen muchacho en la transición a convertirse en un hombre de verdad, como si Kafka, o El proceso, o simplemente el sencillo acto de leer sin transgredir la cuna, fueran el uniforme de un leñador o el sombrero de un rudo vaquero encendiendo el cigarrillo del mediodía.

Al dormir tuve una pesadilla monstruosa y laberíntica. Soñé que dormía solo, por primera vez, en mi casa. No donde rentaba esa noche, sino una casa comprada después de arduos años de trabajo. Bajé unas escaleras, miré la luz de la luna a través de una puerta-ventana y escuché el escándalo de los grillos. Entonces miré al pasto. Miles de grillos verdes retozaban entre las hojas secas con arañas negras, oscuras. Dado mi temor a las arañas, no me sorprendía que mi primera pesadilla adulta fuera de bichos; pero que el depredador participara en una orgía con su presa…

Cuando quiero ponerle rostro a un evento extraño e incomprensible, incluso a un momento erótico y peligroso, recuerdo a las arañas copulando con los grillos, como si las hubiera visto, como si hubiera puesto los pies desnudos entre ellos. Reforcé la imagen cuando mi esposa y yo nos mudamos a nuestra casa: en una de las esquinas del porche, antes de habitarla, había un centenar de opiliantes. Estáticos, aparentemente dormían los unos sobre los otros.

De niño me gustaba soplarle a las arañas patonas que hacían nido en las esquinas. Hice lo mismo contra el nido oscuro una, dos, tres veces. Los murgaños apenas se movieron. Mi esposa sugirió que tiráramos una piedra y al ver su mirada me di cuenta que ambos necesitábamos verlo. Alguien lo hizo y finalmente sucedió: el centenar de segadores explotó. De repente los tuve entre mis pies, como aquella vez, cuando fueron felices con los grillos.

@arbolfest

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